Tale.

18 1 0
                                    

Siempre inmóvil, duro, con articulaciones que se mueven, que se mueven con dificultad, yo permanecía. Allí donde me ponían debía estar, en la posición que me colocasen, yo me quedaba.

Mis pies no tocaban el suelo, mi cuerpo no estaba cubierto de telas, mi cabeza no tenía ni un solo pelo, no tenía orejas, ni ojos, ni boca, ni nariz, ni unos dedos que mover. Mi cabeza no estaba hueca, era toda de madera, como mi cuerpo de arriba abajo, mas aunque fuera de madera no era un pinocho que un Gepeto fuese a dar vida.

Yo sentía cada sensación de mi alrededor, cada cambio de mi ambiente rozaba mi astillado cuerpo, pero yo no podía dar señales de vida... excepto cuando todo se volvía frío y sombras cubrían mi cuerpo, horas de oscuridad daban vida a latidos en este sólido pecho. Con mucho cuidado bajaba de aquel alambre que sostenía mi cuerpo y yo tanto odiaba. Entonces me agacho y voy palpando  el suelo donde caigo, cualquier cosa a mi alcance. Paso mis horas de libertad así, admirando cada arruga del medio donde me hallo, parece mentira, todos los día más diferente, noto nuevos matices, para algo que no tiene más sentido que su tacto, todo cuanto siento me emociona y si tuviera ojos lloraría, aunque pudiese estropear mi rostro macizo.

Después sentía calor en mi superficie, era hora de regresar a mi posición, el frío me cobijaba, el calor me recordaba cual era mi lugar.

¿Qué era yo? Ni siquiera podía alcanzar a saber donde me encontraba totalmente, cada frío momento aprovechaba para investigar una pequeña parte del lugar donde me hallaba.

Aún me quedaba mucho para completar el puzzle donde yo encajaba, si lo hacía si quiera.

Sueños de EsperpentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora