Capítulo XI: Requiem por los que van a morir

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Música.

Una delicada y melancólica pieza de violín hacía temblar los paneles de cristal en una ciudad completamente vacía.
El brillo del sol, tenue y cálido, se extendía por las calles acariciando edificios y tejados con la divinidad de sus rayos anaranjados.
La música milagrosa realizaba su paseo interminable por los rincones más recónditos de la ciudad desolada y repetía las notas una y otra vez sin cansancio.

Paso.
Música.
Otro paso.
Música.

Los pasos sonaban metálicos en el pavimento, como si se tratara de un par de tacones marcando un ritmo macabro y constante junto al eco que producían sus pies a través de las paredes agrietadas y las ventanas vacías.

—¿Dónde estoy...?

Su propia voz sonaba rasposa; lejana a sus cuerdas vocales. El único indicio de vida que los caminos poseían era el brillo musgoso de los ladrillos y el sendero de ramas que alguna vez fueron una frondosa arboleda. Las curvas por las que caminaba parecían volverse angostas por momentos, sofocando su respiración errática producto de una corriente mágica descontrolada.
Los cimientos le hacían sentir claustrofóbica; altas paredes en forma de edificios abandonados impedían el paso del sol y Kiara creyó estar atrapada en las sombras como si se tratara de una abominable condena. Caminó hasta dar con el cristal más cercano, la confusión en su semblante arruinó la serenidad de sus facciones, pues su reflejo en el ventanal puso a temblar a sus sentidos ya desordenados.

—¿Quién soy...? ¿Por qué tengo esta apariencia?

La ventana le otorgó una imagen desconcertante. Una chica de ojos oscuros con el cabello lo suficientemente largo como para que el fin de las hebras le acariciase los muslos. La túnica gótica adornada con hebillas de plata que cubría su cuerpo esbelto y tonificado resaltaba la palidez de su piel y el cuello en bote dejaba entrever una estrella negra de doce puntas perfecta a la altura de su clavícula izquierda. Deslizó el cuello de su traje para verla mejor y contorneó el relieve negruzco con la yema de sus dedos.

—¿Una firma de contrato...? Espera, ¿yo... sé lo que es?

—Esta es tu verdadera identidad cachorrita, por lo tanto también es tu verdadera apariencia.

La voz vino de todas partes de imprevisto. Un escalofrío se extendió por toda su espalda y el aire fresco le golpeó el rostro, liberándolo de su mata de cabello negruzco. Aquella que cubría sin deslices la imponente cicatriz que quedó al descubierto. El relieve carnoso le atravesaba el ojo derecho y se cernía en un lado de la cara hasta perderse en su mandíbula. Por el tipo de corte supuso que debió haber sido hecha con algún objeto filoso.
Su iris demacrado y lechoso a la vista obstruía completamente su visión, dejándole un panorama invidente que le ponía nerviosa.

Entonces de repente el reflejo en la ventana se deformó y el motivo de la corriente helada que le había atravesado la espalda se mostró. Majestuoso y claro.
El espectro en forma de nebulosa le abrazaba por la espalda y le rodeaba el cuello como una bruma negra que iba invadiendo su cuerpo poco a poco.

Tomó entonces forma humana y sus ojos rojizos le perforaron las entrañas a través del cristal.

—Zeref...

—¿Sabes quién te hizo esto?

Los dedos fríos del demonio le rozaron la cicatriz y por un momento pareció doler. Como si pudiera en su mente revivir el recuerdo una y otra vez.

La chica negó.

—La persona que amabas —Zeref concluyó.

La persona que amaba.
Pero no recordaba amar a nadie.
No recordaba, claro.
¿No recordaba?
¿De quién se estaba olvidando?

—¿Cuál fue mi deseo? —preguntó de repente. Las fauces del demonio mostraron una fila de filosos y grotescos dientes. Supuso que había sonreído.

—Piensa Kiara, fíjate donde estás parada —le respondió de manera tan simple y superficial que no tuvo más opción que obedecer.

Sangre.

Un enorme y gran charco de sangre que se adhería incómodamente a sus botas de cuero.

Siguió el camino rojizo con la mirada, temerosa de encontrarse con lo que ya sabía. Las finas líneas de sangre se reunían en un punto en concreto y volvían a viajar de un lado a otro hasta formar un reluciente pentagrama. Cada punta de la estrella se conectaba a los pilares fundamentales y resplandecía con la magia corrupta producto de un calamitoso desenlace.

La ciudad estaba vacía, pero Kiara pudo imaginarse fácilmente las pilas de cadáveres decorando con desolación los recuerdos de un futuro pasado.

—Tú deseaste esto. Estás parada en la Blue Sky que tú misma destruiste.

—El anciano tenía razón... —recordó.

—¿El del bar? Yeah —Zeref respondió con diversión—. Tú eres la causante de que los habitantes vivan en una pesadilla eterna y despierten esperando la muerte cada mañana. Es culpa tuya que no tengan esperanzas en el futuro que ellos mismos construyen. También es tu culpa que los contratistas le hayan dado la razón al Clan Alma.

—¿La razón...?

"Los contratistas deben ser exterminados, son un peligro y una desdicha para nuestra sociedad." Ja, tenían razón —escupió el Demonio con más burla que disgusto.

—Devuélveme Zeref. Esto no es real, ¿cierto? Yo no estoy realmente aquí.

—Oh cachorrita... Pero si tú ya estás muerta.

A Kiara se le agolpó la sangre en la garganta y el abrazo antinatural del demonio comenzó a pesar, como si la gravedad se hubiera vuelto aplastante sobre sus extremidades. Forcejeó para quitárselo de encima, pero la estructura gaseosa de Zeref no le permitía siquiera tocarlo.

—¿Muerta? No. Yo no estoy... No —habló en un hilo de voz—. No estoy muerta... Claro que no. ¡Claro que no estoy muerta! —Con cada negación las palabras parecían volverse más precisas. Si así lucía el infierno, entonces sus pecados tenían sentido—. Devuélveme a la verdadera Blue Sky, Zeref.

—Me temo que hay cosas que ni siquiera yo puedo controlar —respondió volviendo a materializarse. Con el dedo índice señaló el cristal en el que Kiara parecía hallarse presa—. No soy yo quien controla eso —finalizó haciendo una referencia discreta hacia su consciencia.

La mente de Kiara finalmente hizo el click que necesitaba para comprender la situación.
A su alrededor cada edificación se vino abajo junto con sus recuerdos, convirtiéndose en los restos de su propia desdicha y el pentagrama bajo sus pies se agitó tormentoso, emitiendo un brillo azulado que en circunstancias diferentes hubiera descrito como el fenómeno más hermoso.

—¿Te recordaré cuando despierte, Zeref? —preguntó casi con dolor. El pesar de la realidad se apaciguó, pero el sentimiento de vacío no cesó.

—Eso no depende de mí —le respondió.

En un mundo que se caía a pedazos, una delicada y melancólica pieza de violín hacía temblar los paneles de cristal en una ciudad completamente vacía. El brillo del sol, tenue y cálido se extendía por las calles, acariciando edificios y tejados con la divinidad de sus rayos anaranjados.

Una figura encriptada bajo un sello inmune abandonó al demonio en vísperas del bucle calamitoso.

Ese pronto se volvería su réquiem.

Blue Sky: El comienzo del finWhere stories live. Discover now