Huyeron al pueblo más lejano, mi padre consiguió trabajo rápidamente, y una amable familia con dinero les permitió hospedarse mientras conseguían otro techo. Pero poco a poco la otra cara de mi padre se iba mostrando. Ya no era el hombre taciturno y un poco misterioso que escuchaba con atención a mi madre, ya no había nada de amabilidad en sus ojos al verla de frente, su gesto y sus acciones se volvieron hoscas después del primer día de carencias.

Un día, mi padre al ver la riqueza con la que esa familia vivía, robo unas cuantas joyas. Mi madre solía contar en su diario que eran humildes, pero la comida no faltaba. Los dueños de la casa se dieron cuenta y despidieron a mi padre, quien casualmente, solo dejo a mi madre y le dijo que no le servía de nada estar con alguien que ahora era pobre, quien le traía más desgracias que con las que ya había nacido.

Mi madre con el corazón destrozado, y sin ningún derecho de volver a casa después de como se había ido, consiguió un nuevo empleo, y algunos meses después se dio cuenta que yo venía en camino. Intento hablar con mi padre, pero no pudo encontrarlo, así que me crio sola. Imagino lo duro que fue para ella pasar de ser una princesa que con solo unas palabras conseguía lo que quería a convertirse en una madre soltera que no solo debía trabajar duro cuando jamás en su vida lo había hecho, si no mantener a otra persona.

Desde que recuerdo, ella trabajaba todo el día. Regresaba a casa tarde y se le veía fatigada, pero siempre me contaba cómo había sido su día y me decía cuanto me quería. Vivíamos con mi madrina, la mejor amiga de mi madre. No era realmente la persona más dulce de este mundo porque pues...no era dulce de ninguna manera pero era una buena persona. Algunas veces me contaba que existía un pequeño gnomo o duende, quien concedía deseos, que deberías de ver con el alma y no con los ojos para encontrarlo.

Al pasar el tiempo mi madre comenzó a verse más fatigada de lo normal, y parecía que su gripa no quería desaparecer. Un día, solo cayó en cama y el poder mantenerla se hizo más difícil, mi madrina seria amargada, nada cálida o amable y si, algo ruda pero sabía cómo ser una buena amiga, cuidaba de ella siempre, la alimentaba y bañaba como si fuera una enfermera profesional.

Mi madre estaba enferma, muy enferma y aun así siempre encontraba la manera de hacerme sonreír, de hablar conmigo. Recuerdo ese día perfectamente. Me levante como cualquier otro día para ir a la escuela, antes de salir al igual que siempre me dirigí al cuarto de mi madre, ya no tenía fuerzas para hablar mucho así que solo me abrazo, lo hizo con fuerza a pesar de su debilidad y yo me despedí de ella con un beso. Pude ver un brillo diferente en sus ojos fue algo en lo que no repare hasta tiempo después. A mediodía, la profesora me pidió ir a la dirección, en donde mi madrina me estaba esperando. Solo salimos de la escuela y cuando llegamos a casa me di cuenta de lo que estaba pasando, no pude escuchar nada más, escuchaba los gritos de alguien. Solo pensaba que debería detenerse, me lastimaba los oídos, solo unos segundos después me di cuenta que los sollozos y gritos desesperados eran los míos, llenando el vacío del cuarto en donde las pocas personas se encontraban. Intente ver con el alma, rogaba e imploraba que alguien me escuchará, que si Dios o un duende o un maldito unicornio me escuchaba, me devolviera a lo único que estaba siempre conmigo, que por favor no me dejaran sola. Nadie escucho, ahora estaba sola, con el corazón frio y montones de trabajo por hacer.

Me convencí a mí misma de que era lo mejor, mi madre con su constitución de princesa de un cuento de hadas no estaba hecha para el trabajo de una vida dura, ella merecía un palacio y sirvientes que la adoraran, así que era mejor que ella ya no estuviera aquí. Pero por todos los cielos como me dolía estar sin ella. 

ADARA Y EL HADAWhere stories live. Discover now