Antes de todo

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El sufrimiento es el medio por el cual existimos, porque es el único gracias al cual tenemos conciencia de existir.

—OscarWilde—



15 DE DICIEMBRE DEL 2007


Los rayos del sol se filtraban a través de mis parpados cerrados mientras respiraba profundamente. Era un día glorioso, típico de un domingo. Como cada fin de semana, los chicos y yo acordamos de vernos en la esquina de mi casa; por ser domingo no habría muchos automóviles en las calles por tanto, podríamos montar la rampa precaria en la que semanas atrás Sandra, mi mejor amiga desde la infancia, y yo, habíamos trabajado para sorpresa de los chicos.

Sebastián (mi novio) y sus mejores amigos: Iván y Guillermo, alias Willy por alguna estúpida razón que nunca recordaba, sus mejores amigos, disfrutaban de la pendiente, que ubicamos a un lado de la calle después del almuerzo. Sebastián llevaba una sonrisa radiante mientras gritaba que me amaba. Yo, avergonzada, escondía mi rostro tras los hombros de Sandra, que se encontraba sentada en el escalón de la acera conmigo.

—¡No te hagas la tímida! ¡Qué bien que te gusta escucharme decir eso! —me decía mientras yo me sonrojaba aún más, si eso era posible.

Así transcurrió la tarde: simple, sencilla, perfecta.

El sol ya comenzaba a ocultarse cuando los chicos decidieron tomar un respiro después de tanta práctica. Sabíamos que la etapa de eliminatorias para los Juegos Extremos se acercaba, y ellos tenían la ilusión de clasificarse, aunque solo estuvieran en la primera ronda y de ella no pasaran. No eran excesivamente buenos, pero se defendían.

—Tengo que irme ya —le decía a Sebas mientras él sujetaba con fuerza mis manos, que se encontraban entrelazadas con las suyas.

—¡No, no te vayas! —Pedía mientras se ponía frente a mí y tomaba mi rostro entre sus manos—. Adoro tus mejillas cuando se llenan con ese color tan adorable —yo cerré los ojos tratando de que mi corazón no saliera de mi pecho ante aquellas palabras, y de vergüenza, por supuesto, por las miradas atentas de los chicos, a sabiendas de que era inútil desacelerar mis latidos. Él, sin importarle nada susurró, rozando mis labios con los suyos—. Antes tienes que ver algo —para entregarme, justo después, un beso cargado de pasión.

Antes de que pudiera decir o hacer algo, tomó su skate, lo deslizó sobre el pavimento, y dio tres pasos rápidos para luego remontarlo y hacer una hazaña sobre la rampa.

—¡Exhibicionista! —grité para que pudiera escucharme.

De repente, apareció un automóvil de la nada, giró con brusquedad y aceleró con furia en la esquina en la que se encontraba Sebastián; lo embistió con tanta fuerza que hizo un ruido estrepitoso, arrojándolo como a dos metros desde donde había colisionado, pero no sin antes golpear su cabeza contra el capó y después con el vidrio delantero.

Yo, lo veía a cámara lenta, atónita.

Nos pusimos de pie de inmediato para socorrerlo, no sentía mis piernas, es más, no sentía mi propio cuerpo... era como si lo viviera desde otro lugar, desde otra vista, desde fuera.

Sebas, estirado sobre el pavimento, empezó a moverse lentamente. Iván gritaba que no se moviera, que podría ser peligroso, pero él hizo caso omiso ante la recomendación de su amigo, desprendiéndose del broche del casco. El conductor, que se había detenido, preguntaba angustiado si se había hecho daño, pero mi novio respondió con una negación mientras pasaba sus manos por detrás de la cabeza.

—¡No lo hagas! —Insistía Willy, pero pronto guardó silencio al observar los dedos de Sebas ensangrentados— ¿De dónde es esa sangre? —preguntó con voz ahogada.

Yo, sin embargo, solo tenía fuerzas para ir y abrazarlo. De rodillas frente a él lo agarré con toda la energía de la que disponía

—Me has asustado —susurré de forma casi inaudible. Él no respondió, solo respiraba, con dificultad a causa del golpe o eso supuse.

