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After the Game [01]

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Respirando pesadamente, me incliné y apoyé las manos sobre las rodillas

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Respirando pesadamente, me incliné y apoyé las manos sobre las rodillas. Tomando un sorbo de agua de la botella, miré al entrenador, tratando de prestar atención a lo que decía.

—¿Dónde diablos está la defensa, chicas? Veo a cinco jugadoras frente a mí empapadas de sudor, pero en la pista veo a cinco jugadoras holgazaneando y viendo pasar la pelota. Brazos arriba, cabezas en el juego y mantener la pared sólida, ¿me oís? Nada tiene que pasar. Nada.

Asentí con la cabeza mirando a mi alrededor, me encontré con los ojos de mis compañeras de equipo. El entrenador me miró expectante. Me enderecé y aparté el pelo mojado de los ojos.

—Muy bien. Estamos cinco puntos por debajo y sé que ese grupo de snobs engreídas piensa que tienen ganado este partido. Quedan tres minutos y están pensando, ¿qué mierda van a hacer esas chicas en tres minutos?

Dije esto con calma, tratando de restar importancia a una situación cargada de estrés, miedo y presión. A nuestro alrededor, los estudiantes de Dallington High gritaban y vitoreaban. Las gradas rodeaban casi todo el gimnasio y no se veía ni un solo asiento vacío. Las luces brillaban en lo que podrían ser alrededor de 800 pares de ojos, la mayoría de los cuales miraban con anticipación nuestro pequeño grupo. Tratando de bloquear el ruido a mi alrededor, me incliné hacia delante y sonreí.

—Os diré lo que podemos hacer en tres minutos. ¡Vamos a meterles el marcador por el culo a esas ricachonas de escuela privada y les vamos a mostrar cómo se gana de verdad un partido!

Al verlas sonreír ante esto sentí que la tensión se aliviaba. Seguía allí, espesa y asfixiante como siempre, pero ahora podíamos respirar. Me giré para observar a los ojos a cada una de mis compañeras de equipo, estaban perdiendo la concentración debido a la presión.

Dannie Wellington, nuestro centro y la chica más alta de nuestro equipo, estaba muy pálida y, aunque sonreía, sus ojos reflejaban derrota. Julie O'Connor, nuestra defensa y que siempre estaba callada, miraba a la multitud con expresión enferma. Maya Fitzgerald, nuestra ala-pivot, hacía todo lo posible por seguir sonriendo, aunque le temblaban las manos y también miraba a la multitud. De pie a mi lado y sonriendo mientras escuchaba los gritos de la multitud, estaba mi mejor amiga y la alera del equipo, Christie Blackwood.

Me miró y me dio un codazo, riéndose mientras susurraba:

—Oye, ¿es este inspirador discurso número 500 el que estoy escuchando?

La ignoré y levanté un poco la voz.

—¡Vamos chicas, sabéis que podemos ganarlas! Lo hemos dejado para los últimos tres minutos para enseñarles a todos cómo se hace —señalé con el pulgar hacia las gradas, indicando a la multitud—. ¡Un partido que vale la pena animar! Así que, ¿qué tal si les damos algo de lo que hablar el lunes por la mañana? Hemos ganado partidos con menos posibilidades que este. ¿Qué tal si les damos algo por lo que gritar de verdad?

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