En todo triangulo

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En todo triangulo

Sobre la espaciosa mesa del comedor se hallaban dispersos cuadernos y libros de Geometría que servían de material a un puñado de estudiantes quienes se preparaban para presentar el último examen final. Así culminaban su sexto año de bachillerato.

Estaban entre los mejores del salón. Su desempeño a lo largo del año había sido tan bueno que llegarían a presentar el examen necesitando muy poco para ganar la materia.

Pero se esforzaban para conservar el nivel logrado a lo largo del año.

Algunos de los cuadernos estaban marcados con la palabra Tesis; era una especie de apoyo o guía que el profesor les había dado y contenía un centenar de preguntas claves sobre todos los temas vistos a lo largo del año.

Era graciosos ver como entraba la muchacha del servicio trayendo una bandeja de plata con vasos de coca cola y galletas para ellos.

Por esos días toda la casa estaba al servicio de los estudiantes. Con la tensión propia de la temporada de exámenes, había que atenderlos como reyes.

Abdón era el menor de ellos. Flaco y pequeño, aun parecía un niño. Era un tanto excéntrico. En una época, llegaba al colegio en bicicleta.

Mientras iba a toda velocidad, lucía un abrigo muy grande para su modesto tamaño. De manera que parecía estar volando por las calles del pueblo. Eran las ondas nadaístas que llegaban a la provincia.

La imagen se completaba con unas grandes gafas negras que le daban el aspecto de un ciego.

Pero Abdón era brillante. Casi no llevaba cuadernos en las clases. Como si tuviera el conocimiento infuso.

En cambio Bernardo era alto, gordo y lento al caminar. Pero era también muy inteligente. Vivía riéndose y haciendo chistes. Su letra manuscrita era perfecta. Los apuntes de sus cuadernos eran impecables.

Y hasta eran consultados por los propios profesores para recordar los temas vistos en clases anteriores. Bernardo llevaba siempre un trapito de dulce abrigo rojo en su bolsillo trasero.

Lo utilizaba para limpiar el escritorio, antes de abrir su maletín. Aunque algunas veces vi que con el mismo trapito limpiaba el polvo de sus zapatos, al entrar al salón de clase.

También estaba Raúl, excelente jugador de futbol y muy buen estudiante. Ocupaba casi siempre el primer lugar en la evaluación mensual de todo el grupo. También era de baja estatura, aunque de complexión robusta. Me parece verlo sacando pecho junto a la bandera cada fin de mes, de cara al sol.

Y así lo reconozco con su andar cansino, ahora que frisa los 80 años de edad.

Había otros que se integraban al grupo en ocasiones. Según las circunstancias. Pero el grupo básico estaba conformado nosotros tres: Abdón, Bernardo y Raúl.

En la temporada de exámenes finales tenia vigencia ese antiguo proverbio paisa: el día de la quema se verá el humo. Todo el esfuerzo

realizado durante un largo año de clases, se concretaba con el rendimiento en los exámenes finales. Había que ganar el año.

Recuerdo a Don Israel Bernal. Muy serio, muy estricto. Al empezar el año, se paseaba por entre las filas de los pupitres, todos estábamos en un silencio solemne, y hacia poner de pie a los estudiantes repitentes. Desmenuzando palabra tras palabra, les endilgaba su fracaso y les reprochaba la traición a la patria, a la familia y a ellos mismos.

Quedaba en todos nosotros un sentimiento amargo de escarnio.

Uno que continuamente llegaba al grupo a pedir ayuda era Santiago. Pésimo estudiante. Había que remolcarlo. Era fastidioso su interés exclusivo por ganar los exámenes y su desprecio por el conocimiento.

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⏰ Last updated: Apr 29, 2018 ⏰

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