Prólogo

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Escocia. 1453

La anciana despertó sobresaltada, algo había interrumpido su sueño. Escuchó con atención esperando encontrar el motivo, pero nada era distinto en los sonidos que la rodeaban. El ulular del búho a lo lejos, el viento batiendo las ramas de los arboles, un lobo… Su bosque estaba vivo como cada noche, pero eso era todo.

—Mae… Maaae… ven a mí.

Había vuelto a cerrar los ojos cuando los abrió de golpe. La estaban llamando. Era distante, apenas llegaba como un susurro. Se incorporó en la cama y bajó los pies al suelo. Giró su cabeza hacia un lado y hacia otro, esperando oír de nuevo la llamada. El búho ululó algo más cerca, pero no hablaba ni la llamaba.

 —Ven a mí…

Por unos momentos pensó que algún aldeano había ido a buscarla pidiendo ayuda, un escalofrío estremeció su cuerpo cuando la oyó de nuevo. Esa voz no era humana. El mismo viento la llamaba, y aun así, tampoco él la requería.  

—Mae… Maaae… ven a mí…

Aquello ya no era una llamada, era una orden. Podía oír el rugido de las olas rompiéndose contra las rocas, sin embargo el mar estaba lejos de su bosque. Ya no era un susurro, ahora estaba alto y claro, el mar la estaba reclamando. La evidencia, le produjo  una extraña sensación de desazón.

La llamada se repetía una y otra vez apremiándola. Nunca se había acercado al océano, el ruido del agua estrellándose contra las rocas del acantilado siempre le había dado miedo. Ella prefería la tranquilidad del bosque, pero aquella noche el mar la convocaba. Estaba diciendo su nombre y nada iba a impedir que atendiese la petición. Sus pies se pusieron en movimiento, tras calzarse sus viejos zapatos, dispuestos a obedecer, estaba cayendo en alguna especie de encantamiento, de hipnosis. Tomó su candil de la mesa y lo prendió, después echó sobre sus hombros  su grueso chal de lana y caminó hacia el exterior.   Arrastraba los pies intentando demorarse, pero no podía detenerse. Aquellas palabras encerraban algún hechizo  que la obligaban a obedecer.

Sabía lo que esa voz representaba. A otra persona quizás la hubiese asustado, pero ella sabía lo que tenía que hacer. Había dedicado su vida a la magia y los conjuros, su madre había sido hechicera y  curandera, así como lo fue su abuela y su bisabuela, ahora ella había tomado el relevo. Había invocado a las fuerzas de la naturaleza, a los ancestros para dar fuerza a sus hechizos, conocía la magia que envolvía las highlands y sabía que aquella voz era parte de esa magia.

Durante horas caminó entre los árboles, sin más compañía que aquella voz melodiosa que la reclamaba y con la esperanza de que  la estuviese dirigiendo hacia el lugar correcto pues ella no estaba muy segura de hacia dónde estaba el mar. Envuelta en su grueso chal de lana, caminó con la tranquilidad de quien da un paseo, sin prisa pero sin demora, aunque por dentro su corazón estuviese desbocado, porque era de noche, por el miedo o simplemente por el misterio.  

Caminó durante horas, sin un rumbo conocido, guiada por la melodía de una voz que ahora identificaba femenina. La anciana jamás se había alejado tanto del bosque, sus piernas no estaban acostumbradas a tanta caminata, mañana tendría dolores por todo el cuerpo. Sus pies le llevaron hasta el borde del acantilado, pero no se detuvieron allí como hubiera querido, aquella mujer la quería aún más cerca. Sintió miedo cuando se dio cuenta de que la quería en el agua misma.  Jamás había visto la senda que descendía entre las rocas, bueno, tampoco es que hubiese estado allí muchas veces como para conocer el terreno, dos o tres veces a lo sumo en sus casi cincuenta años. Tuvo miedo de caer y sin embargo continuó bajando. Guiándose tan solo por la melodiosa voz femenina que pronunciaba su nombre y la atraía hasta el mar embravecido.

—Mae… Mae… Mae… ven a mí… Mae… ven…

Jamás su nombre le había parecido tan musical, sonaba como un canto en boca de aquel ser del mar.

Nacida para amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora