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Lalisa Manoban sabía con cada brisa salada que arremolinaba su cabello, que su alma estaba destinada a envejecer libre en la playa.

Sabía que cuando su fin llegase su espíritu viajaría desde donde estuviera solo para llenarse de arena y descansar en la espuma del mar.

Y es que se sentía todo tan mágico.

Mentiría si dijera que no fue inspirada por Donna Sheridan, se graduó y decidió tomar el primer viaje en tren a la playa, el destino decidiría por ella. Consiguió alojamiento en una acogedora cabañita, perteneciente a una pareja de ancianitos dulces que necesitaban que su casa sea cuidada mientras visitaban a su hijo en la ciudad, la mujer le vió cara de buena, según ella, y la acepto, lo que le aseguraba una semana y media de estadía siempre y cuando cuide el espacio.

La omega se enamoró del lugar y de sus dueños, les cuidó su hogar como si fuera suyo, regó las variadas plantas de la señora a lo largo de toda la casa y jardín en las tardecitas, ventilo las habitaciones cerradas y se apropió de una que le pareció adorable, barrió el polvo y trató de no husmear tanto aún cuando el baúl de recuerdos le tentó muchísimo.

Conoció personas, amistades que duraban un día que olvidaría para comenzar al despertar, jóvenes en la misma situación que ella, sin lazos que los retengan o destinos planificados a largo plazo.

Todos estaban soltandose y dejándose mover en la brisa y que está los deposite dónde crea conveniente, y eso los unía por más breve que sea.

Ese día conoció a un grupo de tres y la invitaron a salir por unos tragos a los que no se negó, una de ellas tenía una jeep antigua y los paseo por toda la costa hasta encontrar una taberna que les llamó la atención.

Lisa no podía decir que no había bebido y tampoco tenía la intención de ocultarlo, esa era su intención al llegar, hacer todo lo posible para olvidarse de quien era y lo que le esperaba al volver a la cotidianidad.

En algún punto de la noche, los tragos y la música envolvente de los setenta, Lisa se enamoró de una cabellera rubia, su dueña había cautivado a su omega interna desde que entraron al lugar, la alfa no tardó en acercarse a hablarle, pronto la llevó a un apartado, comportándose como la sinvergüenza en el que se transformaba cada vez que bebía.

—Eres el humano más hermoso que he visto, preciosa. —recuerda el coqueteo barato que le susurró con voz ronca en el oído, que puso a su omega a acicalarse.

Estaba ebria y estúpida, pero otra vez, no se arrepentía de nada.

Una cosa había llegado a la otra, Lisa se volvio toda fácil con cada babosada que la alfa guapa soltaba en su oído y antes de las cuatro de la mañana estaba siendo pasionalmente besada en la parte de atrás del bar, manos por doquier y un aroma a eucalipto y café que invitaba a ahogarse en ella a voluntad.

Recuerda que las cosas se sobrecalentaron y la cabaña estaba cerca, la alfa, Rosé, tenía una moto que pudo manejar perfectamente hasta el lugar que Lisa le indicó cómo pudo mientras se sentía en una canción de Lana del Rey.

Las ropas por el piso de la casa crearon un camino a la habitación que terminaba en un lío de cuerpos y sábanas en su cama. No hablaban, no había necesidad, solo manos que tocaban, labios que besaban y cuerpos que se unían.

Lisa no recuerda una experiencia igual, nunca volvería a sentir la necesidad y el deseo naciente en su bajo vientre a todo momento.

Alfa y omega se unían, no era como si alguna de las partes fuera realmente consciente de esa magnitud.

Duró lo que tenía que durar, se repitió las veces que se pudieron, no alcanzaron, pero en algún punto de la velada un celular sonó y todo colisionó, cuando Lisa se despertó horas más tarde, en su corazón había un vacío, la mitad de la ropa se había ido y solo un profundo aroma impregnado en ella y en sus sábanas le aseguraba que allí había pasado algo.

Al menos, la candente extraña había cerrado la puerta al irse.

Al menos, la candente extraña había cerrado la puerta al irse

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¡Gracias por leer!

beach girls | chaelisa auWhere stories live. Discover now