Capítulo 1*

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Adiran

El vuelo desde Nápoles a París no tenía escalas, es decir, no debía bajarme del avión y tomar otro. Agradecí eso desde el primer momento en que compré el boleto, porque carecía de la paciencia necesaria para esperar tres o cuatro horas sentado en el aeropuerto pasando frío hasta que saliera el próximo vuelo.

Luego de dos horas y media siendo carcomido por mis pensamientos, el avión aterrizó en París. Ya no había vuelta atrás. Sabía que el antiguo departamento de mi abuela Lana estaba ubicado cerca del Río Sena, en una avenida con el nombre de Nueva York. Mi cabeza daba vueltas una y otra vez tratando de calmar mis nervios.

Había estudiado Francés durante tres años en el instituto, pero aun así mi pronunciación estaba un poco estropeada por la falta de práctica. Agradecí que la secretaria del aeropuerto hubiera sido amable y explicado dónde tomar un taxi, el cual me llevaría a la calle Avenida de Nueva York. Además, había comprado un mapa de París, por lo que en cuanto me subí al coche empecé a examinarlo. El departamento de mi abuela estaba en una zona céntrica, cercano a la Torre Eiffel, lo único que deseaba era que ella siguiera viviendo allí.

Ya eran las cuatro de la madrugada, y estaba haciendo un esfuerzo increíble por mantenerme despierto. La música del taxista ayudaba un poco, al parecer estaba escuchando un compilado de cantantes latinos, y a pesar de no comprender la letra, el ritmo era muy pegadizo. 

Eran alrededor de las cinco cuando llegué a la calle que deseaba. No sé qué esperaba encontrar en ese horario, tal vez el barrio oscuro y silencioso, con ladrones en los rincones. Pero no estaba preparado para ver a Alessia, mi hermana menor, tan cambiada. Ella había crecido, y cada vez estaba más parecida Michelle, mi madre. Tenía el cabello teñido de negro y cantaba en voz alta una canción que no reconocí, pero que su amiga parecía amar, porque también cantaba sin afinar ni una nota. Noté de inmediato que ambas estaban un poco ebrias, parecían llegar de una fiesta. Al instante pedí al taxista que detuviera el coche, pagué con un par de billetes y salí corriendo tras ella, ansioso por detenerla antes de que entrara al departamento. Grité sin siquiera pensarlo, fue un grito que emanó de lo más profundo de mi ser, repleto de dolor por el pasado y alegría por haberla encontrado con tanta facilidad.

Ella se paró en seco y me miró con los ojos entrecerrados. Fue solo un segundo, porque de inmediato su postura cambió y se tornó impenetrable. Me había reconocido. Y no me odiaba, ni estaba contenta de verme, tan solo... nada. Ninguna expresión cruzaba su rostro, si no fuera por su pecho subiendo y bajando, creería que ni siquiera respiraba.

Pero sabía que si no actuaba rápido, ella se resguardaría en su cuarto y era capaz de ignorarme durante días enteros. Por eso corrí hasta ella, tal vez viéndome ridículo, y la envolví en un abrazo. Estaba tan alta como yo, lo cual me hizo sonreír.

—Nos entrometimos en una lucha y una discusión que no nos pertenecían— susurré en su oído, al borde de las lágrimas. Ella asintió como si me comprendiera y había murmurado una sincera disculpa por todo lo sucedido. Pero con el pasar de los minutos, el enfado guardado en su interior crecía a una velocidad sorprendente, cambiando su expresión y reflejando ira, enfado acumulado y resentimiento. Tal cual yo esperaba que reaccionara.

Me conocía lo suficientemente bien para saber que me odiaba a mi mismo por no haber sido valiente y buscarla antes, o por haber permitido que se fuera. Pero yo sabía que ella me detestaba por no haber luchado por mantenerla a mi lado, y se detestaba porque su gigantezco orgullo no le había permitido regresar a casa con su familia. Demasiados sentimientos profundos, tanto positivos como negativos, nos entrelazaban a ambos.
Habían pasado dos años desde nuestro último encuentro, y ambos habíamos crecido y cambiado demasiado. Fue luego del divorcio de nuestros padres que comenzamos a distanciarnos poco a poco, con peleas cada vez mas frecuentes e intensas. Ambos tomando bandos en una guerra ajena, pero cuando decidí vivir con mi padre y llevar a Alessia y a Keegan conmigo, fue cuando la bomba explotó de manera definitiva.

—Ni siquiera te molestas en preguntarme si mudarme con papá es lo que quiero, tan solo te limitas a darnos órdenes a mí y a Keegan como si estuviésemos obligados a seguirte— fueron sus últimas palabras, demasiado duras de pronunciar. Esa misma noche viajó a París para encontrarse con mi madre  y vivir junto a ella.

—Adiran...—dijo Alessia con tristeza—Era una idea que venía invadiendo mi mente desde hacía varios meses, desde que papá comenzó los trámites del divorcio. Mamá había regresado a Francia con la abuela, alegando que debía reacomodar un poco su vida con tantos cambios...

Pero la interrumpí de golpe y no la dejé terminar esa oración: —En otras palabras, nos había dejado lidiando con su desastre y cuidando del pequeño Keegan, que tan solo tenía cuatro años. Recuerda que fue él quién más sufrió, extrañándola cada día preguntando cuándo regresaría con nosotros.

—Por las noches solía decirle que ella no regresaría, cuando estaba dormido y no podía escucharme. Me partía el corazón verlo así, y sabía que lo destruiría al irme a París con ella, pero no tenia otra opción—concluyó Alessia.

  —¿No tenías otra opción? ¿Realmente estás diciéndome esto?—Ahora era mi turno de estar enfadado, no podía creer que estuviera justificándose de esa manera. Llevábamos diez minutos discutiendo, y había fingido no darme cuenta que su amiga se deslizaba con sigilo dentro del departamento. Parecía no tener idea de quién era yo, ¿era posible que mi hermana se hubiera olvidado por completo de mi? ¿Que pensara que jamás volveríamos a vernos de nuevo?

Pero Alessia se defendió de mi ataque.

— Aquella situación estaba destrozándome, me consumía por completo. Y cuando finalmente me fui, supe que había cometido un terrible error—sollozó—. Porque los necesitaba más que nunca, a ti y a Keegan, mis hermanos. Deseaba regresar junto a ustedes y abrazarlos, cuidarlos. Y aunque me costase admitirlo, también necesitaba a Jeremy, que él me protegiese a mi.

  —Yo siempre te he protegido—susurré, bastante dolido por toda esa situación.

—Han pasado dos años, Adiran. Dos años en los cuales me he cuidado a mi misma, intentando perdonar a mamá y convivir con ella. Y nunca recibí ni siquiera una llamada de tu parte—dijo, negando con la cabeza.

—Podría decir lo mismo de ti, y la realidad es que fuiste tú quien nos abandonó a nosotros— concluí, demasiado enfadado y cansado para continuar con la conversación. 

Chica de Tinta y PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora