XXIV

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Las dos mujeres, como buenas chismosas que eran, tenían una oreja pegada a la puerta y un ojo intentando atravesar la madera. Intercambiaron un par de palabras diciéndose que una se hiciera a un lado y que la otra se callara, Will no supo qué decían exactamente, pero sabía que estaban ahí afuera muy atentas a lo que sucedía adentro. Escaneó a Charlotte minuciosamente, el rubor comenzaba a expandirse por su cuello en dirección al pecho. Adoraba verla nerviosa bajo el tacto de sus dedos, parecía una chica totalmente distinta. ¿Quién se imaginaría que Charlotte Lennox fuera a ser tan sensible, en todos los sentidos? Él estaba seguro de los movimientos que hacía, ella, en cambio, parecía estar experimentando con él, como si fuera el primero y no el último en una lista con bastantes números.

Un susurro casi imperceptible fue suficiente para que William se repitiera que debía controlarse. Tomó sus manos en las suyas, frías, por no decir congeladas, y besó los nudillos antes de conducirla hasta la cama.

Sissy y la señora Smith escucharon unos murmullos acompañados de una risita nerviosa femenina. Pasaron largos minutos para volver a escuchar un ruido proveniente del interior, se miraron con los ojos bien abiertos.

—Ahí, ahí —se escuchó vagamente una voz femenina, chillona—. Así... Oh, William, que manos, sigue, sigue.

—Estás bien tensa, relájate —un gemido salió de Charlotte—. Eres una exagerada, ni te duele.

—¡Claro que sí! ¡Además tus manos están frías!

—Todo aquí ha de estar frio, por cierto, ¿no te estas congelando? —preguntó Will, apartándole el pelo de la espalda. Charlotte negó y dijo que siguiera—. Luego no te quejes.

—¿Cómo me voy a quejar? Seguramente cuando terminemos, estaré mejor que antes.

El estómago de Sissy se encogió. No pudo evitar imaginarse a la pareja en la cama, deleitándose con besos y caricias, ambos con la respiración pesada. ¿Llegarían a algo más lejos esa noche? Solo pensarlo le revolvía el estómago, ella había soñado con ser la chica de William, ser aquella que ocupara un lugar en su corazón, ser la chica que recibiría todos sus cariños, palabras lindas y encantos únicamente dirigidos a su chica, a su novia. Su pregunta se resolvió inmediatamente por un ruido penetrante en sus sensibles oídos.

—Creo que necesitan privacidad —susurró la señora Smith después de un ruido que bien pudo haber sido un suspiro pesado o un gemido—. Sissy, hay que irnos. ¿Sissy? ¿Ya te has traumado?

—¿Eh? No, no... —respiró hondo, cerciorándose de que sus pulmones seguían haciendo su trabajo con efectividad.

—¿Segura? ¿No te sientes mareada? ¿Tienes hambre? ¿Ves bien? ¿Te vas a desmayar? Estas muy pálida —bombardeó de preguntas la señora regordeta.

—Estoy bien.

La puerta se abrió de golpe, emitiendo un chillido que asustó a las pobres mujeres. La tez de cada una se volvió pálida, casi como la de un muerto. Charlotte las miraba con una interrogante dibujada en su rostro, la chica pasó la mirada de una a otra. Suponiendo que estuvieron ahí todo el tiempo, que escucharon todo, y por la expresión que tenían habían interpretado todo a su gusto, la castaña sonrió con timidez. William se moría de la risa internamente. Al mismo tiempo estaba orgulloso de haber reconocido los murmullos que escuchó al cerrar la puerta cuando le llevó la ropa a Charlotte, su plan había funcionado a la maravilla.

—¿Ya tiene listo lo que le pedí? —preguntó William, entrelazando sus dedos con los de Charlotte. La joven se sonrojó con delicadeza.

—En un momento lo llevo —dijo la señora Smith, tartamudeando.

Piedra, papel o besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora