Capítulo 3

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Tras haberse probado la mitad, al menos, de las prendas que había allí, Denny lo llevó hacía una de las sillas rodeada por pelucas. Keith nunca se había sentido tan ridículo como cuando empezó a ponerse todas aquellas matas de pelo. Pelirrojas, rubias, morenas, caobas. Había de todos los colores, y terminó probándose con todos los peinados y cortes posibles. Al final, tres cuartos de hora después de quita y pon, el diseñador apartó cuatro pelucas rubias de corte a media melena. La tonalidad era tan clara que podía pasarse por albino.

—Ya está —dijo al fin cuando hubo terminado—, con esto podremos aparecer en público cuatro veces. Debería bastar.

—¿Tendré que estar en una conferencia?

El diseñador le miró condescendiente, como si fuese demasiado tonto como para comprender las cosas más simples. Quizás si cambiase su tono de voz por uno más determinado, las cosas cambiarían.

—No, pequeño. Simplemente tendrás que hacerte unas fotos con él en algunos restaurantes, o quizás dando simplemente un paseo. Eso quedaría lo bastante creíble como para que le dejen en paz por un tiempo.

Completamente destrozada su imagen mitificada del hombre, solo le quedó resignarse a lo inevitable. Todos los ricos de allí parecían ser imbéciles. Por lo menos, aquella persona no le causaba el temor que Douglas podía infundirle con solo una mirada. A Denny, al contrario que a su jefe, era capaz de contestarle con moderada normalidad.

—Alguien sospechará. Probablemente se den cuenta tarde o temprano de que no soy una mujer, y entonces todo se irá al garete.

—Si eso sucede —dijo Denny mientras le dirigía una mirada inquisidora—, él lo arreglará. No sé cómo lo logra, pero siempre se sale con la suya.

—¡Por una vez, deberían darle un escarmiento!

Ante el súbito arrebato de rabia, el hombre le miró con cara de sorpresa. Era obvio que no se lo esperaba.

—Así que nuestro minino tiene garras. Por lo que me había dicho Douglas, pensé que serías algo así como autómata. Chris me aseguró que nunca hablabas más de dos palabras juntas. Sin saber qué contestar y sin estar dispuesto a admitir su reacción ante Douglas, simplemente se limitó a encogerse de hombros, mientras aclaraba:

—Soy muy tímido por regla general. Y él no es fácil de tratar.

Tras un tenso silencio, en el que esperó que el otro se burlara de él, una mano en su hombro le hizo mirar aquellos ojos verdes con brusquedad.

—No dejes que te maneje a su antojo. Si lo haces, también terminaras fundiéndote junto a todos esos idiotas que le persiguen como perrillos.

Tras aquellas palabras, el diseñador salió del estudio sin dirigirle una sola mirada más. Keith, sorprendido, no tuvo tiempo para reflexionar sobre lo que había escuchado. Su trabajo había empezado hacía unos cinco minutos y no quería ganarse otra bronca.

Con suerte, todo aquel asunto acabaría cuando los malditos reporteros les hiciesen unas fotos. Después podría seguir con su rutinaria vida como si nada de aquello hubiese pasado. Y quizás, también había aún algo de esperanza para su diseñador preferido.







—¡No puedes estar hablando en serio!

El grito estridente de Dave se escuchó por toda la silenciosa sala.

—Cálmate chico, y siéntate.

Frustrado, obedeció a aquel hombre que le miraba, con su traje negro y su rostro duro y cetrino, sin ningún tipo de expresión. Aquella persona, además, parecía estar fuera de contexto entre los viejos y desvalijados muebles de su casa. Con solo dos cuartos, que permitían a cinco personas dormir en tres camas distintas, un pequeño baño y una cocina donde no entraba ni una lavadora, aquel lugar era la esencia misma de la pobreza.

Crueles intenciones (Extracto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora