31

8.9K 802 27
                                    

Aún sentía el cuerpo eléctrico por el encontronazo con Sebastian. Había sabido que lo más probable era que se cruzaran, pero no había previsto esa mirada. No había sido fría, no había tenido odio ni amor, tampoco ira. Más bien había sido… intensa. No había otra palabra con la que Joy hubiera podido describirla. Intensa, penetrante, quizás. No tenía idea de qué había tratado de decirle al mirarla de esa forma. Lo único que sabía con certeza era que la había recorrido entera como una corriente furiosa, paralizándola en medio de un temblor en la boca de su estómago.

Luego se había ido, como si nada hubiera sucedido, como si sólo hubiera aparecido en la fiesta para verla y marcharse. A partir de ese momento, la noche siguió igual para todos, pero no para Joy. Se sentía en falta, como si hubiera estado cometiendo un crimen, un pecado capital. De repente, sonreír ante las gracias de Ger la hacían sentir culpable.

Se negaba a aceptar que la noche muriera en un declive lento y tortuoso. De ninguna manera iba a permitir que el fantasma de Sebastian jugara con ella tanto como la versión de carne y hueso. Gerard la conducía por toda la casa, contándole una anécdota adorable de sí mismo en su niñez por cada habitación, lo cual la distraía. Lamentaba haber perdido tanto tiempo juzgando al muchacho en lugar de conocerlo. Era honestamente una persona agradable. Un buen anfitrión, además. Aunque no estaba rellenando cuencos con chips ni sirviendo bebidas, pero Joy no conocía la mecánica de ese tipo de fiestas más que en las películas y en sus libros. Y por más inocencia que tuviera, era consciente de que aquellas cosas no reflejaban una realidad pura, sino exagerada.

Se sentía bien matar esa pesadilla que la perseguía desde su adolescencia y que constaba de ella en una esquina de la habitación, tecleándole desesperadamente a Juls, fingiendo estar completamente ocupada con su celular. Era el centro de atención del chico popular, era extraño. No de una forma romántica, no le interesaba Ger en lo más mínimo, pero se sentía como una de las chicas populares —no que alguna vez hubiera realmente aspirado a ser una de ellas—.

Llegando a las escaleras alfombradas de baranda blanca, Ger la detuvo, mientras la gente pasaba animadamente por sus costados.

—Aquí —sonrió y se acercó para susurrar, como compartiendo un secreto—, en este mismo lugar en donde estamos parados, di mi primer beso.

—¿En el medio de la escalera? —se extrañó Joy.

—Fue mucho más romántico de lo que crees. Yo estaba completamente enamorado de una niña. Tenía trece años, y la invité a estudiar. Me las había arreglado para que nos dieran un trabajo de… no recuerdo, pero para hacerlo juntos, sólo para besarla en mi habitación. Estaba todo planeado —suspiró con una alegre nostalgia.

—Pero, ¿no dijiste que fue en medio de la escalera? —carcajeó ella divertida.

—¿Qué? Ah, sí. Es que no me animé a besarla en las tres horas que pasamos solos y encerrados. Cuando se estaba yendo, bajé corriendo como perseguido por el diablo y tiré de su brazo. Y la besé justo aquí —señaló, apoyando el índice cerca de la comisura izquierda de Joy.

Joy se removió algo incómoda, pero no dijo nada. Se recordó que era una incapacitada social.

—Lo hice en frente de su madre y mi madre. Fue vergonzoso, porque no fue un buen beso —Joy comenzó a reír, olvidando la incomodidad—. ¡Era el primero! No te rías, luego mejoré. Ven.

La siguió guiando escaleras arriba hasta pasar a una habitación que milagrosamente estaba vacía y a oscuras. Prendió la luz y dejó a la vista un cuarto digno de un deportista. Práctico, desordenado, masculino y con un toque de sentimentalismo en un corcho repleto de fotografías.

El sonido de la puerta al cerrarse la puso en alerta. Se volteó para enfrentarlo y sonrió nerviosa, rascándose el tobillo izquierdo con el empeine derecho. Ger se acercó a ella y le acarició la cintura con una sonrisa de lado fija en el rostro. Joy se petrificó ante la desesperación de no saber qué hacer. Nunca había estado en esa situación, Sebastian era el único que había alguna vez invadido su espacio personal.

Pariente LegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora