IV

90.8K 3.8K 298
                                    


El celular en su mano mostraba un nombre y un único número. No quería, aunque era su única opción. Ese golpe de cabeza le dolía cada vez más, le preocupaba un poco el hecho de que podía estar inflamándose algo adentro de su cráneo. Una imagen de ella postrada en una cama de hospital la animó a presionar el botón de llamada. Su llamada fue contestada justo antes de que ella colgara, inmediatamente puso el altavoz.

—Charlotte —se escuchó una voz masculina. Will se volteó ligeramente, le echó una mirada rápida y caminó un poco más rápido para darle la privacidad necesaria.

—Marcelino. Necesito que mandes a Paolo por mí...

—¿Para qué quieres a Paolo? —inquirió sin mucha confianza.

—¿Para qué me lleve al hospital? —casi pudo ver al joven rodar los ojos, lo que la obligó a proseguir—: Me golpeé la cabeza... de nuevo. Luego te cuento, sólo haz que venga por mí.

—En cinco minutos estoy contigo —dijo Marcelino, se escuchó como le gritaba algo a alguien cercano.

—Con Paolo basta, sigue trabajando.

—Aja, para que luego me tachen por no cuidarte. No, no, en cinco estoy. Te quiero en la entrada —y colgó.

Sabía perfectamente que eso sucedería, precisamente porque lo conocía no quería llamarle. Ese hombre, por más que discutiera con él... y se dieran de golpes, la protegía como si fuera la princesa heredera de un reino súper poderoso. Eso incluía hacer hasta lo imposible para tenerla perfectamente bien física y mentalmente, además de dejar lo que estuviera haciendo sólo por ella.

—¿Tu novio? —preguntó William sosteniéndole la puerta de entrada a la cafetería.

—¡NO! —exclamó frenando de golpe—. ¿Parece? No es mi novio, no tengo de hecho.

—¡Mi niña! ¡Estas empapada! —intervino la hermana antes de que Will pudiera responder a su pregunta—. Ve a ponerte algo encima, te vas a enfermar.

Ignoró el consejo, ni de loca se volvería a poner el uniforme deportivo. Primero que nada, estaba sudado. Segundo, la blusa no le acomodaba bien. Y tercero, un rato al sol no quemaría mucho su piel. Así que todo el trayecto a la reja de salida lo hizo por el camino sin sombra, odiado. Poco a poco se fue secando, el pelo quedó esponjado y la blusa comenzaba a tomar el color usual. Agradeció mucho a los entrenadores por poner los horarios temprano, nadie la veía. Excepto los tres chicos.

—¿Vas? —preguntó Leonardo, se pasó la mano por el pelo del color del trigo.

—¿A la tocada? Obvio, barra libre —un auto negro captó la atención de Will, de él salió un veinteañero perfectamente vestido. Con un rápido movimiento se colocó los lentes oscuros sobre la cabeza. Enseguida pasó desfilando enfrente de ellos una Charlotte completamente cerca—. ¡¿No dices adiós?! —alzó la voz.

—¿Perdón? —curvó las cejas, buscó con la mirada al chico de la voz—. Ah, tú. No.

—¡Charlotte, tengo prisa! —se escuchó que decía Marcel desde la reja.

—Ya voy, es que este inteligente de tercera se quiere hacer notar —refunfuñó, fusiló a ambos con la mirada—. Nicholas, Leonardo: adiós. William... Willy, piérdete —le sacó la lengua. Los primeros dos intentaron contener una risa. Charlotte alcanzó a cachar una rápida sonrisa sexy de lado de William.

Marcelino le ayudó con la mochila, preguntó un poco sobre su dolor de cabeza. Sin que ella lo viera, examinó a grandes rasgos al trio. Negó con la cabeza un par de veces, eran el tipo de chicos con los que la castañita se divertiría de mil y un formas. Arrancó el coche sin cruzar una palabra. Charlotte recargaba la cabeza contra el cristal, de vez en cuando llevaba una mano y hacia una mueca de dolor. Cada vez que detectaba la mirada preocupada de Marcelino intentaba acomodarse como era debido e intentar ocultar los pensamientos nada santos que le cruzaban por la cabeza acerca de mil cosas. Will, el día, el golpe, el no-beso.

Piedra, papel o besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora