Capítulo 12 || Axel

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Otro mes tachado del calendario. Otro mes de despertar por gritos de terror causado por una pesadilla invasora. Amelia no ha querido hacer absolutamente nada. Me rehusaba dejarla sola, pero el negocio no podía progresar si no estaba presente.

Me divido entre mi trabajo, Amelia y en la búsqueda de los que están detrás de ella, por consiguiente, los asesinos de su familia. Hay varias pistas, varios nombres...pero ninguno concuerda. Algunos de ellos fueron amigos de Nathaniel, pero otros solo estaban por miedo o para buscar alguna manera de quedarse con todo.

Eso sería una buena deducción.

—¿En qué piensas? —Pregunto a Andrew. Él está absorto con la vista pegada a los papeles, pero no los está analizando.

Llevábamos horas en mi despacho, revisando la información de todo el círculo que rodeaba a Nathaniel para poder tener algo con que comenzar.

—Creo que encontré unas pistas. No lo sé. —Me extiende unas fotografías, colocándolas una al lado de la otra. —Estos son los que tenemos que tener cuidado. Aquí está Samuel Rodríguez. —Señala una foto en donde está un hombre canoso de mirada dura con una pequeña cicatriz en la mejilla. —Según dice, fue el mejor amigo de Nathaniel, pero no sabemos nada aún. Este hombre se está muriendo, cáncer al pulmón. Lo que nos deja uno menos.

—¿Y eso no es bueno? ¿Qué me ocultas? —Digo viéndolo un poco nervioso.

—Tiene una hija. Sara Rodríguez. —Deja sobre el escritorio una fotografía a color de una mujer rubia, con facciones duras, al igual que su padre. —Lo que nos deja una clara conclusión. Ella ocupará el lugar del padre....y si le pasara algo a Katherine, ella tendría todo el poder.

—Mierda. —Dejo pasar que la haya llamado por su verdadero nombre, aún no se acostumbra al que ahora usa.

—Sí, gran mierda. Aunque no entiendo aun lo que conseguirían con eliminar a Katherine. No es una amenaza. Y ella no sabe la realidad del trabajo próspero de Nathaniel.

—Algún día lo sabrá. —El padre de Amelia tenía un gran imperio, tanto dinero que podría nadar en ello. Y es algo asombroso cómo pudo esconder aquello de sus hijas. —A la muerte de Nathaniel todo el imperio Rodríguez pasaría a la hermana de Amelia. Laura. Pero el juego fue bien jugado. Mataron a los dos. Dos pájaros de un solo tiro. —Digo con claridad, él me observa ya sabiendo que ambos pensamos en lo mismo. —Solo tendrían que matar a Amelia para que el dinero sea disputado por los asesores de Nathaniel. Y en ese círculo entra...

—Samuel...

—Y su hija. Ya que fueron los más cercanos. Y ellos también tienen un imperio, Andrew. Quizás no tan grande como el de Nathaniel o el de nosotros. Pero tienen algo grande.

—Debemos encontrarla. Con el hombre no se puede hacer mucho. El cáncer lo matará por nosotros. Pero con la mujer...No lo sé, Axel. Pero enviaré a que la busquen y la traigan.

—Bien. Mantenme informado.

Espero a que salga de la oficina, pero no lo hace. Solo se levanta y va hacia el mini bar para servir dos vasos de alguna bebida fuerte. Me extiende uno y él bebe el suyo de un solo trago, haciendo una mueca rara por la quemazón de su garganta.

—Ve con ella, amigo. Te mueres por hacerlo. —Dice al cabo de unos minutos. ¿Tanto se me notaba? No lo creo.

—Tengo cosas que hacer...

—Y una mierda. Vete. Yo me encargo de esto. —Voy a replicar, pero me calla. —¿Sabes lo jodido de esto? Ella no tiene a alguien que la busque, hace unos días quitaron la boleta de la policía. Creen que se fugó de casa para casarse. Nada más. Y más jodido aun. Soy su mejor amigo, o lo fui, y ahora mira lo que estoy haciendo. Solo no la lastimes, Axel. —Me mira serio con una clara amenaza. —No la jodas, su mente está frágil.

