SIRENAS - Capítulo 1

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El viento aullaba entre las dunas. Veloces y diminutos granos de arena se estrellaban con un sonido de lijas contra la basta tela de la tienda de campaña, pintada con las manchas amarillas y pardas del camuflaje del desierto. En el interior de la tienda dos hombres vestidos con uniforme militar de faena, moteado de marrón y beige, observaban con detenimiento un detallado mapa topográfico que se abría sobre el suelo. En el cuello de sus chaquetas aparecía el emblema de Infantería del Ejército de Tierra, una espada y un arcabuz cruzados en forma de aspa, entre los que resaltaba una corneta de cazadores. Sobre las hombreras portaban las divisas que denostaban su rango: las dos estrellas doradas de seis puntas para el teniente y los dos galones amarillos, en sardineta y bordeados de rojo, para el brigada. Todo en el interior de la tienda, lo que incluía a los dos hombres, sus ropas y sus rostros estaba cubierto de una fina capa de polvo. El olor a sudor y pedernal caliente llenaba el aire.

—Debemos estar por esta zona —dijo el teniente mientras señalaba el mapa con un dedo de uña renegrida—. ¿Qué cree usted Ramírez?

—Yo diría que más o menos por aquí, mi teniente. Llevamos dos días atravesando la hamada casi en línea recta hacia el suroeste. Y por lo poco que hemos podido ver antes de acampar, hemos llegado al borde de...

—¿Atravesando la qué? —preguntó el teniente con un levantar de cejas.

—La hamada, mi teniente, el desierto pedregoso. Hemos estado rodando sobre piedras durante los últimos ciento cincuenta kilómetros. Creo que hemos llegado a esta zona de aquí —señaló el brigada con un dedo grueso y no más limpio que el de su oficial superior—. Una zona de dunas móviles. O al menos eso es lo que parecía cuando paramos. Claro que desde que la tormenta de arena nos alcanzó anteayer, la visibilidad es más bien escasa.

—Una tormenta del desierto, sí señor. Y una de las buenas, además —replicó el teniente con un suspiro—. No podría ser más adecuada. Resulta casi poético, teniendo en cuenta el nombrecito que le han colocado a esta puta guerra.

—Y usted que lo diga, mi teniente.

Era el 14 de enero de 1991. Dos días más tarde comenzaría la campaña militar de la coalición internacional liderada por Estados Unidos, como respuesta a la invasión del emirato de Kuwait por parte de Iraq, y que sería conocida a través de los medios de comunicación de todo el mundo como Operación Tormenta del Desierto. El teniente Alberto Herrero, al mando de una sección de veinticuatro hombres, perteneciente al cuerpo de Brigadas de Infantería Ligera del Ejército de Tierra, se encontraba en algún punto del desierto arábigo, a no demasiados kilómetros de la frontera con Iraq.

—¿Qué hay del sistema NAVSTAR? —preguntó el teniente Herrero. Se pasó el dorso de la mano por la frente, con lo que sólo consiguió variar el dibujo de los churretes de suciedad que la surcaban.

El teniente se refería al NAVSTAR-GPS, por su acrónimo en inglés, el sistema de posicionamiento global que permitía localizar la situación de cualquier persona u objeto sobre la superficie del planeta gracias a la red de satélites que lo orbitan sin cesar. Por aquel entonces era un secreto a voces. Utilizado por prácticamente todos los ejércitos y grupos militares y paramilitares del mundo, pero aún no demasiado conocido por el gran público.

—La tormenta parece interferir con la señal del satélite, mi teniente. No hemos podido emplazar nuestra posición exacta —respondió el brigada Ramírez con un ligero tono de desaliento en la voz.

—¡Jodida tormenta! —exclamó el teniente. Escupió al suelo arenoso de la tienda un salivazo mezclado con microscópicas partículas de polvo.

La cremallera de la tienda de campaña se abrió y a través de la apertura surgió una figura polvorienta junto con una nube de arena y olor a sílice triturado. El visitante cerró con rapidez la cremallera tras de sí, se levantó las gafas protectoras sobre la ancha ala del chambergo y se bajó el pañuelo que le embozaba el rostro. Realizó el ritual saludo que resultó casi cómico al ser ejecutado a medio agachar en el angosto espacio de la tienda.

SirenasWhere stories live. Discover now