Le ayudamos a incorporarse lentamente, debido a su repentina insistencia, le llevamos junto a la acera y ahí nos percatamos de que se veía mal. Sebas estaba aún más pálido y su respiración empeoraba conforme los segundos pasaban.

—¡No debiste moverte! —Le regañó Iván— ¡Y mucho menos debes sacarte el casco! —la expresión de su amigo se veía notablemente aturdida.

—Estoy... bien —decía una y otra vez de manera entrecortada mientras arrojaba el casco a un lado y se recostaba en el suelo —solo necesito descansar... un... poco—suspiró.

Nos miramos unos a otros. Lentamente iba compensándose su respiración, tenía las manos sobre su pecho mientras poco a poco se tranquilizaba. Yo abracé a Sandra al verme incapaz de calmar mis nervios.

—¡Qué mal trago! —nos dijimos.

—¿Sangre? ¡Hay más sangre! —gritó Iván, que se encontraba al lado de Sebas. Se lo decía a Willy. El segundo tomó el casco y se percató que allí también había más sangre— Sebas tu cabeza no deja de sangrar... —reprochó el rubio, pero Sebas seguía con los ojos cerrados.

Entonces, en medio de aquel silencioso día soleado, escuché a Iván gritar que no se movía. Me giré de inmediato en su dirección. En efecto, estaba inmóvil. Mi corazón, que de por si se encontraba acelerado, había aumentado su velocidad. Quedé paralizada mirando en su dirección. Observaba como Iván y Willy lo sacudían con insistencia mientras él yacía inconsciente en el suelo. Sandra lloraba a mi lado, desesperándome aún más. Willy gritaba en mi dirección a modo de súplica, con los ojos llenos de lágrimas. Me pedía que llamara a su hermano. En mi cabeza entendía lo que debía hacer, pero mi cuerpo simplemente no respondía.

Cuando al fin pude darme cuenta, todo había trascurrido de manera vertiginosa: el accidente, su inconsciencia, la reanimación d los paramédicos, la carrera al hospital, las horas de insomnio en la sala de espera, la mala noticia de los cirujanos, el velorio y por último el entierro.

Cuando reaccioné, los ojos del sacerdote me observaban fijamente, preguntándome si diría algunas palabras. Solo miré a través de los lentes oscuros, que ocultaban mis ojos hinchados a la gente alrededor. Todos eran conocidos y amigos que yo frecuentaba, a excepción de uno, que no llevaba traje, vestía informal aunque sus ropas eran oscuras. Sus lentes me ocultaban su identidad.

Mire a mi madre, que se encontraba al lado mío con su brazo en mi cintura. Negué con la cabeza la petición del hombre al no creerme capaz de decir algo. Avergonzada, miré en dirección a la madre de Sebastián. Ella estaba en frente, por desgracia vi cómo se arrojaba al ataúd de su hijo pequeño, destrozada, pidiendo ser ella la que estuviera ahí en su lugar.

Tras las palabras finales del párroco todos emprendieron su marcha de regreso a casa. Los trabajadores del cementerio comenzaron su labor, pero yo seguía sin poder moverme.

Cuando logré ordenar mis ideas, me encontraba completamente sola, de rodillas en la tierra húmeda. Ni siquiera me había percatado que lloviera. El cielo estaba totalmente oscuro. Miré fijamente e hice solo lo que mi corazón, o lo que quedaba de él deseaba hacer: llorar, llorar desconsoladamente y gritar, echando fuera lo que me quedaba de vida. El tiempo se hizo acopio de mi dolor, y con truenos que erizaban la piel, aquellas desgarradoras luces acompañaron mis alaridos de dolor y decepción contra un destino que decidió castigarme, arrebatándome lo único bueno que existía en mi vida.





¡Gracias por leer mi libro! ¡Espero que le den una oportunidad sé que es un poco denso al principio pero pronto sabrán porque! ¡Gracias otra vez! besos ;)



Si Pudieras Verme (#1)Where stories live. Discover now