1.El día que todo cambió

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«Mantén tu rostro hacia la luz del sol y no verás la sombra.» HELEN KELLER

1.El día que todo cambió 

Había pasado por delante de la tienda cientos de veces, hasta el extremo de memorizar cada uno de los objetos allí expuestos. De hecho, pasaba por el mismo callejón cada mañana de camino al instituto y estaba segura de que en los diez años que llevaba abierta, no había cambiado lo más mínimo. La misma fachada de ladrillo gris, la misma puerta de madera labrada y el mismo letrero en letras doradas que rezaba:

HEREDIA: ANTIGÜEDADES Y OBJETOS DE COLECCIÓN

Era una de aquellas tiendecitas en las que casi nadie reparaba y que solo unos pocos conocían. Algunas personas como Paula disfrutaban con el mero hecho de contemplar el abarrotado escaparate e imaginar la historia que habría escondida detrás de cada uno de aquellos pequeños tesoros.

A pesar de la llegada de piezas nuevas, el señor Heredia tenía por costumbre cambiar poco el escaparate, dejando siempre a la vista las que sin duda eran las "joyas" de su pequeña pero creciente colección: un escritorio de ébano, una lámpara de cristales, una mesita de taracea, un reloj de cuco, unos candelabros de plata, un par de cuadros... y algún que otro objeto que iba cambiando muy de vez en cuando.

Aquel día Paula salió de su casa veinte minutos antes de lo acostumbrado. Cruzó el paso peatonal cuando el semáforo se puso en verde, bajó la callejuela ancha, atravesó la plaza y atajó por aquel callejón. Para ella, girar la vista hacia el escaparate de la librería y a continuación hacia el de la tienda de antigüedades era un acto reflejo. Estaba a punto de pasarlo de largo cuando se detuvo bruscamente. Hubiera jurado que desde el otro lado del escaparate, desde el interior de la tienda, alguien le había devuelto la mirada y estaba convencida de que no se trataba del dueño.

Retrocedió un par de pasos situándose ante el escaparate. Comprobó que lo que había tomado por otra persona, era en realidad su propio reflejo. La observaba desde un espejo estratégicamente colocado sobre un par de maletas amontonadas. Le dio la impresión de que su única función allí era la de reflejar a todo aquel curioso que se detuviera a mirar.

Un espejo antiguo con un marco realizado en madera dorada, decorado a base de formas angulosas y retorcidas, simulando tallos entrelazados. No se trataba de un objeto demasiado singular y sin embargo, a ella le pareció inexplicablemente atrayente y enigmático.

Observó durante unos instantes a la chica que la miraba desde el cristal: ojos marrones, piel trigueña y cabello castaño cortado a la altura de los hombros. Siendo como era ella, de mente racional, se dijo a sí misma que debía de estar sufriendo alucinaciones al percatarse de cómo su imagen le dedicaba una sutil sonrisa, cuando estaba convencida de que no había mudado la expresión ni un poco. Parpadeó un par de veces y fijó la vista en el reflejo transparente y casi imperceptible que le devolvía el cristal del escaparate. Se vio a sí misma con el entrecejo fruncido, ni un ligero matiz de sonrisa en sus labios. A continuación, devolvió la vista al espejo: gesto sereno y una sonrisa que por segundos se tornaba burlesca.

Notó cómo a medida que su mente procesaba aquella información y trataba de dar una explicación sensata, comenzaba a sentir un ligero escalofrío recorrer su espina dorsal, seguido de la intensificación irregular de los latidos de su corazón. Ni siquiera se detuvo a comprobarlo por segunda vez. Retrocedió sobre sus pasos, inspiró hondo y echó a correr tan rápido como pudo el trecho que le quedaba hasta el instituto.

Al otro lado © (A la venta en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora