Capítulo IX: BASTIAAN, EL SOLDADO FUEGO

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Kaya había regresado al mundo de los vivos, aunque no tan viva como debería. Esa mañana se sentó a la mesa y acompañó a su familia al desayuno, todos estaban tanto sorprendidos como a la expectativa, y fue quizás por eso que la señora Malenna no la retó, tan solo se limitó a ofrecerle más pan a su hija después de que ella se comiera uno acompañado con un poco de leche, pero Kaya rechazó el segundo pan.

Cuando terminaron de desayunar la tía Sarah se despidió para irse a trabajar al Fuerte Mar, el señor Víctor, Kaya y Glen bajaron para abrir la lavandería. Ese día Glen trabajó en el mostrador, el señor Víctor estaba un poco reticente al principio, pero cuando Glen agregó que eso se debía a que quería estar al tanto de Kaya aceptó, esta a su vez solo se puso de inmediato a asear la tienda, pero había algo distinto en ella.

Su mirada estaba apagada y sus ademanes eran lentos y melancólicos. Era como si hiciera sus deberes en automático, sin nada de la chispa que siempre la había caracterizado. Glen apoyó el mentón en la mano y miró a su amiga. Kaya llevaba una falda color marrón, una blusa blanca y botines marrón claro, el cabello atado en una cola y lo más preocupante, la tristeza se le dibujaba fuerte en el rostro.

Glen pensó en su conversación con Ian, según lo que había podido sacar en limpio de ella era que el joven Macorne se había enterado del noviazgo de su amiga con Urien y había decidido intervenir, lo cual quería decir que el rompimiento de Urien y Kaya tenía por principal promotor a Ian Macorne. Glen meneó la cabeza, sí, quizás Ian había tenido que ver, pero ello no justificaba a Urien. ¿Si de verdad hubiera querido a Kaya se hubiera dado por vencido tan fácil? ¿Por qué renunció a Kaya tan rápido? ¿La había querido aunque fuera un poco siquiera?

Glen se sintió molesta, de ver como su amiga estaba tan triste por un idiota de Agua. Ya no podía negarlo, Ian tenía razón, ambos tenían una cosa en común: no querían a sus seres queridos con extranjeros. La muchacha extrajo el collar de su blusa y aferró la moneda con la mano derecha, haciendo que los bordes metálicos se clavaran en la piel de su palma. La puerta de entrada entonces se abrió con un estrepito, haciendo a Kaya soltar la escoba que fue a dar al suelo con un ruido y a Glen soltar su moneda que cayó sobre su pecho, bamboleándose en la cadena que rodeaba su cuello. Ambas chicas miraron hacia la puerta, mientras un chico todo vestido de negro luchaba con un gran cargamento de bolsas de lona.

En total el joven pasó tres a través de la puerta, para luego secarse el sudor de la frente y soltar un suspiro de cansancio al cerrar la puerta. Tenía el cabello bien recortado, como la mayoría de soldados, además era un cabello negro, igual que sus ojos, Glen pudo percatarse, por otro lado parecía ligeramente distinto al resto de soldados Fuego. Aquel chico aparte de no ser pelirrojo como la gran mayora en Fuego, tenía una sonrisa en los labios y no era una sonrisa arrogante como las de Ian, era una amigable, que transmitía calidez, además su piel blanca estaba lisa, sin cicatrices causadas por el Fuego, las cuales eran muy comunes en los soldados de Fuego, o al menos era lo que Glen había notado del poco tiempo que tenia de verlos rondando por Talamh.

—Buenos días, ¿el lavandero? —Kaya lo ignoró de inmediato, recogió la escoba del suelo y siguió con la limpieza, Glen se irguió en el mostrador.

—Esta atrás, pero puedo ayudarte.

—Oh que suerte —dijo acercándose con lo que a Glen le pareció una sonrisa que invitaba a reír con ella—. Quiero decir, es una suerte que no seas el lavandero, porque ya comenzaba a creer que a ese viejo de Gaar comenzaba a fallarle la vista. Me dijo que el lavandero era un señor, no una bella jovencita. —Por instinto Glen llevó la vista hacia Kaya que seguía barriendo como si tal cosa. En otros tiempos habría comenzado a hacerle guiños y sonreírle desde atrás del joven soldado, pero ni siquiera alzó la vista.

Voluntad de Tierra [Razas #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora