21. "Caída"

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Lo primero que noto cuando entro en la casa, es el olor a incienso. Una densa capa de humo blanco cubre todo el lugar, mientras que nos abrimos paso entre el montón de baratijas regadas por toda la estancia. La estancia es un completo desastre; sin embargo, no es sucia.

Es la decoración irregular lo que le da un aspecto descuidado. Ninguno de los sillones de la sala hacen juego; uno es de piel, otro parece haber sido sacado de una película de época y el más grande de todos tiene un estampado tan anticuado y brillante, que bien podría imaginarlo como parte de la escenografía una serie de televisión sesentera.

Hay fotografías y cuadros antiguos por todos lados, y un montón de vasijas de distintos tamaños, estilos y colores adornan las estanterías que hay en cada una de las paredes.

Casi me da miedo avanzar. Soy tan idiota a veces, que me da miedo dar un paso en falso y provocar una horrible masacre de jarrones viejos.

Un enorme atrapasueños -el cual llama mi atención de inmediato- cuelga de la estrecha entrada a las escaleras y las enormes plumas coloridas que danzan debajo de él, me hacen querer acercarme para tocarlas.


—No pongas un dedo en nada —la voz de Gaela, la anciana, llega a mis oídos; como si hubiese sido capaz de leerme el pensamiento.

De pronto, me siento como cuando iba a casa de la abuela antes de que falleciera. Ella también nos prohibía tocar cualquier cosa a mí y a mis hermanas. El recuerdo no es particularmente desagradable, pero tampoco es uno bienvenido. Era una de las pocas cosas que detestaba de ella. A pesar de lo mucho que llegaba a consentirnos, no ser capaz de poner mis manos en sus muñecas de porcelana, creó una especie de ridículo resentimiento dentro de mí.

—Creo que ya le agrado —mascullo, con sarcasmo, mientras que sigo a Daialee; quien, a su vez, va detrás de Mikhail.

La chica me mira por encima del hombro, con una sonrisa dibujada en el rostro.

— ¡Qué va!, ya te ama —dice.

Una pequeña sonrisa tira de las comisuras de mis labios y sé, de inmediato, que ella me agrada.

Mikhail nos mira por encima del hombro y casi puedo ver el brillo divertido en su expresión mientras que sacude la cabeza con aire reprobatorio. Muy a su pesar, sé que le ha divertido la pequeña interacción sarcástica entre Daialee y yo.


Avanzamos al paso lento impuesto por Gaela y nos adentramos casi hasta llegar al fondo de la casa. Finalmente, la anciana se detiene detrás de una puerta cerrada y se gira para mirarnos a todos. Sus ojos se detienen en mí más tiempo de lo debido y noto, debajo de toda esa repulsa que hay en sus facciones, que me tiene miedo. No sé cómo describirlo, pero sé que me teme. Puedo sentirlo...

—Daia —la mujer mira a su nieta—. Llévala al sótano y enciérrala ahí.

Mis cejas se alzan con incredulidad.

— ¿Va a pedirle también que me ate una soga al cuello y que ponga un trasto de comida y uno con agua para mí? —Suelto, sin siquiera procesarlo.

Gaela me dedica una mirada dura, pero yo no aparto la vista. Clavo mis ojos en los suyos y alzo una ceja, en un gesto que indica claramente que no le tengo miedo. La anciana entorna la mirada y me señala con un huesudo dedo.

—Estás en mi casa. No lo olvides.

Asiento.

—Por mí puede meterse su casa por el...

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