¿Azul?

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Cuando desperté aquella mañana, no esperaba encontrarme en una habitación completamente blanca. Y con ''completamente'' quería decir completamente. Cama, suelo, paredes, armario, puertas, estantería (libros incluidos), escritorio, silla, un pequeño sillón junto a la cama y lámparas. Demasiado blanco, extraño. Por otra parte, continuaba llevando mi camiseta rosa de Tom y Jerry que usaba para dormir y mis braguitas, y a mi lado en el suelo mis zapatillas de estar por casa. Como si simplemente me hubiera teletransportado a otro lugar mientras dormía... Algo que no me suele pasar normalmente.

Mi casa no tenía ninguna habitación como aquella en la que me encontraba, por tanto aunque resultara costoso planteármelo, o me habían raptado o me había emborrachado y no me acordaba de nada...  A mi cabeza no llegaba en aquel momento ninguna otra posibilidad. Tenía hambre, algo irrelevante para aquel momento, pero con comida en el estómago siempre se ha pensado mejor, ¿no?

Intenté recordar qué había hecho la noche anterior, pero nada, o el día anterior y de nuevo... Nada. Tenía la mente totalmente en blanco. Qué irónico vaya. Como si todo se hubiera borrado. Sabía mi nombre, Rebeca Agnelli, tenía 17 años, mi cumpleaños era el 6 de agosto y bueno recordaba mis gustos y aficiones. Todo lo relacionado conmigo misma aparecía en mi mente como flashes al pensar en ello. Pero no recordaba a nadie, ninguna persona, sabía que tenía padres, familia, amigos, pero no quiénes eran ni cómo eran ellos. Debía relajarme, no podía alterarme y ponerme a gritar como una loca, eso no me ayudaría. No encontraba ninguna razón a qué ocurría con mi memoria, pero tampoco sabía dónde estaba ni quién se encontraba allí, tenía que tener cuidado y ser sigilosa.

Decidí levantarme e intentar salir a inspeccionar, pero antes buscaría en el armario que había allí algo que pudiera servirme y que me cubriera algo más, en caso de que tuviera que huir o quién sabe qué.

Durante unos minutos estuve revolviendo todo el armario buscando entre toda aquella ropa de tío, y blanca casi en su totalidad, para variar.

- Estos pantalones deberían servirme...  -murmuré para mí mientras los cogía en alto mirándolos-.

- Ya te has despertado –pronunció de repente una voz masculina, haciéndome saltar en mi sitio del susto-.

Me giré rápidamente y en mi cara apareció una mueca de sorpresa por la irrupción de aquel chico, muy atractivo por cierto, pero ésta despareció inmediatamente tras mirarle a los ojos. Me invadió un sentimiento de paz instantáneo. En mi interior noté una mezcla de confusión, con interés por él, pero no miedo. Me transmitía, extrañamente, confianza, y extrañamente porque no recordaba haberle visto en mi vida.

- ¿Me conoces? ¿Te conozco? –dije señalándonos a ambos- ¿Qué hago aquí?

- Bueno solo sé tu nombre, Rebeca, pero no, tú no me conoces a mí, aunque eso cambiará ahora –sonrió- Y bueno es una larga historia –chasqueó la lengua-.

- Mientras pueda desayunar, tienes todo el tiempo del mundo para contármelo –dije relajada y me puse aquellos pantalones que aún sostenía en mis manos- Imagino que son tuyos y que no te importará prestármelos, ¿verdad? –asintió con su cabeza- Y aunque lo hiciera me los pondría igual – mi ironía relució y le sonreí ¿amable? y me acerqué a él esperando que me dirigiera a donde fuera que desayunaría, o desayunaríamos-.

Se rió y me quedé embobada con él. ¿Qué estaba haciendo? No podía estar tan tranquila y despreocupada, actuando como si nada cuando no tenía ni idea de quién era él, ni de dónde estaba y por qué. 

(...)

En la cocina de aquella casa, suya imaginaba, me sirvió un zumo de naranja, sacó una caja de donuts de chocolate  y nos sentamos en la mesa que había junto a la ventana de la estancia. Estaba hambrienta.

- Dios... -cerré los ojos y saboreé el primer bocado de aquel dulce que amaba con todo mi corazón-.

- Realmente esto es lo mejor del mundo –dijo con la boca llena tras zamparse medio donut de un bocado-.

Me bebí medio vaso de zumo de un trago y se extendió un silencio durante un par de minutos, un silencio cómodo, durante el cual me dediqué a mirar por la ventana. Aquel lugar me resultaba familiar.

Comimos sin pronunciar palabra y acabamos con la caja de donuts.

- Soy Jayden.

Le miré fijamente durante unos segundos y al parecer mi cabeza finalmente reaccionó, la desconfianza se apoderó de mí por primera vez tras haberle visto y me levanté rápidamente de la mesa, apartándome de él. Busqué con la mirada alguna salida. Estaba alterada y nerviosa de repente. Un cambio de actitud demasiado repentino, estaba muy confunidida conmigo misma.

Él se levantó cuidadosamente y dio un paso hacia mí.

Le advertí con mi mirada de que no se acercara. No tenía miedo, pero no sabía nada de nada. ¿Dónde estaba? Esa pregunta daba vueltas en mi cabeza sin parar. Hasta aquel momento ni siquiera me había fijado en que aquella parte de la casa seguía siendo blanca por completo. Y su sudadera también era blanca. ¿Tenía un fetiche con aquel color o qué?

- No voy a hacerte daño -dijo de manera obvia, y volví a centrar la atención en él- déjame explicarte todo.

Di con la que parecía la puerta trasera y corrí hacia allí tan rápido como pude, aunque intuía que él me atraparía sin esfuerzo.

Efectivamente, antes de poder abrir la puerta Jayden atrapó mi brazo y me hizo girar, quedando frente a él. Apoyó su otra mano en la puerta a mi espalda y me miró serio.

- No puedes salir así- dirigió su mirada hacia mi cuerpo-.

- ¿Perdona? -fruncí el ceño e intenté soltarme de su agarre-.

Hizo caso omiso a lo que dije y aún cogiéndome me guió de nuevo a la que suponía era su habitación, donde yo había despertado. Entramos y cerró la puerta, para después dirigirse al armario y buscar algo.

Me subí a la cama y apoyé mi cabeza en mis rodillas. Suspiré.

Noté el colchón hundirse pero ni me inmuté.

- Toma -levanté la mirada y vi como me ofrecía una camiseta azul-.

- ¿Qué problema hay con la mía?

- Éste es tu color.

Le miré fijamente y fruncí el ceño. ¿Cómo que era mi color? ¿Qué coño signifcaba eso?

- ¿Qué?

- Póntela y ahora te explicaré todo, pero no intentes irte, por favor -suspiró, se levantó y se dio la vuelta-.


Debía suponer entonces que el blanco era entonces ¿su color?

Tiene sentido, pensé irónicamente.

Me quité mi camiseta de pijama y me puse aquella de color azul clarito. Era grande pero me gustaba, yo siempre llevaba camisetas de tallas más grandes que la mía y ésta me llegaba por medio muslo. Me acerqué a él y le puse una mano en el hombro. Se giró hacia mí y se dirigió de nuevo a la cama para sentarse. Le imité. 

- Te va a parecer un poco raro todo... -comenzó, se rascó la nuca-.

ColoréameWhere stories live. Discover now