Encuentro en la cafetería

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Nueva York

Jueves, 5 de septiembre de 2148

A pesar de haber dormido solo dos o tres horas, Jennifer se levantó de la cama como un resorte y se asomó a la ventana mientras Tom jugueteaba a su lado.

—Hoy vas a tener un paseo pasado por agua, amiguito.

***

Michael también se encontraba junto a la ventana, mirando absorto cómo la lluvia caía sobre los coches y los pocos peatones que andaban a esas horas por la calle, al tiempo que se recreaba en el sueño que había tenido. Nunca se atrevería a proponerle nada —al fin y al cabo, era su jefa—, pero no le habría desagradado en absoluto despertarse con ella a su lado. Cogió un paquete de galletas empezado y se las fue comiendo mientras seguía mirando por la ventana, sin dejar de pensar en su sueño…

***

Cornfield llevaba un buen rato levantado. Como todas las mañanas, había hecho cien flexiones, seguidas de cuarenta y cinco minutos en la bicicleta estática. Lástima que, después de una buena noche de descanso, el primer pensamiento que le vino a la cabeza nada más despertarse fuera el encargo de mierda de Kronos.

 Pero un trabajo era un trabajo, y cuanto antes se terminara, mejor, pensó mientras pedaleaba.

***

En las afueras de la ciudad, un hombre empapado se dirigía al centro. Aún faltaban unas cuantas horas para su cita con su amigo desconocido (G. M.), pero Frank quería reconocer el terreno previamente para tener un plan de huida preparado, por si la cosa se torcía. Se le daba bien eso de planear, y lo de huir, aún mejor. Si no, que se lo preguntaran a su padre.

***

Ajeno a todos estos acontecimientos que estaban sucediendo en ese mismo instante, Geoffrey tomaba su café mañanero mientras revisaba el correo. Jen aún no le había respondido; tampoco había ninguna llamada suya en el contestador. ¿Le habría pasado algo?… No lo creía. En Kronos ni siquiera sabían que él tuviese algo que ver con la desaparición del aerosol. O al menos eso pensaba. No, seguramente la semana de Jen estaba siendo una locura y no habría tenido tiempo de mirar el correo.

«Casi mejor —se dijo a sí mismo—. Así, cuando hable con ella, podré darle mucha más información».

Cogió un viejo maletín metálico que conservaba de sus tiempos de mecánico de automóviles, lo abrió y colocó dentro el aerosol, junto a una nota donde explicaba todo lo que había descubierto hasta ese momento. Luego lo cerró, y lamentó que no tuviera cerradura de seguridad. Quizás estuviese exagerando con todo aquello, pero como no sabía lo que podía suceder en su encuentro vespertino…

Maletín en mano, bajó hasta su coche y lo arrancó.

«Hora de hacer una visita a la casa familiar…».

***

Frank Montgomery llegó a las inmediaciones de la cafetería donde tendría lugar el encuentro. G. M. había propuesto quedar en la terraza climatizada, pero él insistió en que fuera en el interior. Verse en la calle suponía un riesgo demasiado alto, habría que estar atento a demasiados frentes, mientras que en el ambiente cerrado del local podría detectar cualquier amenaza fácilmente.

Dio unas cuantas vueltas por la zona y entró en el bar.

El interior era bastante luminoso. El vidrio translúcido de las ventanas impedía ver lo que ocurría en el exterior, y viceversa. Barrió el local con la mirada y repasó mentalmente cuanto allí había.

Seis mesas, cada una de ellas con un sofá de dos plazas a cada lado.

Un camarero tras la barra y otro sirviendo las mesas, tanto las de dentro como las de la terraza —probablemente habría uno más por la tarde—.

La amenaza - Primeros capítulosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora