Prólogo: Masacre

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Florencia, 1985.

❝Inocencia tenía planes para la vida, pero la vida también tenía planes para ella❞

Las aves surcaban el cielo y volaban justo como ella deseaba volar, pero no era un ave, y aunque tenía alas largas y soñaba alto se hallaba atada a una pequeña jaula.

Mientras miraba la imponente maravilla con melancolía cuestionaba la hipótesis de si alguna vez lograría hacer cosas grandiosas que estuviesen destinadas a ir a través de mundo y que, a su vez, aquellas cosas la llevasen a ella más allá de la frontera.

Su estado de meditación la sumía en un mar de profundas fantasías, lograba conectar con cada sonido cercano a ella y con cada sentir que entrase en contacto directo con sus poros; las ramas de los árboles sacudiéndose con el viento, las raíces arrastrándose bajo la tierra para entrelazarse entre ellas, los pájaros cantando en los nidos, las hormigas dando pasos retumbantes y subiéndose descaradamente sobre su piel y a ella no le molestaba, pues al fin y al cabo, estaba aplastando con todo su peso la tierra que tanto les pertenecía.

Tenía 17 años y comprendía la importancia de la naturaleza y el valor de otros seres con vida más que aquellos que llevaban el doble de su edad bombardeando por paz.

Cerró los ojos e ignoró el pensamiento. Odiaba la guerra. Si había algo que apreciaba de aquel lugar era la paz que encontraba y lo segura que estaba tras esas paredes. No obstante, aquello no significaba que Inocencia gozara de la idea de morir estancada en un colegio de monjas, concebía la idea y le producía ansiedad y desespero.

Su gran anhelo era escapar.

Escapar era un sueño.

No pensaría que la tranquilidad en la que había sucumbido sería quebrantada esa misma tarde, dejándola con un sabor de boca que se albergaría en sus papilas durante mucho tiempo.

Su día brillante fue teñido de sangre.

El sonido brutalmente exaltante, proveniente de ametralladoras, resonó y la hizo saltar sobre sus pies; no era un sueño, la ensordecían y no podía ser más real. La angustia se apoderó de ella.

Era un desenfrenado tiroteo y de repente, por instinto, corría lejos de cuyo sonido no había escuchado antes más que en películas de hombres malos y despiadados, descalza, escuchando el crujir de un par de hojas secas, lastimando sus pies al tiempo que se encontraba con ramas y rocas pero únicamente preocupada por huir.

Se trepó al árbol cercano al muro que la separaba del mundo exterior, o al menos eso intentó cuando divisó a dos hombres de rostro cubierto correr hacia su encuentro a lo lejos y soltar un disparo que iba dirigido a ella. Al instante, se tiró al suelo sin saber adónde fue a parar la bala, levantó la mirada y ellos se acercaban cada vez más, sus cuerpos más robustos y grandes que el de ella, eran más rápidos y ágiles; el más bajo de ambos planeaba dispararle sin vacilaciones, ahora sin fallar, fue entonces cuando Inocencia escondió la cabeza entre sus manos, decidiendo que no quería morir mirando a los ojos a quien le arrebataría la vida.

—¡Inocencia!—un grito desgarrador saltó fuera de la garganta de Abigail, su querida tía, captando la atención de los hombres armados. 

Lo siguiente sucedió en un frenesí; había avistado a su tía corriendo hacia ellos, gritando su nombre, el chico que en un principio le había dedicado una bala, dejó una incrustada en el corazón de la mujer, que segundo después tambaleó fuera de sus pies.

Inocencia gritó.

La masacre apenas comenzaba.

Inocencia & Las 21 ArmasWhere stories live. Discover now