4: Ava Carpenter

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El césped que a Barty antes le parecía una mugrosa hierba rastrera, ahora tenía una hermosa tonalidad de verde. Las pequeñas florecillas blancas que se sacudían con la brisa de la primavera daban un toque armónico al lugar en el que los antiguos enamorados se habían vuelto a ver. Incluso el potente sol de la mañana comenzó a resplandecer con suavidad ahora que Ava Carpenter estaba de regreso en Londres.

—No puedo creer que hayas vuelto— dijo Barty, aún incrédulo. Incluso había dejado de parpadear sólo en el caso de que la visión de Ava fuese sólo un espejismo causado por el miedo y la fatiga. Los ojos azules de Bartholomew escudriñaban todo el rostro de la mujer frente a ellos, quien ahora se encontraba sentada sobre una amplia manta de día de campo. 

—Era necesario. Quedarme en Madrid habría sido un error— dijo Ava, mirando hacia un punto en el horizonte en el que el sol le daba de lleno en el rostro de facciones tan delicadas y hermosas que parecía un ángel.

Barty recordó entonces que Ava le había dicho que había enviudado. La sola palabra que provino de ella era de por sí algo extraño. Una mujer como Ava Carpenter no merecía pasar por la tristeza de perder a un esposo a tan temprana edad. Si la estudiaba mejor, Barty podía notar que bajo los ojos de Ava se encontraban unas finas pero distinguibles líneas rojizas que indicaban que había estado llorando recientemente. 

—Siento mucho tu pérdida. No debe ser fácil pasar por eso—A Barty no se le ocurrió nada mejor que decirle, pues él no conocía al difunto esposo de su otrora prometida.

Diez años atrás, cuando Barty y Ava eran una feliz pareja a punto de contraer matrimonio, jamás se habrían pasado por la cabeza que aquella boda no se llevaría a cabo producto de los excesos y la falta de escrúpulos del futuro novio.

—Está bien. Gracias, Barty—dijo Ava en un tono condescendiente. Le dedicó una mirada sensata a Barty y luego volvió a su ensoñación en el horizonte. 

Ava solía hacer eso con frecuencia. Aparentaba estar en otro sitio cuando en realidad estaba atenta a todo lo que sucedía a su alrededor. Tal vez fue eso lo que motivó a Barty a engañar a Ava, esperando que ella no se diese cuenta de su traición. Pero Ava Carpenter era alguien inteligente, mucho más que cualquiera, incluso que Barty, por lo cual no supuso un problema para ella descubrir la verdad.

—Sé que sonará inapropiado debido al tiempo que llevamos sin vernos, pero, ¿puedo preguntar cómo sucedió?— Obviamente, se refería a la muerte del esposo de Ava. Barty era de por sí imprudente, pero ver de nuevo a la mujer con la que pasó los momentos más felices de su alocada vida le hizo aflorar unos sentimientos que no recordaba que existían dentro de él.

Acerca del esposo de Ava, Barty sólo tenía el conocimiento de que era un general o un capitán o algo del ejército de España que había viajado a Inglaterra con el propósito de establecerse allí. También que Manuel Villalba era aproximadamente veinticinco años mayor que Ava.

—Los médicos dijeron que había sido algo en el cerebro, un derrame o algo parecido. Fue tan repentino que aún no puedo creer que de verdad esté muerto— Ava miró a Barty fijamente al responder. Sus ojos cafés brillaban, aunque no del modo en que lo hicieron cuando se vieron por primera vez. El brillo en Ava era tristeza, por lo que Barty se dio cuenta que durante los años de matrimonio ella había llegado a quererlo.—Hay veces en las que despierto en medio de la noche porque siento su presencia a mi lado en la cama, y cuando me doy cuenta que ya no está mi corazón vuelve a romperse como la noche en la que murió—.

—Oh, Ava. De verdad lo siento— Barty colocó su mano sobre la mano de Ava, que reposaba suavemente sobre la manta del día de campo color azul cielo. Barty sintió un objeto afilado que le lastimó la palma, por lo que retiró la mano y se fijó que se trataba de un anillo con un diamante enorme incrustado en él. Era un anillo de compromiso, pero no el que Manuel le había dado al momento de aceptar casarse con él. Era el anillo que Barty le había comprado muchos años atrás, cuando ella le dijo que sí a otro hombre: A él.

El Demonio de Bartholomew GoldsteinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora