Capítulo XXIX

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La idea de que su sobrina le acompañara al evento no le pudo parecer más apropiada; se trataba de una fiesta para recaudar fondos para las mujeres en África y solo tenían permitido la asistencia damas de la alta sociedad sanfranciscana y sus hijas. El encuentro se fundamentaba en: californianas de diferentes generaciones unidas por el futuro de las africanas.

Dado que Maggie era muy pequeña para este tipo de reuniones y que Sarah se encontraba al otro lado del país, Barbara sería de las únicas que acudiría sin una hija, lo que, siendo la organizadora del evento, tenía de sobra permitido, pero no aportaba una imagen demasiado adecuada; podría parecer que la anfitriona quebrantaba las normas que ella misma había establecido.

La mañana siguiente a que Emily demostrara su disposición a acompañarla, empezaron los preparativos: peluquería, pedicura, manicura y otros tratamientos. Una vez que salieron del salón de belleza, Barbara insistió en que quería comprarle ropa —a pesar de que Emily afirmó que con el infinito armario de su prima tenía más que suficiente para poder ir apropiada—, terminó aceptando.

Un precioso vestido de la casa Versace de encaje azul turquesa que llegaba hasta la rodilla y se ajustaba como un perfecto guante a su delgada figura y unos finos Manolos de tacón alto color mostaza con pedrería a juego con el vestido fueron los artículos elegidos.

Después de la comida, se terminó por probar todo el conjunto frente al espejo de su dormitorio con su pelo suelto cayendo con unos tirabuzones al final de su larga melena —que prácticamente había vuelto ya a su tono natural desde que se pusiera el tinte castaño claro poco tiempo atrás— y un maquillaje bastante sutil que resaltaba en especial su ojos.

Sabía que estaba guapa, pero lejos de darle seguridad le generaba una cierta vergüenza. Era como si de repente le hubieran puesto dos años encima. La sociedad estaba preparada para hacernos infelices: la joven debía parecer más mayor y la mayor intentar por todos los medios perder unos cuantos años ante sus amistades; La rubia deseaba ser morena, la morena aclararse el pelo y mientras las de poco pecho pasaban por quirófano para alcanzar una talla de sujetador superior, las que fueron bendecidas con un pecho grande se veían demasiado exuberantes. Y ahí estaba ella, siendo una víctima más de todo aquello. Le gustaría resistirse, rebelarse. Era Emily Foster, la joven delgada de 16 años ¿no era suficiente? ¿No habría tiempo en un futuro para maquillajes y tacones? Suponía que sí, pero por el momento debería conformarse con disfrutar de su imagen en el espejo sin llegar a perderse en ella.

Acudió al cuarto de Christian para despedirse y desearle suerte en su misión de indagar en el despacho de su tío. Llamó con sus nudillos y, cuando obtuvo permiso, asomó la cabeza:

— Me voy ya, Chris —dijo tapándose con la puerta para que él no la viera.

— ¿No me vas a dejar verte?

— Tengo prisa... —intentó disuadirle.

— Entonces no hay tiempo que perder... —abrió los brazos animándola a entrar.

Se lo pensó un par de segundos, al final terminó por ceder a la petición y poco a poco fue abriendo la puerta. Dio un par de temblorosos pasos sobre sus nuevos y carísimos tacones hacia el interior del dormitorio.

Mientras la admiraba, Christian no pestañeó. Recorrió su cuerpo detenidamente de arriba a abajo total e irremediablemente embobado. No fue su pelo lo que más le llamó la atención, ni sus ojos, ni siquiera su escote, que asomaba tímido. Fueron sus largas y finas piernas que sobre esos tacones pareciera que nunca tuvieran fin. Se pudo imaginar a él mismo recorriéndolas con las palmas de sus manos como un coche transita por una carretera, como el viento sacude a las hojas de los árboles en primavera o como el agua te acoge al zambullirte en el mar.

Emily Foster y los cinco vérticesWhere stories live. Discover now