CAPITULO I EL SEÑOR PERFECTO

26.8K 689 112
                                    


Un lunes como cualquier otro, me alisté, desayuné y partí rumbo a la oficina, el día fue normal con mucho trabajo, pero nada que yo no pudiera manejar.

Al medio día me reuní con Cecilia para almorzar, como solíamos acostumbrar, en un café cerca de mi trabajo, y como siempre comentábamos sobre nuestro día, y no voy a mentir, criticábamos a nuestros compañeros y conocidos también.

- Ni siquiera es capaz de invitarme una taza de café – protesté mientras compartíamos el almuerzo, haciendo referencia a un compañero de la oficina que se pasaba el día mirándome idiotizado, pero ni me saludaba – me mira, me mira y nada más – no es que el hombre me gustase demasiado, pero era atractivo y un poco interesante, pero para nada valiente, y eso le quitaba puntos y me frustraba.

- Amiga es que tienes algo que espanta a los hombres – dijo Cecilia riendo – no sé qué, porque creo que eres el sueño de cualquier hombre, linda, inteligente, algo simpática, no demasiado divertida, pero es lo de menos – ambas reímos por su descripción, yo también creía que era un muy buen partido, pero los hombres idiotas que me rodeaban preferían mirarme de lejos y nada más.

- Debería hacer terapia para descubrirlo – comenté frustrada.

- No creo, ya aparecerá el hombre capaz de hacerle frente a semejante mujer, no te desesperes – me animó Cecilia, quien en verdad no perdía oportunidad en mencionar que para ella yo era la mujer perfecta, aunque analizando las cosas con más objetividad creo que no lo decía como algo positivo.

- No me desespero, solo me molesta que me mire y no haga nada – respondí con aire de superación, y era verdad, yo ya me había resignado a que ningún hombre querría arriesgarse conmigo, pero me molestaban las miradas indiscretas y que no hicieran nada más.

- Es un idiota – concluyo Cecilia y ambas reímos.

Luego de almorzar cada una volvió a su trabajo. Ella quería ser actriz, y no tenía un empleo fijo, rotaba entre audiciones y cualquier empleo que le permitiera subsistir hasta que la fama golpeara su puerta. Era muy diferente a mí, totalmente desestructurada y sin ningún complejo con el que vivir. Simplemente disfrutaba la vida que tenía. Le encantaban las fiestas y a pesar de no ser tan bonita como una modelo tenía bastante éxito entre los hombres, era lo que se considera sexy.

Al llegar a la oficina fue más de lo mismo, miradas con desdén, con deseo, con indiferencia, trabajo y más trabajo. Así era mi vida, y ya estaba acostumbrada a no ser muy querida en la oficina, al parecer molestaba bastante que yo corrigiera errores y marcara el rumbo a seguir en algunas cuestiones de importancia. Y no me importaba, porque para mí eso significaba que estaba haciendo bien mi trabajo.

Casi al final de la jornada mi jefe me avisó que debería acompañarlo a una reunión de negocios, seguramente quería cerrar trato con algún hombre y quería usar mis encantos a su favor, a pesar de que tenía muchas capacidades para hacer mi trabajo, él insistía en que mi belleza y personalidad eran una de mis mejores ventajas y debíamos aprovecharlas, eso no significaba que yo me ofreciera a los posibles clientes o algo similar, simplemente era cordial, educada y les sonreía, eso ayudaba a cerrar los tratos, todo según mi jefe claro.

Llegamos a una lujosa mansión en las afueras de la ciudad y luego de que el personal nos ubicara en la sala, el cliente en cuestión hizo su aparición. Me quedé embobada al verlo, si bien había conocido hombres guapos en mi vida, este se llevaba el premio mayor. Cabello castaño claro (casi rubio miel), brillante, cuidadosamente cortado y peinado para darle ese aire de rebeldía impecable, ojos azules, grandes e hipnotizantes, piel blanca de porcelana, labios carnosos, en los que se dibujaba una prefecta media sonrisa, haciendo que luciera endemoniadamente sexy. No pude evitar imaginarme a mí misma arrancándole la ropa a ese hombre y dejando que me hiciera suya de la manera que él quisiera, ese pensamiento me sorprendió e hizo que se me subiera la temperatura. Además de un rostro perfecto, el cuerpo que cargaba parecía de infarto, 1.90 metros de altura, hombros anchos, brazos fuertes, y por debajo de esa camisa con los primeros botones abiertos se notaba un tonificado pecho. Seguramente todo en él es perfecto, pensé cuando él se acercaba a saludarme.

LA MUJER DEL CONDE MALDITO - Completa - EditadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora