Lágrimas del pasado

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Loreley

  Todo empieza con una niña pequeña. Una pequeña pelirroja que se maravillaba con el vuelo de un ángel. Muchas noches se asomaba a la orilla con cuidado de no ser descubierta y deseaba poder volar como ellos una y otra vez. Hasta que se decidió a intentarlo. Saltaba desde el borde del agua; se hundía hasta donde la presión hacía estallar los oídos y después se impulsó con su aleta todo lo posible. Todas las noches, escondida al abrigo de la tenue luz de la luna, intentaba superar la barrera natural que impide a las sirenas volar: saltaba cada vez más alto, con la mano extendida intentando llegar hasta ellos.

Una noche, sin embargo, llegó a rozar la mano de uno de ellos. Nunca había llegado tan alto como entonces, ni había estirado tanto su brazo. Pero la euforia de su éxito no duró mucho, ya que nada más empezar su descenso supo que algo iba mal. Se volvió para darse cuenta de que caería de cabeza contra unas rocas que solía usar para descansar fuera del agua, cerca de la orilla. Se golpeó con violencia mientras sus últimos pensamientos iban para un ángel que intentó agarrar su mano antes de la tragedia, deseando que no la dejara sola.

 El ángel no la capturó en el aire, pero cumplió su silencioso deseo. Él se moría de la preocupación por el golpe, no podía parar de preguntarse si su magia curativa bastaría o si debía arriesgarse a hacer algo más. Era tan joven como la sirena pelirroja, y no debería haber sabido cómo curar. Por suerte para la joven, aquel chico era huérfano y había tenido que aprender a valerse por si mismo, y eso le había valido para ayudarla. Despertó cuando las primeras luces aparecían en el horizonte, y lo primero que hizo fue llevarse la mano a la cabeza como acto reflejo. No le dio la importancia que debería a la sangre, porque se distrajo con una pregunta: "¿por qué estoy viva?"; se giró en todas direcciones sin una idea mejor para buscar respuestas, y entonces vio una figura tumbada a su lado. Era el chico que había estado cuidando de ella, que se había quedado dormido con cara de preocupación. Como le habían enseñado, desconfió de sus intenciones.

  Una parte de ella se rebeló contra el adiestramiento. Verlo tumbado con el ceño fruncido hizo que sus manos y su estómago se calentaran de una ternura enorme. No sabía por qué estaba él a su lado y tan cansado, pero esa ternura impidió que pudiese imaginar al chico haciéndole daño. Sentía que él de alguna forma la había ayudado. Se quedó a su lado hasta el atardecer, cuando por fin despertó. En su imaginación, todos los ángeles tenían el pelo rubio y una piel inmaculadamente blanca, pero el muchacho era todo lo contrario. Sus ojos eran de un negro profundo, como un pozo sin fondo, los que eran de esperar en ella. El cabello, lleno de pequeñas gotitas de sudor, parecía madera de ébano.  

  Su físico era parecido al de todas las demás sirenas que ella conocía, salvo por la cola de pez y las alas de ángel. Se comparó inconscientemente con él: pelo rojo, ojos de colores distintos (dorado y rojo) y sus escamas brillaban como el oro. Algo extraño que no cuadraba, igual que todo lo demás en ella. Se quedó mirando al ángel a los ojos, y en un punto de esos instantes vio cómo sus pupilas se encogieron peligrosamente a causa del miedo. Se levantó como un resorte, y buscó con los ojos, ansioso. Encontró a la chica a su lado y pareció aliviarse unos segundos antes de volver a entrar en lo que parecía un ataque de pánico.  

- No, no, no - murmuró mientras se levantaba y corría hacia ella con apuro. El instinto de la pequeña le gritó que se marchase como pudiese, pero la posibilidad de que la hubiese salvado la retuvo allí. Por su parte, el ángel la agarró con suma delicadeza del brazo derecho -. Esto no debería estar así.

  Aunque en ese mismo instante ella supo que algo iba mal, él le impidió mirar. Le giró el brazo, pero no obtuvo la queja que esperaba. La sirena no notaba tensarse ni un músculo, ni siquiera se sentía capaz de mover ni los dedos ni ninguna otra articulación. Apareció un aro alrededor del antebrazo, por encima de la axila.  

Una Lágrima de Sangre en la OscuridadWhere stories live. Discover now