Nubes Grises

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Amaneció nublado, la suave lluvia caía sobre la casa a un ritmo acompasado que me invitaba a dormir. Pero no podía, apenas había podido dormir en toda la noche. Una extraña sensación atenazaba mi garganta, me recordaba a cuando de pequeña me emocionaba por un viaje, sin embargo, esta sensación no era de emoción, era de incertidumbre, y miedo por todo lo que estaba pasando.

Alguien tocó mi puerta, supuse que ya era hora. Suspirando, me levanté de la cama, siendo plenamente consciente del frío del suelo, y de la habitación en general. Sabía que era la última vez que la veía y era una sensación extraña, muy extraña. Me cambié cómo todas las mañanas, sin embargo, de manera más lenta, metódica, cómo si fuera un ritual. Me puse ropa sencilla, en tonos opacos, blusa azul oscuro y pantalones negros, que, irónicamente combinaban con el clima de la mañana. Me recogí el pelo en una sencilla cola y me puse mis tenis más cómodos. Después metí las últimas cosas a la pequeña mochila que llevaba con mis pertenencias más básicas, una mudada de ropa, mis auriculares y algunos objetos de higiene personal. El teléfono tendría que dejarlo en casa, pues podían usarlo para rastrearnos. Luego ya compraríamos otro en el camino, por lo que lo único que hice fue sacar la memoria con toda mi música y fotos del antiguo y la introduje en mi antiguo mp3, el cuál si podía llevar pues no se conectaba a internet.

Finalmente salí de la habitación, despidiéndome silenciosamente de todo lo que había en ella, sabiendo que no lo vería en un largo rato. Un trueno sonó en solitario a la distancia mientras me dirigía a la cocina. El lugar nunca había tenido demasiada luz, pero hoy se veía bastante siniestra, más oscura de lo normal. Ignorando el escalofrío que recorrió mi espalda, me serví un plato de cereal con leche, rechazando cualquier comida que me ofreció nuestra cocinera. Sentía el estómago revuelto y a duras penas podría tragar nada.

Mi madre ya estaba en el comedor, frente un plato de pan tostado con mantequilla y jalea. Volteó la vista hacia mí y no sé que fue más extraño, si su inusual elección de desayuno o la mirada que me dedicó, mirada que en mi vida había visto antes. Pude vislumbrar miedo en sus ojos, sentimiento que jamás había visto en ella antes. El ver a mi inflexible madre desmoronarse de esa manera fue un duro golpe para mí. Ahogué un ligero sollozo al sentarme en la mesa, justo frente a ella. Un tenso silencio invadió el lugar, hasta que decidí romperlo, sin poder aguantar más la situación.

—Buenos días... — Dije en voz queda.

—Buenos días, hija. —Contestó cómo lo hacía siempre, con la voz de siempre, pero no con el tono de siempre. Parecía distraída, sin enfocarse en nada en específico cuando lo usual era que mantuviera su vista fija en su tablet, sumamente concentrada en algo.

La puerta principal del comedor crujió de repente, haciéndonos a mi madre y a mí voltear sobresaltadas hacia ella. Un suspiro de desánimo lucho por salir de mi garganta al ver a mi padre. Se veía cansado y parecía mucho mayor a unos cuantos días atrás. En lugar de vestir su traje de trabajo normal, llevaba un saco color gris con detalles dorados en las empuñaduras. El logo de la federación estaba bordado con hilo dorado del lado izquierdo. En sus hombreras se veían tres estrellas doradas sobre tres franjas rojas delgadas, signo de su rango en el ejército; coronel. Detrás de él venía mi hermano mayor, Kouichirou, uniformado de la misma manera, pero su traje era el azul de la marina y en las hombreras sólo se veía una estrella, pues su rango era el de comandante.

Se sentaron uno frente al otro, mi padre a la par de mi mamá y mi hermano a la par mía. Ambos nos saludaron afectuosamente. Kou había llegado la noche anterior a la casa. No puedo describir la alegría de verlo de nuevo y el desánimo de tener que hacerlo en esa situación.

Había llegado más o menos a las cinco de la tarde, con aspecto cansado, pero con una enorme sonrisa en su rostro. Llevaba el gorro de oficial en la mano izquierda y una mochila con sus cosas en la izquierda. Se veía mucho más bronceado que el año pasado y había crecido en tono muscular. Sus pómulos se veían más marcados y las ojeras sugerían que no había dormido mucho en los últimos días, sin embargo, en el momento en que me vio, dejó todas sus cosas en el suelo y corrió a abrazarme. No pude más que reírme por su exagerada reacción y abrazarlo con igual ímpetu.

Misión: ProtegerlaWhere stories live. Discover now