Su razón

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Después de algunos minutos, dejamos de llorar ambos, y nos miramos; sin hablar; sólo sonriendo tristemente y depositando cuanto amor podíamos, en el otro. Noé inhaló, dejando subir y bajar sus hombros, para después besarme ligeramente sobre los labios y tomar mi rostro en sus manos.

-“¿Por qué no me habías dicho, preciosa?”-

-“Tenía miedo, supongo.”- casi sentía vergüenza, cómo podía haber dudado de su apoyo.

-“Mi amor.”- me volvió a envolver en sus brazos y escondió su rostro en el cabello que estaba entre mi hombro y mi cuello. –“Nunca, pero nunca, tengas miedo de mí; ni de lo que diga, ni de lo que piense. Te amo. ¿De acuerdo?”-

Mudamente asentí.

-“Ahora dime, ¿qué te dijo el Doctor Lozano?”-

Le resumí el relato de los hechos y esperé a que digiriera la información; tenía una mano entrelazada con la mía y la otra frotaba su barbilla y su boca. Un hábito que me hacía sonreír, porque siempre lo hacía cuando pensaba; fuera algo de la casa o algo de la empresa, o la decisión entre sabores de helado en la paletería.

-“Eso significa que todavía no estamos seguros de que el bebé nazca con síndrome Down. ¿Cierto? Aún se deben de realizar otros estudios.”-

-“Sí.”- respiré de nuevo. –“Me citó al regresó del viaje, para tomar una muestra del cuero cabelludo del bebé, o algo así; para hacer un estudio de su sangre y confirmar o rechazar el diagnóstico. Dice que tiene altas expectativas positivas; puesto que, sólo encontró un indicador para la enfermedad; ya que pueden haber hasta cuatro a estas semanas de gestación.”- intenté sonreír.

-“Bien, Mandy; no se diga más. Cancelaré mis próximos dos viajes, para acompañarte en todo. El jefe entenderá, te lo aseguro. Y haremos todo lo que esté en nuestras manos para no defraudar a nuestro bebé, ni antes ni después de que nazca.”-

Mi sonrisa se había vuelto más amplia, y mi corazón estaba más tranquilo. Debía de haber hablado antes; pero nadie sabe cómo reaccionar perfectamente ante las pruebas. Sólo queda aprender y rectificar en el futuro.

Bajamos de la habitación veinte minutos después, ambos con el rostro lavado; Noé con una camisa limpia y yo con el vestido de maternidad que me había regalado mi madre para la velada. Era un diseño imperial, con el faldón llegando a la rodilla, de un verde claro, con una cintilla bajo el busto, de color dorado. Mi mamá había heredado el buen gusto de la abuela.

Me sentía más ligera y hasta podría decirse que más feliz. Todo estaría bien. Estábamos juntos en esto, como desde el principio.

Decidimos no decirlo a la familia, excusamos mi misteriosa desaparición a malestares del embarazo y el viaje en avión de cinco horas. Todos parecieron comprender, excepto mi madre; por supuesto, ella me conocía como nadie, e imagino que mis ojos levemente hinchados y la sonrisa nerviosa le decían otra historia. Pero no dijo nada, sabía que después me sometería a un intenso interrogatorio. Así era ella; porque me amaba.

-“No puedo creer que se ha pasado ya la semana de sus vacaciones.”- mi madre nos decía, mientras desayunábamos, tres días después de la cena de navidad.

-“Lo sé mamá; pero debemos regresar. Es lo justo. Una festividad con mi familia y otra con la de él.”- sonreía para ella, pero algo me decía que no era suficientemente sincera ni suficientemente amplia para disuadirla de la pregunta que nadaba en su mente.

 Después de unos minutos, habían terminado todos de desayunar, sólo mi madre y yo permanecíamos en la sobremesa. Sentía que mi estómago se volvía un nudo apretado, y mi boca se secaba al punto de que mis labios se pegaban uno al otro. Mis ojos permanecían en el delicado estampado de Nochebuenas que adornaba el borde del mantel de la mesa. Mi mamá siempre se había caracterizado por su magnífico gusto.

-“Ya te vas a ir, Amanda.”-

Asentí, evitando mirarle.

-“¿No vas a decirme qué te sucede?”- su tono dejaba entrever preocupación y reprimenda.

Me mordí el labio inferior, sintiendo pequeños temblores en el mentón; pero no dejaría que el llanto me complicara más la situación.

-“El niño viene mal, mamá.”-

La mujer que me había cuidado toda la vida, que me había abrazado en mis noches de pesadilla y había enjugado mis lágrimas de adolescente; se inclinó hacia mí, y tomó mi mano entre las dos suyas. El contacto con su calidez, me hizo mirarle a los ojos.

-“¿A qué te refieres, hija?”-

-“Aún no estamos seguros, mamá; me harán otros estudios para confirmar; pero el Doctor sospecha de síndrome Down.”-

-“Mi niña…”- se levantó de su silla, y me envolvió entre sus brazos; entonces ambas lloramos, envueltas en un abrazo lleno de fortaleza y amor inmenso; el bebé en mi regazo dio un salto; el primer verdadero movimiento que había sentido desde que me había percatado de mi estado. Fue la sensación más maravillosa que me había invadido hasta aquel momento.

-“¡Se movió, mamá, se movió!”- mis lagrimas se volvieron risa, y mis labios se extendieron hasta ser casi doloroso. Mi madre miró mi vientre y sonrió tanto como yo.

-“Tu criatura quiso ser parte del momento, Amanda. Y te está reconfortando; este bebé no viene con problemas, hija; viene con soluciones.”- nos volvimos a abrazar, pero esta vez, no era para consolarme; sino, para compartir conmigo.

Al parecer, había elevado mi voz bastante; pues entró Noé por la puerta trasera, con paso rápido; -“¿Qué sucede, Mandy? ¿Te duele algo?”- miraba mis manos posadas en mi vientre, y cuestionaba con ojos preocupados.

-“Se movió, Noé; tu bebé me ha dado la primer patadita.”- de nuevo, sentí mi rostro iluminado por una sonrisa.

Él, mi esposo; el hombre que me prometía a diario lo que había jurado frente a Dios, me miraba con la más tierna de las miradas y se acercaba para, de rodillas, colocar sus manos donde le señalaba, en espera de sentir de nuevo el pequeño milagro de la vida que habíamos creado juntos.

En ese momento; habiendo olvidado la amargura de la inseguridad; aceptaba la prueba venidera con renovada ilusión.

(Continuará)…

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