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El trayecto de vuelta a casa es tranquilo.

Por lo menos para los miembros de la familia Li que no saben que hay un alienígena en nuestro coche, haciéndose pasar por uno de nosotros. Mi padre canturrea la canción de la radio y mi hermano está chateando con sus amigos o con alguna chica, ajeno a lo que ocurre a su alrededor, como de costumbre.

He intentado buscar información en internet sobre seres que aparecen de la nada haciéndose pasar por familiares, pero lo he dejado porque la variedad y el surrealismo de los resultados me marean y los ojos azules que me vigilan por el espejo retrovisor me están poniendo de los nervios.

No hablamos mucho. Es tarde, hace calor y estamos todos deseando irnos a dormir. Nada más llegar, mi padre se da una ducha, Brad se encierra en su habitación y yo me hago la remolona, rondando al alienígena para asegurarme de que no planea matarnos mientras dormimos.

Me espanto al ver que el antiguo despacho de mi padre se ha transformado durante el rato que hemos estado fuera, por arte de magia, en un cuarto para Azel. Por lo que alcanzo a ver desde el pasillo, hay posters de cantantes rock en la pared y otros de actrices ligeritas de ropa. El cacho de armario que está abierto se ve lleno de ropa y los muebles están repletos de los típicos objetos que acumularía un chico de la edad que aparenta: un despertador, una lámpara, un portátil, libros, una guitarra, unos cascos, hasta hay unos fotos. Me muero de curiosidad por saber qué fotos son pero él me descubre en el rellano y me doy prisa por ir hacia mi propio cuarto.

Pero ahí no encuentro confort en la conocida decoración o en el olor del suavizante de la funda de almohada. Tengo claro que esos seres tienen poderes mágicos y que, de momento, soy la única que puede ver a través de la ilusión que crean. Por lo que he deducido de la conversación, el tal Seth es una especie de "arquitecto" que modifica la realidad, así que la guarida del lobo de Azel debe ser obra suya. Se me ocurre buscar lo de arquitecto de realidades, pero doy un salto y se me cae el móvil de la mano cuando llaman a la puerta.

Trago saliva y sereno mi rostro antes de abrirla. Como sospechaba, Azel está al otro lado, sin camiseta, pero con una expresión maliciosa en la cara.

—¿Sí?

—¿Vas a ducharte después de papá o puedo ir yo? —pregunta él mientras apoya un hombro contra el marco.

Procuro que no se dé cuenta de que me preocupa la imagen de sus músculos. No tiene el aspecto de un fanatico del gimnasio que vive a base de polvos, pero creo que los creadores de su cuerpo se han pasado con la perfección al perfilarlo. No hay rastro de grasa en su cintura estrecha y los hombros, los bíceps, hasta los dedos gruesos dejan claro que poseé un poder superior al mío, incluso si voy entrenando como loca desde el accidente.

—Puedes ir tú.

—¿Estás segura? Hueles un poco mal.

—Pues no vengas a mi cuarto. —Trato de cerrarle la puerta en la nariz pero él interpone la punta de su pie y me lo impide.

—Vagaré por todos los rincones de esta casa siempre que quiera. —Su forma de decirlo, como si fuera una amenaza, y el vistazo que le echa al interior de mi habitación, me ponen la piel de gallina.

Sonríe al identificar el miedo en mi rostro. Es consciente de que lo sé y quiere intimidarme, ¿por qué si no vendría a molestarme? No se le ha ocurrido ir al cuarto de Brad para preguntarle si quiere usar la ducha.

—Hay cerraduras para que te lo impidan. —Le empujo, ignorando lo caliente que se siente su piel bajo mi mano.

Cierro la puerta mientras él se carcajea. Después hago algo que nunca he necesitado hacer en mi propia casa: echar la llave. Le oigo reír otra vez cuando escucha el mecanismo de la cerradura. Sus carcajadas me recorren la columna vertebral en una caricia helada y acaban por erizar los pelos de mi nuca.

Tu nombre al Ocaso por Beca Aberdeen y Haimi SnownWhere stories live. Discover now