CAPÍTULO 3

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Isaac no recordaba haber tenido nunca tanto frío, ni siquiera en Siberia. El viento era realmente helador. Y, si él se sentía así...¿cómo debían encontrarse los demás? Quizás Krishna era el que peor parecía pasarlo. Cuando decidieron atacar Asgard, no se les había ocurrido que fueran a tener semejante problema. Los guerreros divinos, sin embargo, debían de encontrarse perfectamente a esa temperatura.

Kanon rió para sus adentros. Poco a poco la entrada que se utilizaba para pasar del reino de Asgard al reino de Poseidón volvería a ser inútil. Kanon hizo un gesto a sus generales y éstos comenzaron a caminar lo más rápido que se lo permitían sus ateridos miembros.

“Esto es ridículo”, pensó Kanon. “Deberíamos llegar triunfantes, causando temor a nuestro paso, y lo único que podemos transmitir es lástima. Si ahora nos encontramos así, ¿qué será de nosotros a la hora del combate?”

Kanon volvió la vista hacia sus tropas, Isaac y Baian eran los únicos que avanzaban normalmente. El Dragón de los Mares se detuvo y los miró con aire de reproche.

-        Está bien, escuchadme. No sé qué os habéis creído, pero como aparezcáis así ante los guerreros de Asgard lo único que van a sentir es lástima. ¡Maldita sea, somos las marinas de Poseidón!

Los generales estaban visiblemente ofendidos por la arenga. Unos se mordieron los labios, otros apretaron los puños, pero ninguno dijo nada. Por fin, para la satisfacción de Kanon, las marinas avanzaron con aire majestuoso y amenazador. El Dragón de los mares les ordenó continuar mientras él seguía un camino diferente.

Poco a poco fueron adentrándose en un bosque. Reinaba en él una atmósfera realmente siniestra, que a más de uno le puso la carne de gallina. De pronto los árboles comenzaron a moverse con lentitud, hasta que parecieron cobrar vida y atacar a las marinas.  Cada uno trataba de defenderse como podía, sin embargo las plantas no se daban por vencidas. Por fin, un canto melodiosos resonó por toda la espesura y, poco a poco, las ramas fueron liberando a sus presas. Era Siren quien, gracias a la música de su flauta, había conseguido poner paz entre los espíritus de la Naturaleza.

Una risa sarcástica resonó más allá de donde sus ojos alcanzaban a ver.

-        ¿Quién eres? ¡Vamos, muéstrate! – Siren aguzó la vista y el oído en busca de su adversario.

Una figura alta y delgada se plantó ante él. Vestía una armadura azulada y lo miraba con desprecio.

-        Alberick de Megrez, guerrero divino de Delta. Vaya, vaya, por lo visto he estado a punto de acabar yo sólo con seis marinas en menos que canta un gallo. No deberíais haber venido hasta aquí para perder el combate de antemano.

-        ¡Te haré tragar tus palabras!- Eo se había puesto en pie y estaba encendiendo su cosmos.

-        No, espera -Siren agarró el brazo de Eo -. Yo lucharé con él. Vosotros seguid adelante y llegad hasta el palacio.

-        Siren, déjamelo a mí. No me gustaría que se creyera capaz de vencerme tan fácilmente.

-        No hay tiempo para discutir, Escila. Continuad hasta el palacio. En ausencia de Kanon soy yo quien da las órdenes aquí.

Eo apretó los puños y se quedó mirando fijamente a Siren hasta que al fin bajó los ojos.

-        Nos veremos en el palacio..

Eo avanzó dejando tras de sí a Alberick. Éste hizo ademán de impedirle el paso, pero recapacitó. Ahora que no podía aprovechar el efecto sorpresa sería incapaz de enfrentarse a todos. De todas formas, lo importante no era detenerlos. Todo lo contrario.

Kanon de Géminis: Asgard vs PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora