5. La poción de la verdad

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—¡Vamos! —gritó alguien—. Hay que llevarla a la enfermería.

—¡No, no la toquéis! —avisó Rodrigo—. Podría ser peligroso. Que alguien avise a Mirena, pero no la mováis.

Nayara y Amira salieron corriendo hacia el castillo, mientras los demás se quedaban allí, inquietos, sin poder hacer nada más que esperar. Darion estaba pálido y se mantenía muy quieto, como si la visión de su hermana herida lo hubiera petrificado. Rodrigo se acercó a él para intentar tranquilizarle.

— No te preocupes —le dijo—. Ya verás cómo no es más que una herida.

—¿Por qué no se despierta? —preguntó Darion.

—Seguro que está bajo los efectos del pelidrim, pero se despertará en menos de media hora.

Rodrigo decía todo eso para calmar a Darion, pero en realidad no sabía si estaba en lo cierto. Aixa podría despertar cuando terminaran los efectos de la poción, pero también era posible que no lo hiciera.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó la dama Mirena, nada más aparecer al lado de Aixa.

—No lo sabemos —dijo Rodrigo—. Nos la encontramos así al terminar el juego. Debe de haberse caído del árbol.

La dama Mirena asintió y sin pensárselo dos veces se agachó junto a la muchacha y le colocó una especie de collar de piel en el cuello.

—Me la llevo a la enfermería —dijo Mirena, dirigiéndose especialmente a Darion—. Si quieres venir, acércate.

Sin decir nada, Darion avanzó unos pasos, como si estuviera hipnotizado. Entonces la dama Mirena sacó su colgante de un bolsillo, rozó con él la mano de Darion y lo hizo desaparecer.

—¿Puedo ir yo también? —preguntó Rodrigo.

—De acuerdo —respondió Mirena, haciéndole un gesto para que se acercara—. Venga, date prisa.

En cuanto notó el roce del colgante de Mirena en su mano, todo a su alrededor cambió como un torbellino. Todos los escuderos que antes lo rodeaban habían desaparecido. Ahora se encontraba en una sala circular llena de camas que ya conocía muy bien. Noa estaba allí, ayudando a Darion a sentarse en una de las camas. Un instante después apareció Aixa tumbada sobre otra cama, y seguidamente la dama Mirena se materializó a su lado.

—Voy a tener que coser esta herida —dijo, apartando el pelo ensangrentado de Aixa—. Noa, por favor, ¿me preparas el hilo y la aguja?

—¿No puede hacer que se despierte? —preguntó Rodrigo.

—Si tenemos suerte, despertará en menos de media hora —respondió la enfermera—. En cuanto se terminen los efectos del pelidrim.

—¿Y si no? —preguntó Darion, sin levantar la mirada del suelo.

—Es posible que no despierte todavía —admitió la enfermera—, pero eso no significaría que el daño sea irreversible. Acuérdate de Adara, que estuvo muchos días inconsciente y al final se recuperó sin secuelas.

—Pero sin embargo Dónegan sigue inconsciente—objetó Darion, cuya voz sonaba aún más desconsolada. Se había dado la vuelta y sus ojos estaban clavados en la cama que tenía detrás de él, donde descansaba el caballero rubio.

—Dónegan también se despertará y volverá a ser el de antes —dijo Mirena—. Ya lo verás.

La enfermera se puso manos a la obra en cuanto Noa se acercó a ella con una bandejita de cristal que contenía un amplio surtido de gasas, agujas, hilos y otras cosas.

Rodrigo Zacara y el Asedio del DragónWhere stories live. Discover now