Y como siempre, sin más, sale de la oficina dejándome con la palabra en la boca. Hace más de cinco horas que no la he visto y ya mi cuerpo me pide que la tenga cerca.

Mi cuerpo. . Apenas puedo besarla sin que se ponga a la defensiva. Y justo ahora, no puedo estar tan cerca de ella sabiendo la amenaza que cuelga sobre su cabeza. No puedo.

Me tengo que enfocar en esa tal Sara. Ya sin conocerla la odio solo por el hecho de que quiere quitarle la vida a mi luz. Sí, mi luz. Mi pequeña y dulce Amelia. Tan inocente, tan....pura. Suspiro, restregando mi rostro con las manos de pronto sintiendome exasperado por todo. No me creo capaz de protegerla por siempre. Ella merece vivir tranquila, más no encerrada aquí.

Ni siquiera merece estar conmigo.

Ella en sí es un ángel. Recuerdo observarla a lo lejos y ver lo simple que era. No de apariencia, si no en su comportamiento. No era exageradamente amable, ni mala persona. Ella veía por el bien común. Nada individual. Ella era...es una buena persona. Ella es la clara imagen del mejor prototipo de mujer que pueda haber. Dulce, inteligente, amable.

No puedo tenerla encerrada en este lugar. No merece esto. Yo sabía de sus aspiraciones. Ella quería ser profesional, tener un trabajo estable. Un hombre que la respete, la ame como ella deseaba ser amada. Un hombre que la haga enloquecer, que la entienda. Ella quería tener una familia. Ella...quería tener una maldita familia feliz. ¿Cómo es que pude quitarle eso?

Ella merece todo. Jodidamente todo.

Salgo de la oficina rumbo a su habitación. No presto atención a lo que sucede a mí alrededor. Nada me importa. ¿Por qué mi conciencia está trabajando justo ahora en mi contra? Siento que todo lo que hago es algo malo. Malo para ella. Pero la estoy protegiendo. ¿Cómo puede ser eso algo malo? Solo estoy protegiéndola de su destino.

Entro sin miramientos, encontrando la habitación en penumbras. No me había dado cuenta la hora que era. Ya está oscuro afuera. Enciendo la luz de la mesita de noche, donde una pila de libros se encuentras desordenados.

Sonrío al recordar sus ojos brillar cuando la llevé a la biblioteca de la mansión. Ver tantos libros la hizo feliz. No pude negarle algo que le apasionaba. Entre cuentos, novelas, biografías o libros de istoria, ella se sentía feliz. Y ahora aquí están todos ellos. Acompañándola en este encierro.

Ahora ella está dormida, con un libro en su pecho. Sus cabellos desperdigados por la almohada, sus labios ligeramente abiertos y su cuerpo cubierto por la sábana blanca. A pesar de la situación, ella sigue pareciendo un ángel de paz. Tan hermosa y aparentemente inalcanzable. Aunque su brillo se esté apagando con los días que transcurren.

No debería enojarme, pero lo hago. No debería sentirme culpable, si lo único que hago es salvarla. Darle una oportunidad de salvarse de su muerte inminente.

Pero su espíritu muerto es la consecuencia. Y más si yo soy el animal que la trata de una manera repugnante. Disfrutando de su cuerpo cuando ella me suplica que no lo haga. Cuando sus quejidos lastimeros me excitan.

¿Qué me sucede? ¿Qué anda mal conmigo? Sé que la amo. La deseo. Pero eso no justifica mi comportamiento con ella. Debería tratarla como a una flor, respetar sus decisiones. Escucharla. Anteponer sus deseos a los míos. Pero hago todo lo contrario.

Destruyéndola.

Pero no es porque quiera. Sin sentido, lo intento. No quiero dañarla. Pero al mismo tiempo quiero tenerla entre mis manos y no dejarla jamás. Y eso...eso destruye, daña su espíritu. Opacando lo que una vez brilló. ¿En qué me deja eso? No es Sara la que la está buscando para matarla. Yo soy el que la está matando con lentitud, con dolor.

Relatos de un secuestro ©Where stories live. Discover now