I N F I N I T A S

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Caminábamos en silencio. A veces me venía a buscar a casa sólo para caminar en silencio. Cosa de estar sola pero no estarlo, de qué si necesitaba abrir la boca había alguien para escucharla. Entonces, cada una en la suya, cruzamos todo el barrio casi sin cruzarnos a nadie. Estaba oscuro, era de noche y no hacía falta mediar palabra. Estábamos bien así, calladas. Me tuve que contener de decirle un montón de cosas. Son pocas las veces que ella no dice nada y parece tan tranquila; y yo moría de ganas de romperle el silencio en la cara y pedirle que active un poco. Necesitaba pedirle que se cure, aunque me vaya a odiar, aunque se lo haya dicho tantas veces. Curate, nena, curate de una vez que te veo caer y desespero. Se iba a reír de mí. "Alma, no podes curar a todo el mundo, por favor, quedate tranquila, ya va a pasar" y yo me hubiese quedado callada hecha un fuego por dentro. Fuego que quemaba por la necesidad de pararle el carro a su autodestrucción. Pero, estaba empezando a entender, si ella todavía no sanaba era porque no estaba lista. La noté perdida y me perdí un poco con ella. Deje mi cabeza irse y me encontré con un montón de cosas que evidentemente estaba ocultándome. Siempre me resultó fácil mentirme.

Casi sin pensarlo estábamos abriendo la puerta de mi casa. Ninguna de las dos prendió la luz. Puso la pava en el fuego y, en extremo silencio, nos sentamos en la mesa de la cocina en nuestras sillas de siempre. Teníamos una rutina armada, en días dónde mi casa se convertía en un teatro y nosotras veíamos la función de la obra muda. Ni una palabra. Ni un solo ruido. Armó el mate, buscó algo para comer, se volvió a sentar en su silla y me miró fijo. Tan fijo que sentí que me estaba mirando por dentro. Estaba segura que me estaba viendo las entrañas, el quilombo en los pulmones, el corazón con taquicardia que siempre tienen miedo que un día falle. Estaba segura que con esa mirada fuerte y penetrante me estaba viendo la sangre correr por las venas, descubría mi miopía y las muelas de juicio que me estaban complicando la existencia. Me imaginé todo esto y me empecé a reír. No pude evitarlo. De a poquito, muy despacito, esperando que no se de cuenta que no podía contener más la carcajada. Y empezó ella también, riéndose muy suavecito, casi sin abrir la boca. Hasta que no pudimos contenernos más.

Nos mirábamos y nos reíamos. Como siempre, con esa complicidad que a veces nadie más entiende porque no queremos que entiendan. Nos mirábamos y no podíamos parar de reírnos. Y nos dolía la panza de seguir a carcajadas en una casa oscura y en silencio. La luz, a veces, es mal interpretada y no se puede valorar lo linda que es la oscuridad cuando se la necesita. El silencio y la oscuridad. Cosas que ella siempre andaba necesitando.

Sé que empezamos a reírnos por contagio pero seguimos riendo por otras cosas. Vernos a los ojos nos hacía acordar a muchas cosas, pero ahora no recuerdo bien el origen de tanta carcajada. Igualmente, aunque no recuerde qué la hacía reír así, no me olvido más de su cara. Los ojos chinos, dientes medio chuecos y las cejas negras. En una mueca de felicidad. Siento que a medida que pase el tiempo, y yo vaya olvidando esas pequeñas delicias de la vida normal, es cuando más me voy a arrepentir de no haberle sacado una foto. Aunque ella no me hubiese dejado. Aunque después haya quedado fea. Tan solo para eternizar ese instante feliz, lleno de vida. De su vida.

Casi sin quererlo empezó a hablar con esa verborragia que tenía muy pocas veces. Cuando estaba en grupo evitaba mirar a todos y mientras hablaba miraba a una sola persona. Cuando estábamos a solas miraba para otro lado porque no podía concentrarse en una sola cosa. Evitó hablar con subtextos y la largó así como venía. Había necesitado salir a caminar porque le había caído el peso de todo lo que venía pensando. Sí, pensé yo, si nunca dejas de maquinar. Pero no se lo dije, porque no le gustó jamás que le remarque lo que hacía. Siguió contando que habían salido a la luz un montón de cosas, que todavía no contaba porque tenía miedo de hacerlas realidad. Y el verbo se hizo carne, dice. Pasa que ella entendió mal todo y no era que escondiéndose cosas iba a frenar que pasen. Aunque estaba convencidísima que sí. Pero no aguantaba tanto así que me contó el miedo. Ese miedo que la estaba corrosionando por dentro, que no la dejaba moverse. Tenía miedo de parecerse a él. De que la hijadeputes sea hereditaria. Qué el fracaso esté marcado en su historia. Sólo por haber nacido donde nació. Estaba cagada hasta las patas de todavía no saber qué hacer y quién ser. ¿Y si se le pasaba el tiempo? No podía así. El miedo te paraliza, le dije. Y se me quedó mirando un rato más. "No es que me paralice, no me entendes. No quiero hacer algo y quedarla. No quiero ser nadie. Necesito ser alguien. No puedo seguir así. Tampoco me muevo porque no quiero ser cómo él. Y si al final, no me doy cuenta, y me vuelvo así? ¿quién me va a frenar?" Y me miró con furia. Con real enojo de no sentirse comprendida. Con un enojo que se acrecentaba a medida que yo la intentaba entender. Porque creía no ser entendida, más que nada porque no quería serlo.

