Capítulo 2: No Hay Dos Sin Lápidas

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A la mañana siguiente. cerca de las ocho y media de la mañana en uno de los cementerios más amplíos y más grises que ese pueblo pudiera llegar a tener, estaban reunidos allí. el Padre Gonzalo Combodoño en el centro de la entrada hacia el necrópolis para que todos los presentes y la familia Alberrozinven, pudieran orarle tanto a Dios como a la vírgen de Santa Emilia, por la furtigada y pobre alma del ex novio de la dama mayor de Jenuisa, quien en el día de ayer, unos extraños jóvenes adolescentes lo habían hallado sin vida en uno de los arroyos menos frecuentados y con varios golpes sobre la cabeza, que el cadáver del jóven señor había tenido en su cuerpo.

Sin embargo, varios minutos después cuando Jesbriek, quien estaba en una de las primeras filas cerca de la entrada hacia el cementerio; ella aún, no dejaba de repetir una y otra vez dentro de su mente, aquellos gritos desgarradores y aquella escena que la joven dama no tendría que haber visto antes.

― Repitan conmigo, hijos míos, "Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, que esta ánima tan dañina y tan lastimada, sea bienvenida a tus acongejedores brazos para sanarla, como así también para descansarla, en el nombre de tus hijos, de tus pecadores, y el nombre del párroco Padre Gonzalo Mi... antes de que el párroco señor Claudio Orvilenni pudiera continuar con el resto de su oración.

De inmediatamente, entre medio de uno de uno de los familiares de la señora mayor Jenuisa, el señor Eugenio San Vanzieno, comenzó a sentir que el ritmo cardíaco de su corazón empezaba de a poco a disminuir sus pulsaciones, dejándolo que al señor quien se tomaba con sus propias manos, la zona de su fuerte dolor que tenía en el pecho, como si un extraño animal le hubiera mordido mediante una de sus piernas o mediante por su cuello,  alguna especie de veneno dentro de su cuerpo, como para que en minutos, aquel señor se cayerá de golpe al suelo, dejándolo muy bien muerto, como para que él no dijera ningún tipo de secreto, ni mucho menos ningún tipo de revelación hacia su hermana; quien se encontraba en las primeras filas del acto de la elevación de las almas laceradas.

― ¡Martha!, ¡Martha!, ¡ven conmigo!― Suplicó tomándola con su mano derecha hacia el brazo derecho de su amiga para llevarla a varios metros de aquel cementerio, hacia debajo de un álamo plateado; para que ambas amigas pudieran charlar entre ellas.

― Q... Q... Q... ¿Qué pasa, Merlith?, ¿Qué pasó?, ¿Qué ocurrió?― Preguntó con un tono de voz de intranquilizada, dirigiéndose con su mirada, hacia los ojos de su amiga, como para que ella le pudiera contestar,  sobre lo que realmente Jenuisa le estuviera a punto de revelar.

La mirada no muy encantadora, ni mucho que digamos esperanzadora de Melith, no era de muy buenas noticias.

― ¡Ni se te ocurra decirle a ella, de que yo acabo de morir, Merlith!, Ni se te ocurra decirle, porque si tu llegas a decírselo... créeme que no es mejor observar a otro familiar tuyo muerto de nuevo!, ¿o sí?― Replicó aproximándose cada vez más hacia el oído izquierdo de su prima, mientras que Merlith, quien no dejaba de observarla a su amiga con varias lágrimas que descendía sobre en sus mejillas, por aquellas advertencias que el especto de su primo les daba tanto a la joven señorita, como a su amiga.

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