Excéntrica juventud

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Ser un asalta tumbas debería ser una profesión tan importante como lo debería de ser el chico del delivery. La diferencia está, claro, que el chico del delivery lleva pedidos a personas y de vez en cuando corre con una suerte ridícula de conocer a Beyoncé. Llevándole una hamburguesa doble queso a Beyoncé, ¡Solo mira que tan absurdo y genial se oye eso!

Yo, en cambio, estoy asignada a recoger las pertenencias de una persona que un día sin más ha decidido desaparecer del país. Y bueno, eso es similar a ser un asalta tumbas ¿no es así?

Voy por ahí, durante citas asignadas por el laburo, husmeando entre ropas usadas y vajillas cuarteadas.

Las pertenencias de estas personas, según las oficinas del gobierno en las que me mato trabajando por un sueldo miserable, tienen que ser confiscadas. Y con confiscadas deben referirse a que ahora son propiedad del gobierno. Vaya tunda. Pasar casi la mitad de tu vida trabajando para que tus resultados materiales se le consignen a alguien más. Pero bueno, ese no es el asunto del día, ni mi problema, honestamente.

Como sea, las personas que vivieron este departamento en Londres tuvieron buen gusto. Aunque los llaveros que dicen Yuki y Esther me hacen pensar en que la historia secreteada a través de las paredes de ladrillos de esta casa fue algo caótica como para haber dejado tantas pertenencias, aromas y recuerdos de dos personas tan opuestas a raíz de sus nombres.

¿Tan apresurados habían salido de casa que habían dejado prácticamente toda la despensa de la alacena?

Yuki parecía el tipo de persona conservadora, y eso podía determinarlo viendo su guardarropa. Colores neutros, gris, negro y un poco de blanco. Zapatos demasiado pulcros y cuidados. Toda esa habitación, la que debía ser de él, sin embargo, olía a mujer. Olía a una mezcla de sándalo con yerbabuena. Y un poco a cigarrillo. Las colillas sobre la alfombra eran un desastre, pero afortunadamente a mí solo me toca empacar y no encargarme del aseo.

Con cuidado fui designando órdenes a los trabajadores, indicándoles qué cosas llevarse y cuáles otras, dependiendo de su estado, se podrían vender.

Los botes de cerámica de la alacena, me pregunto, si habrían sido el obsequio de alguna de sus abuelas pues conservaban el mismo patrón y el mismo estilo de los maceteros que los que yo tenía, igual obsequiados por mi abuela materna. Un poco antiguos pero conservadores y significativos.

El piano del estudio ¿Qué se supone que haría con él?

Pero, más allá del destino que le esperaría, ¿Qué tipo de melodías tocaron sus blancos y negros?

¿Qué discusiones y qué versos de amor pudieron haberse desatado aquí? ¿Qué significado hay detrás de las letras talladas a mano sobre el pasamanos de la escalera? ¿Qué hay detrás de cada una de las decoraciones en el pequeño jardín en el tercer piso? En ese espacio no hay colillas, pero si un puñado de rosales a punto de florecer.

Los florecimientos son experiencias únicas, así como el inicio de la etapa de una vida que está por venir, pero al parecer los amantes Yuki y Esther no han tenido tiempo de pensar en ello.

Recordarme viejos sueños de la infancia y de la juventud excéntrica que alguna vez me hizo tomar decisiones apresuradas, me hace ser la última en salir de la residencia en la que, seguramente, hace unos días, se vivieron experiencias únicas. Donde se habrán vivido llantos y alegrías, y donde se habrán tomado decisiones que cambiarían vidas.

Desafortunadamente no hay tiempo para enterarme de su historia, pero ellos seguramente harán lo que sea por continuarla a donde sea que vayan.

A mí solo me toca resguardar parte de ella, desconociendo por completo los verdaderos motivos de una huida adolescente recubierta de promesas de amor que, seguramente, esperan ser cumplidas.

Adiós, Yuki y Esther; les deseo la mayor de las felicidades.

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⏰ Last updated: Jun 30, 2021 ⏰

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