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Capítulo 2. Correo equivocado.

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Correo equivocado

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Correo equivocado.

La tarde había caído en la pequeña ciudad de Tucson, dandole pasó al frío viento de noviembre. Viendo por última vez como las ramas de los árboles se movían desquiciadas de un lado a otro, cerré la ventana, acomodando a la vez las cortinas. La jefa nos había dado a todos los empleados el día libre y mis compañeros sin perder tiempo, armaron una mega fiesta en casa de uno de ellos. Tuve que insistir mucho para que dejaran de pedirme que fuera. No es que no me gustaran las fiestas pero por primera vez tenía el día libre después de mucho tiempo y sin duda quería celebrarlo. ¿Qué mejor que pasar tu día libre en tu casa viendo las series de Diarios de Vampiro? Aquella fiesta podría esperar.

Encendí el televisor más que lista para ver a mi hermoso y mega guapo Damon Salvatore, cuando escuché toques en la puerta principal. A regañadientes me levanté del sillón, rozando con mis pies el cuerpo de mi gata.

—¿Sí? —musité, abriendo el portillo.

Una chica de aspecto joven, usando el uniforme de cartero me entregó una pequeña caja marrón. Fruncí el ceño cuando me indicó que firmara el documento de entrega.

—Que sea rápido, por favor, ando con prisa —masculló, dándome un bolígrafo negro.

Alcé las cejas y asintiendo, firmé la blanca hoja. La chica suspiró y dejándome con el paquete en mano, se marchó. Cerré la puerta y lo coloqué en la mesa.

—Estoy segura de que no he pedido nada... —Le di la vuelta a la caja, buscando el nombre del destinatario—. Jared Patterson.

Me eché para atrás, dándome cuenta de que la chica había entregado un paquete a la persona equivocada. Sin embargo, ¿quién era aquel Jared Patterson? Éramos pocos en el edificio y a la mayoría los conocía desde hacía mucho. Jamás había escuchado ese nombre y su dirección confirmaba que vivía en este lugar. El cuerpo de mi gata pasando por mis piernas, hizo que diera un leve brinco.

—Sí, Millie, le entregaremos esto a la persona que le pertenece.

Agarré el paquete con fuerza y salí del apartamento. Observé el número de habitación que estaba escrito en la caja y caminé hacia la numero siete. Esta estaba a solo dos puertas más de la mía. Me llené de valor y di pequeños toques en el pórtico de madera. Unos segundos después alguien la abrió, dejándome totalmente atónita.

—¿Pasa algo?

El chico que tenía de frente llevaba el cabello mojado con una toalla puesta en uno de sus hombros. El tono que había usado había sido uno de molestia. Parpadeé dos veces. Si me hubieran dicho que el dueño de la caja era el chico malcriado en silla de ruedas, le hubiera pedido el favor a la vecina de al lado. No obstante, eso no era lo único que me había sorprendido. Su abdomen —bien estructurado— estaba al aire libre como si nada. Al parecer le había interrumpido el baño.

—Esto es tuyo... —susurré, sintiéndome de pronto como una tonta.

El chico alzó una de sus cejas, colocó sus manos en las ruedas y se acercó a mi lentamente. Tragué saliva, sintiéndome nerviosa e incómoda cuando estaba a solo centímetros de mi cuerpo. Una sonrisa se fue formando en mis labios, pero de inmediato fue remplazada por una mueca al sentir que el pelinegro me arrebató la caja. Lo había hecho con tanta fuerza que había tenido que aguantarme de su silla para no caerme.

—Tonta —escupió, alejándose. Sin importarle que me ayudaba de su asiento.

Me reincorporé rápidamente sin poder creer lo que había presenciado. Antes pensaba que el hombre más idiota en este mundo era mi hermano. Definitivamente, estaba equivocada.

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