Capítulo 9

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"¿Dónde estoy? Menudo frío hace aquí, estoy temblando y encima no veo nada. ¿Qué clase de sitio es este? ¡Qué horror! ¡Quiero despertarme ya!"

Me desperté tarde, sobre las diez o las once, y entre sudores fríos. Me toqué ligeramente los labios y noté el agua salobre que me empapaba la cara. Además, estaba alterada. Mi corazón latía con violencia y mis manos temblaban levemente. A penas era capaz de recordar la pesadilla, pero sin duda, debió ser horrible.

Permanecí un rato más tumbada. La verdad, es que estaba a gusto y poco a poco, lograba calmarme. No obstante, la diligencia empezó a llamarme y aprovechó para recordarme que era verano. Suspiré profundamente. No podría seguir en la cama. Era la mejor época del año y tenía un asunto pendiente por resolver.

Me levanté casi de un salto y con ganas de cumplir dicho propósito. Lo tenía claro: quedaría con Michael y en el momento adecuado le contaría mi secreto. Él lo comprendería (a su debido tiempo) y yo obtendría la fuerza necesaria para derrotar al wiccano oscuro. Era sin duda alguna, un plan maravilloso. Además, seguro que Michael sería capaz de aliviar la tristeza que asolaba mi interior después de la discusión con Kevin.

Me dirigí a mi armario y lo examiné a fondo, buscando las mejores prendas veraniegas. Al final me decanté por una vaporosa blusa, una camiseta de tirantes y, por no variar, pantalones cortos y sandalias. Después pasé por el baño, me duché para quitarme el sudor y finalmente, me vestí.

Media hora después, bajé corriendo las escaleras y fui a la cocina. Mi padre estaba recogiendo su taza de café y yo empecé a preparar mi desayuno. Me saludó, como cada mañana, pero había algo raro. Estaba muy silencioso. Mi padre adoraba darme conversación. ¿Qué le ocurría? Decidí no preguntar y supuse que había discutido con mamá.

Desayuné rápidamente, dejé todo en el lavavajillas y volví a mi cuarto. Cogí las cosas que me faltaban y bajé de nuevo. Me despedí de mis padres a voces y salí a la calle con una sonrisa de oreja a oreja y llena de energía.

Aunque era la vecina de Michael, nuestras casas no estaban adosadas, por lo que tenía que cruzar una calle. Caminé unos diez minutos, pero tuve tiempo de caer en la cuenta de que Tess no estaba en casa. En particular, me había llamado la atención que no siguiera en la cama y más aún, no verla desayunar. No obstante, mi hermana era una caja de sorpresas y quizás había decidido aprovechar el verano de una forma diferente a como estaba acostumbrada.

Sonreí ante esa idea. Puede que no todas las cosas fueran de mal en peor. Me animó aún más pensar que hoy todo saldría mejor, que daría un paso definitivo y que nada volvería a ser igual.

Minutos después, me planté enfrente de la puerta principal de la casa de Michael y no toqué el timbre. Estaba nerviosa y además, un extraño escalofrío me recorrió la nuca. Tuve el presentimiento de que alguien me vigilaba. Me volví nada más notarlo. Miré a mí alrededor con preocupación. No había nada fuera de lo normal, solo veía a los coches y a la gente pasar.

Aparté esa idea de mi cabeza y lo atribuí a los nervios de lo que estaba a punto de hacer. Respiré hondo y llamé al timbre. En menos de lo que me esperaba se abrió la puerta. Por suerte para mí, era Michael. Su mirada produjo en mí el poder hipnótico de siempre; su sonrisa, el efecto tranquilizante que tanto ansiaba; y las facciones de su rostro, la alegría de volver a verle.

─¡Hola Tara! ─me saludó animosamente─ ¿Cómo tú por aquí?

─Bueno...pues pasaba por aquí y pensé que si no estabas ocupado podríamos dar un paseo antes de comer, por ejemplo ─sugerí con naturalidad.

─Créeme, me encantaría. Pero me ha quedado biología y tengo que recuperarla en septiembre. Así que, mis padres me han prohibido salir por las mañanas ─me explicó él─. Pero si quieres me paso por tu casa por la tarde ¿Qué te parece?

La Hechicera ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora