CAPÍTULO IV

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(Olimpo)

Afrodita estaba recostada cómodamente en su canapé, vestida tan solo con un ligero atuendo de seda que dejaba poco a la imaginación y esperando a que Adonis llegara a transmitirle las últimas noticias. En realidad, ella misma podría enterarse si quisiera estudiando las pantallas de la torre de control de Zeus... Pero allí estaría su padre y ella no quería que sospechara y terminara descubriendo qué había estado maquinando con su protegido.

Desde que se había enterado de que Zeus recibía numerosas quejas sobre Cupido y había pedido informes sobre su actividad, se había estrujado los sesos intentando trazar un plan a sus espaldas con el que poder dominar el asunto. Así pues, antes incluso de que Cupido hubiera sabido el castigo impuesto por Zeus, su destino estaba decidido por parte tanto de su abuelo como de su madre, sin que el primero pudiera saberlo de la segunda.

Suspiró acariciándose sus cabellos largos, dorados y rizados que esa misma mañana había ordenado peinar en un semirrecogido, solo pensando en que Adonis la viera lo más hermosa posible. Ella siempre debía ser la más hermosa.

De repente escuchó un portazo y unas voces discutiendo en el pasillo que rompieron la tranquilidad de su aburrida espera.

—Dejadme pasar, ella no necesita que me anuncien.

—Pero Su Divinidad nos ha ordenado que no la molesten bajo ningún concepto... —replicaba una voz temerosa de mujer.

—¡Basta! —gritó Afrodita, enfadada, reconociendo al dueño de la primera voz y comprendiendo de qué iba el asunto—. ¡Dejadle pasar ahora mismo u os haré ensartar en los tridentes de Poseidón!

Una criada que se mantenía en un rincón de la habitación se apresuró a abrir el portón para permitir el paso al hombre más bello que existía en estos momentos en... Bueno, en toda la galaxia.

—Oh, Adonis... Siento que estas sirvientas tontas que tengo no sepan que tú eres especial. Necesito mantenerme alejada de toda es chusma que viene siempre con ofrendas a pedirme cualquier superchería... Y de mi marido Hefesto, por supuesto. A ese no quiero ni verlo.

Se levantó de su canapé con un movimiento estudiado para resaltar su sensualidad. Caminó con gracia con los pies descalzos hacia donde la esperaba Adonis, junto al portón. Adonis la siguió con la mirada, su media sonrisa seductora de siempre plasmada en los labios, casi hechizado por los gestos y sensuales movimientos de Afrodita. Ella se movía con gracia, levantando suave y ligeramente sus pies del suelo como si estuviera flotando. Y la forma en que la seda dejaba entrever todas las partes del cuerpo de la diosa no hacía más que enardecer su deseo carnal. Cuando llegó hasta él, le rodeó el cuello con los brazos con la intención de besarle. Sin embargo, Adonis la detuvo antes, cogiéndola de la cintura y separándola un poco. Afrodita se mostró indignada al instante, pero él comenzó a hablar antes de que la mujer explotara. Le encantaba el juego que se traían entre manos.

—No te preocupes, ya sé que tu aburrido maridito es incapaz de deleitar a una mujer tan bella e inteligente como tú.

Y dicho eso, agachó la cabeza para besarla entonces, suave y sensualmente al principio, con más pasión después... Su actitud borró la ira de Afrodita, que se olvidó inmediatamente de la bofetada que había pensado propinarle por atreverse a rechazarla.

A pesar del ardor que los empezó a dominar, la diosa soltó los brazos de Adonis que la rodeaban por la cintura para detener su pasión y evitar que fuera más allá de un simple beso; se apartó y lo miró con ojos pícaros. Otros asuntos requerían su atención.

—Más tarde, Adonis, más tarde. No creas que no te premiaré por tu lealtad. Pero lo primero es lo primero. Cuéntame, ¿qué ha pasado con mi hijo?

CASTIGO DIVINO [A LA VENTA EN AMAZON]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora