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4. Evidencias

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Levantarme esa mañana, con esa resaca, fue lo peor que me pasó en la vida

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Levantarme esa mañana, con esa resaca, fue lo peor que me pasó en la vida.

Bueno, quizás lo peor-peor que me pasó en la vida fue esa foto de Joan, pero esto era igual de asqueroso.

Agradecí haber cerrado las cortinas antes de echarme en la cama, pero incluso la poca luz que entraba por las grietas me molestaba. Anoche, habíamos regresado a las cinco de la madrugada. Una hora que, en lo general, nunca sucedía, puesto que mi madre pedía regresar un poco más temprano.

Pero ayer fue diferente. Ayer fue divertido. Y aunque mamá, papá y mi hermana tenían cara de querer preguntar qué carajo me había sucedido para cambiar así de ánimo luego de regresar con el chico Foster, no dijeron nada. Quizás hoy sería el día.

Y, quizás, hoy sería el día de ver qué había pasado con Joan y su auto.

Me levanté como pude, sintiendo el olor a carne asada que subía a raudales por las escaleras, infiltrándose en mi cuarto. Yo había cerrado la puerta, pero era habitual que Tiara la abriera temprano para espiar mi estado de sueño.

Miré la hora: la una del mediodía. Me estiré por las sábanas desordenadas, desparramadas hasta tocar el suelo. Tardé un momento en reaccionar antes de levantarme y restregarme la cara. Tenía hambre, mucha hambre, ya que anoche no tenía ánimos a la hora de cenar. Iba a ducharme después de comer, eso era claro.

Cuando bajé hacia la cocina, papá estaba cocinando la carne que tan a gusto olía desde mi habitación. Mamá, en cambio, ya estaba cortando unas frutas.

—Después de todo lo que comimos ayer, lo mínimo que pueden hacer es almorzar algo más saludable. 

No hablaba con nadie en particular mientras hacía su ensalada, pero supe que me oyó llegar. Papá, Tiara y yo nos miramos con caras aburridas. Eso no iba a pasar.

—Yo elijo carne —anuncié, tomando mi asiento y ojeando mi teléfono. Tiara estaba a mi lado, y sentía cómo me observaba de reojo. Seguramente quería llegar a visualizar algo del móvil. Yo lo alejé de ella.

—Bien —resopló mamá, medio furiosa, terminando su trabajo—. Entonces nadie me acompaña en esto, de acuerdo. Pero quiero que todos lo coman de postre, ¿está bien?

Papá asintió por nosotras mientras servía la carne y las papas asadas. Tiara me escrutó con ojos entrecerrados, y yo le alcé las cejas.

—¿Por qué apareciste de la nada tan contenta anoche?

Y ahí estaba la pregunta. Yo iba a matarla. Estaba aliviada de que mis padres no se acordaran del hecho, pero ella lo sacó a flote y todos se pusieron atentos.

—¿Qué te importa? —siseé.

—Bailaste como una loca. Cuando llegamos no estabas tan feliz.

—Milagro de Navidad —exclamé, intentando ignorarla al fin.

—¿O fue el hijo de la señora Foster?

Una noche de viernes vengativaWhere stories live. Discover now