Capítulo 2

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Cerrando de un portazo, Greg entró en el despacho de su abuelo con la furia nublando sus sentidos. Sin esperar una palabra del anciano, con un rápido movimiento dejó sobre su escritorio el periódico que acababa de leer.

—¿Qué se supone que significa esto? —exclamó mientras con un dedo acusador señalaba una noticia que resaltaba en la portada. Las blanquísimas hojas del periódico no parecieron llamar la atención del anciano que, sentado en su gran silla de cuero marrón, miraba con desdén a su inútil nieto.

—Buenos días, Gregory —saludó su abuelo con tono frío.

Su cabello, completamente teñido de blanco con las canas que le habían envejecido, estaba tan bien peinado como lo había estado durante toda su vida. Sus rasgos duros y afilados eran clara señal de que pertenecía a su familia. Rasgos aristocráticos, le gustaba decir.

—Al cuerno con eso. ¿Qué diablos significa esto? Creo que ya habíamos hablado sobre tu absurda idea.

—Tú hablaste, yo me limité a escuchar.

—¡Me da igual! ¿Cómo se te ocurre anunciar mi matrimonio? Sobre todo si tenemos en cuenta que no pienso casarme.

—Claro que lo harás.

—O si no, ¿qué? —gritó frustrado y cansado por las amenazas de aquel viejo demonio—. Te recuerdo que mi herencia viene de parte de mi madre, así que no puedes tocar un solo dólar de ella.

Un silencio absoluto se adueñó de la estancia. El anciano levantó sus ojos hinchados, clavándolos en su nieto.

—¿Estás seguro? —dijo, sin cambiar el tono de su voz—. Eres un pequeño estúpido. Siempre tan inocente. Ese dinero no te daría ni para vivir dos años. Eres un derrochador.

—¡Es mucho dinero!

—Puede ser, pero no el suficiente para ti. Admítelo, eres incapaz de ganarte la vida por ti mismo.

Sintiendo ganas de golpearlo, Greg intentó tranquilizarse. Lo odiaba. Él no era un inútil, lo que sucedía era que nunca había aprobado su trabajo. Era una persona egoísta y, para desgracia de todos, completamente intransigente.

—Mi carrera de modelo puede darme todo lo que necesito, y mientras Chris tenga la revista, tendré trabajo seguro.

—¿Dependerás siempre de la caridad de tu primo?

La sonrisa socarrona del viejo casi lo sacó de sus casillas, pero respirando hondo, se limitó a decir:

—No es caridad. En realidad, podría encontrar trabajo donde quisiera, pero mientras él me acepte, quiero trabajar allí, en la revista más famosa de todas. Me gano mi sueldo igual que todos los demás y soy lo suficientemente famoso como para tener un futuro asegurado. No necesito tu maldito dinero, ni nada que venga de ti.

—Pero vives en mi casa.

¡El muy bastardo y sus golpes bajos! El recordatorio constante de su obligada estancia en aquella casa era algo tabú entre ellos.

—¡Eres un desgraciado! Usar así a tu propio hijo....

Hubiera querido llorar. Quizás incluso lo hubiese hecho, recordando la figura inmóvil de su padre postrado en una de las camas del piso superior.

—No lo haría si no me obligaras a ello. Te casarás, Gregory. Si no, te marcharás de esta casa, y no esperes ser recibido nunca más.

Un tenso silencio barrió el aire, arrastrando consigo una incómoda atmósfera.

—¿Quién? —susurró con la cabeza gacha y los puños apretados.

—¿Cómo?

—¿Quién es la afortunada?

Crueles intenciones (Extracto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora