Bonita Mentira

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Bonita mentira que es la vida, y me doy cuenta ahora que estoy más cerca que nunca de la triste realidad. He dudado tantas veces sobre mis decisiones y actos que no me he parado a pensar en que mi destino seguiría siendo el mismo. Para qué combatir sin tener a nadie al cual contentar a tu regreso, al cual abrazar cuando superas la prueba. Pero bueno, supongo que en parte me lo he buscado al centrarme en metas individuales y egoístas, sin pensar en mi futuro. Así que, en este momento, no dispongo de otro compañero que no sean mis pensamientos y emociones; sumados a la puerta que, seguramente en unos minutos, me llevará al otro lado.

Mi cuenta atrás comenzó un 2 de enero de 1930 en Vigo, España, fruto del amor entre un carpintero y una modista. Más tarde tendrían otro hijo, pero la diferencia de edad entre él y yo hizo que apenas lo conociera. El paso del tiempo se presentaba como un enemigo por primera vez, pero claro, háblale a un niño sobre su vejez y se hará el sordo pensando que vivirá eternamente. Con 5 años mis padres lograron que estudiara en un colegio público cercano a mi casa, así que conseguimos salir adelante. No fue un proceso sencillo ni de lejos, pues a mis 6 años oí comentar a mis padres algo sobre un general que había irrumpido en el congreso cargado de armas y con un gran séquito de soldados a sus espaldas. Al principio mis padres no le dieron importancia, pero poco a poco noté cómo sus rostros se oscurecían, a la par que su ánimo, y yo no entendía el porqué. Apenas salíamos a la calle ,y de vez en cuando escuchaba algún que otro "fuego artificial". Más tarde me enteré de que Franco, nuestro caudillo, dominaba ahora España; dejando atrás miles de muertos, miles de personas que tenían una historia y una familia detrás. Miles de humanos que ya no volverían a respirar ni a ver más allá de sus párpados. Pero, claro, eso es la guerra: dejar que tu vida penda de un fino hilo por una causa mayor, hacerse el valiente hasta que te das cuenta de que todo por lo que has pasado puede fundirse junto al plomo de una bala certera. En cualquier caso, yo seguía en mi mundo.

En los años que sucedieron predominó el hambre y la pobreza. Tenía yo 9 años cuando por primera vez eché en falta sobre mi plato las verduras que siempre rechazaba. En mi familia dejaron de abundar los víveres y tuvimos que comenzar a comer solamente una vez al día. Resulta increíble cómo tu percepción de la realidad puede verse tan afectada y nublada en apenas meses. Para mí fue como una bofetada que me hizo contemplar el abismo que realmente había entre lo aprendido y lo que me esperaba ahí fuera.

Como casi todos los negocios de mi ciudad, el taller de mi padre se iba a pique; y con él nuestros ahorros. Afortunadamente, sacamos algún que otro beneficio y conseguí rematar mis estudios. A mis 16 años, y ya con una idea de a lo que quería dedicarme, intenté de todas las maneras posibles encontrar un empleo, pero mi no dio sus frutos. Como única opción me quedaba el taller de mi padre, así que trabajé con él codo con codo; sabíamos que no sería fácil, pero el dinero era la prioridad y tenía que ayudar a toda costa.

Tras 14 años de exhaustivo trabajo, nuestra pequeña carpintería tenía ya un nombre en Vigo, vendíamos como ninguna otra en el lugar. En ese pequeño instante de mi vida, sentía que las cosas irían para bien por fin, que el viento soplaba a nuestro favor. Por desgracia, me equivocaba. Una carta nos comunicó lo peor: el viejo carpintero había sido asesinado en un conflicto con dos atracadores. Estoy seguro de que mi padre hubiera estado orgulloso de lo que llegué a ser. Nunca dejé de pensar en ello. Heredé algunas de sus pertenencias y, obviamente, el taller.

En unos pocos días, toda la autoestima que me acorazaba se derritió y dejó a su paso un mar de inseguridades y autocríticas. Sentía que todo lo que tocaba acababa en llamas, y que el humo que desprendían me ahogaba lentamente. Eso sí, yo no tenía pensado rendirme tan temprano: trabajé con más fuerza que nunca, con la memoria de mi padre como motivación y ayudar a mi familia como objetivo. En mi hombro izquierdo, el ángel que me sugería apoyar a mis seres queridos; y en el derecho, el demonio que me incitaba a hacerme mejor y más grande, a alimentar mi ego para sobrepasar a cualquiera que se interpusiera entre yo y mis objetivos. Pensé que controlaba ambos, pero no era así: uno crecía a una velocidad vertiginosa, el otro, desaparecía.

Fue en 1975 cuando por primera vez la muerte de alguien me hizo contentar. Sin Franco al mando de España, mis posibilidades como comerciante se expandieron de manera abrumadora: comencé a nacionalizar mi negocio, que se tornó en una empresa en apenas meses. Sin darme cuenta, estaba ofreciendo a la gente el puesto laboral que me habían denegado en mi adolescencia; una especie de venganza, supongo. Más tarde, el dinero me hizo arrogante: cada vez veía más y más dinero en mi cuenta bancaria, y me sentía omnipotente, eufórico. Tuvieron que pasar 20 años para que una empresa internacional me parase los pies ofreciéndome una gran suma a cambio de mi negocio. No pude rechazarla.

Ahora, tirado en una camilla y sin nadie que me consuele ni llore conmigo, reparo en que todo lo que hecho en la vida ha sido por y para mí. No he podido compartir mis triunfos con nadie y la ayuda económica a mi familia ha llegado demasiado tarde. He bebido a grandes tragos mi tiempo pensando que era una necesidad cuando debería haber disfrutado cada gota de él; y ahora que la botella está vacía, la sed es mi peor enemiga. Por esto es la vida una mentira: hace que le restes importancia a lo efímero haciéndote creer que es eterno y te centra en lo irrelevante. Y así, he pasado de la portada al epílogo en un abrir y cerrar de ojos, y nadie querrá leer mi historia. Y yo que llegué a creerme invencible, ahora no soy más que materia desvaneciéndose.

Henrii14

Bonita MentiraWhere stories live. Discover now