3. El espejo

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Paula se frotó la sien por enésima vez, aquella conversación empezaba a parecerle interminable.

—¿Seguro que estás bien? —insistió Sandra desde el otro lado del teléfono.

—Ya te lo he dicho, ha sido un bajón. No es nada importante.

—Como quieras, pero si necesitas algo, lo que sea, ¡ya sabes!

—Gracias, no te preocupes. Mañana hablamos.

Colgó el teléfono y profirió un prolongado suspiro. Había sido un día realmente largo, pero sobre todo extraño. No le apetecía mucho hablar de ello.

—¿Quién era? —preguntó la voz de su madre desde el salón.

La encontró recostada en el sofá, leyendo una revista de actualidad. Se dejó caer a su lado, agarró uno de los mullidos cojines color burdeos y lo rodeó con los brazos.

—Era Sandra.

—Ah, ¿y qué tal está?

—Bien.

—¿Te pasa algo, Paula?

—No.

Marina cerró la revista y se irguió. Puesto que su hija no parecía estar muy dispuesta a dialogar, optó por llevar la conversación hacia un terreno más seguro.

—Ha llamado tu padre —comentó—. Al parecer este viernes tiene el día libre y quiere pasar todo el fin de semana contigo, le he dicho que te lo diría en cuanto llegaras. ¿Qué te parece?

—Me parece bien. Hace tiempo que no le veo y me apetece estar con él.

—¡Estupendo! —exclamó la mujer—. Mañana lo llamaré y le diré que pase a recogerte el viernes, cuando salgas del instituto.

—Vale, gracias mamá.

La mujer esbozó una sonrisa cansada y le pasó un brazo por los hombros, atrayéndola hacia ella. Paula se dejó llevar, apoyando la cabeza sobre el hombro de su madre.

—Siento no pasar contigo mucho tiempo, cariño. —Le acarició el pelo—. Últimamente estoy muy ocupada...

Era cierto, en las últimas semanas había estallado un brote de gripe severa y no paraban de llegar pacientes al hospital, algunos realmente graves, otros solo preocupados por algún posible síntoma. No daban abasto.

—No te preocupes mamá, lo entiendo.

Su madre le dio un beso en la coronilla, haciéndola sonreír. Ninguna de las dos era muy dada a los arrumacos pero un gesto cariñoso de vez en cuando nunca venía mal.

—Me voy a la cama, estoy muy cansada y mañana toca madrugar. —Se levantó y se estiró—. ¿Sabes?, tú deberías hacer lo mismo, necesitas descansar —añadió al ver las ojeras que asomaban bajo los ojos avellana de su madre.

—Estoy de acuerdo —contestó la mujer, reteniendo un fuerte bostezo.

Paula meneó la cabeza divertida, le dio las buenas noches y se marchó a su habitación. No le costó mucho esfuerzo abrir la cama y meterse dentro. Se quedó dormida en cuestión de segundos.

Un sonido extraño y cimbreante la despertó a medianoche. Notó que hacía más frío de lo normal y que la habitación estaba en la más absoluta oscuridad, algo que la desconcertó. Le gustaba dormir con la persiana subida para que la luz de las farolas entrara a través de la ventana, así, pese a estar a oscuras, podía verlo todo con bastante claridad. Pero esa noche, al parecer, se había ido la luz, porque más allá de la ventana no podía ver nada. Se enderezó un poco sobre la cama y buscó a tientas el interruptor de la lamparita de noche, pero no lo encontró.

Al otro lado © (A la venta en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora