Diez años después

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Encendí mi teléfono por enésima vez, deslizando el dedo por la pantalla táctil con impaciencia. Ya casi era la hora de que el timbre sonara y me diese la ansiada libertad. Me encantaba la universidad, pero no las personas con las que tenía que dar clase. Además había pasado una mala noche, como era de esperar en una insomne, pero de una forma un tanto especial. Había vuelto a soñar con aquella mujer, con la voz magnífica que me quitaba el sueño múltiples noches; horas de sueño y estudio perdidas intentando recordar el timbre de aquella voz. En aquel momento, al final de una clase, no podía quitarme su voz de la cabeza, tan lejana...

El timbre sonó por fin sacándome del ensimismamiento, así que alargué la mano hasta mi mochila para colgármela al hombro, viendo al chico que solía sentarse en la cafetería también a mi lado a la hora del almuerzo. Solían entrarme ganas de gritarle que me dejara tranquila y se alejase de mi, que se buscase unos amigos. Pero era demasiado cruel para mí, no era mi estilo. Por eso me limité a asegurar mi mochila en mi hombro, levantarme rápidamente y marcharme, como todos los demás. La profesora gritó desde el fondo del aula algo en inglés, pero ninguno (yo incluida) se esforzó en intentar escucharla.

  Media clase estaba andando por delante de mí hacia la salida, así que al día siguiente no le quedaría otro remedio que repetirlo. Intenté mandarle un mensaje de texto a mi compañera de piso y amiga, Taiga, sin darme cuenta de que estaba en la puerta de entrada del edificio. Estuve a punto de chocarme contra ella.  

- ¿Tai? No te esperaba aquí. ¿Por qué...? - dejé la pregunta sin terminar, haciendo un gesto con la mano.

  Mi amiga nunca salía antes de su hora del trabajo, así que debía de ser algo importante. 

- ¡Que poca memoria tienes! - exclamó mientras ponía los brazos en jarras y yo le sonreía de medio lado.

Siempre que se enfadaba o molestaba, parecía una niña pequeña. Yo sólo era dos años mayor que ella, aunque yo estuviese aún con mi carrera. Ahora se dedicaba a hacer portadas para libros con mucho detalle y perfección, pero principalmente se dedicaba a ilustrar al estilo japonés. En realidad, podría decirse era un trabajo en el que participábamos las dos, y nos gustaba tanto como a los lectores. 

- Ya lo sé, "memoria de pez" - esa expresión siempre ha conseguido sacarme una sonrisa - ¿Qué se supone que debería recordar?

  Le dije a base de señas que volvíamos al piso mientras hablábamos. Aunque a cualquiera le parecía difícil, pero teníamos fluidez de comunicación. Ella compensaba mi tendencia a quedarme callada en las reuniones.  

- Se supone que hoy acabas las clases, y se supone que vamos a salir para celebrarlo. Tienes que salir y coger un poco de sol, pareces un fantasma - hizo un ademán hacia mis brazos.

-Ya sabes que siempre he sido pálida - respondí encogiéndome de hombros y bajando las mangas de mi camisa.

  No me gustaba el concepto que tenía ella de "celebrar las cosas", pero me mordí la punta de la lengua.  

- ¿Qué tal un paseo por la plaza? Hay unas tiendas de ropa geniales. ¡Un plan doble por el precio de ninguno! - exclamó sin hacerme caso.

  Solía ocurrir. No escuchaba porque intentaba planear una tarde entera mentalmente. Siempre decía que casi suspende filosofía en el instituto por esa razón. Siguió explicándome plan tras plan, haciéndome pensar que había pasado la mañana pensando en aquello. Recordé de pronto el momento en el que nos conocimos, a los trece años en el colegio: fue prácticamente una "amistad a primera vista". Ella describe el momento como una conexión entre sus ojos de oro y mis ojos bicolor en una de las pausas para comer. Yo esa situación la recordaba como un intercambio de personalidades. Una chica rodeada de amigos y una chica que se pasaba todo el tiempo libre leyendo. La única humana que consiguió entenderme.  

Una Lágrima de Sangre en la OscuridadWhere stories live. Discover now