"Soy débil, blanda, sin convicción. No aguanto tanto como vos. A mí me jodió un poco alguien y ya salí corriendo a querer irme lejos. Vos te la bancaste. Yo no soy cómo vos, soy frágil al oleaje. Vos sos de hierro". Y yo me reí de su confesión. A carcajadas. Yo, de hierro. Yo, que tantas veces ella tuvo que volver a juntarme: pedacito a pedacito. Sólo porque aguanto hasta estallar. Hasta que no me da más la vida de tanta presión adentro. Me reí un rato, ante su mirada perpleja, por no poder creer que se viera a sí misma como frágil por no sobrevivir al terremoto de un desencuentro, pero haber sido capaz de sobrevivir a la soledad más pura. Que se sienta frágil porque la tiro abajo algún insensible que pasó y no supo verla.

"-Quizá solo tenes que calmarte, tomarte la vida con un poco más de color y no tan blanco o negro. Quizá si bajas un par de cambios te dejas ser y terminas siendo otra. Estás metida en tu cabeza, volviéndote loca. Ni vos ni yo somos perfectas. Tampoco quiero que lo seamos. No lo necesitamos. Cálmate, cálmate y espera a que termine la tormenta" "-Y cuando se termina?" "-Cuando tenga que terminarse" "-No aguanto más" "-Salí a pelear y déjate de joder, entonces, cabeza de termo".

Y hubo silencio un rato más. Uno de sos lindos, cómodos, tranquilos. Se calmó porque a veces está bien sentirse perdido, porque está bueno seguir volviendo al eje. El mismo eje del que partiste pero necesitas volver. Aunque no sea el mejor. Sólo porque a veces hay que volver. Cantamos un rato, nos reímos un poco más y tomamos mate. Porque a veces para estar bien hay que estar mal. Para valorar que te quieran necesitas sentirte querida. Porque siempre está bueno que te ayuden, aunque no quieras, aunque te creas superman. No somos superhéroes. Nunca lo fuimos. Eramos pendejas con miedo a la vida, a ser cómo nuestros padres, a nunca llegar a ser queridas por alguien que nos cuide más que a sí mismos. Lo extraño era que eso ya lo teníamos. Ya nos teníamos a nosotras cubriendo la espalda de la otra.

Charlamos un rato más de que tiene que relajar la cabeza y dejarse llevar por los impulsos. Tenía que gritar más para liberar esa voz que la estaba dejando sorda en su mente. Escribir. Qué teníamos que escribir para dejar de pensar tanto y trasladar eso a un papel. Soltar. Qué teníamos que aprender a soltar, dejar todo, largarlo, evitarnos los problemas de quedarnos atados al pasado. Ese de mierda que nos estaba jodiendo los planes de un futuro.

Así, como quién no quiere la cosa, estaba más tranquila. Se le veía en la cara cómo había aflojado el cuerpo, largado los nudos que la ataban. Aprendimos a fuerza de filosofía barata, birras y esfuerzos que hay que estar en una cocina venida abajo, en silencio y con buena compañía para poder pasarla bien. Qué ser chico está bueno, que hay que preocuparse menos, jugársela más, dejar las arrugas de preocupación para cuando seamos grandes y largar todo a la mierda cuando sentimos la opresión. Que aprender a abrazar es un gran ejercicio. Que está bien llorar de rabia y gritar de alegría. Y al revés también. Siempre está bien. Aprendimos a viajar con la mente, desde el silencio y la oscuridad. Decidimos pasarla bien en ese viaje. Aprendimos a cantar con los pulmones a todo lo que da. Aprendió, ella, que la vida es cosa de todos y por eso hay que aprender a vivirla.

Casi por casualidad, puedo jurar, que fuimos infinitas. Entonces volvimos a reírnos a carcajadas en el silencio que nos estaba encerrando y la oscuridad que nos marcaba para dónde ir.

INFINITASWhere stories live. Discover now