O3.

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Era él quien compartía habitación con Matías, me lo contó mientras conducía.

—Y tus ojos, ¿Son herencia?

Amm, quizá de gente más atrás de mis abuelos, ni mis padres tienen los ojos parecidos. —reí.

En un semáforo en rojo, giró su rostro, y centró su vista en mis ojos, parecía tan concentrado en ellos.

—Justo ese tono de azul quiero para las luces del auto. —cuenta.

Me fue inevitable no soltar una carcajada, pues imaginar mis ojos como focos para auto, me causó mucha gracia.

El rio seguido de mí, pues hasta después de decirlo, entendió que no fue un muy buen halago.

—... No bueno, me refiero a que es un color muy lindo. —aclara—. Son muy lindos.

—Gracias, gracias. —sonrío un poco sonrojada—. Puedes llevarme como referencia cuando compres las luces de tu auto.

—Y bue, no es mala idea. —dice gracioso.

El claxon de un auto detrás nos hace dejar de vernos, y poner atención al semáforo. Llevaba ya varios segundos libre.

Fue cuestión de atravesar solo un par de cuadras más, para entrar al parking del edificio. Enzo buscó su lugar, y estacionó el auto haciéndolo ver tan fácil, como ponerse un calcetín.

Bajamos del auto.

—¿Cuál es tu piso? —preguntó guardándose las llaves.

—Piso ocho. —caminamos juntos hacia el ascensor, mientras yo sufría por poder cargar mejor mi bolso.

Unos pasos después, en cuanto él lo notó, simplemente tomó el bolso sin preguntar, y lo cargó como si no pesara nada.

Sorprendente. Pero bueno, esos gigantescos y marcados brazos, no eran solo adorno.

—Te ayudo.

Subimos en silencio, y me fue inevitable no verlo por el reflejo del ascensor. Lucía muy bien apoyando la espalda contra una de las paredes, poniendo una de sus largas piernas sobre la otra, y mirando sus botas.

Segundos más tarde, estábamos en el piso ocho. Enzo se alzó para entregarme el bolso, y preguntó.

—¿Puedes llevarlo hasta tu habitación, cierto?

—Puedo, puedo. —le digo tomando el bolso, y asintiendo—.  Muchas gracias, en serio.

—No es nada, cuando quieras.

Le sonrío en forma de agradecimiento, y él me regresa el gesto. Salgo del elevador con un sonrojo, que hasta ahora, noto que tuve en todo momento.

Y es que su voz era al parecer, naturalmente tan profunda, eso fue lo que me mantuvo nerviosa en todo momento.

Pero bueno, nada del otro mundo, era un compañero más de trabajo.




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JOB | Enzo Vogrincic, Matías RecaltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora