Capítulo VI: Días del futuro pasado

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Amargo. Cuando Tyler despertó, su saliva desprendía un sabor amargo y se sentía mareado. Su vista desenfocada no le permitía ver más allá de sus propios pies. El aroma, sin embargo, era diferente. Cada vez que inhalaba, su nariz ardía y el oxígeno contaminado del ambiente provocaba que su pecho se cerrara reacio a cooperar con su respiración.

Caminó unos pocos pasos y se sujetó de la pared más cercana para no caer. Al tocar el concreto, su mano se embarró con alguna extraña sustancia que no supo identificar. Se contorsionó asqueado antes de que un escalofrío le recorriera la espina dorsal. Aquella sustancia era amarillenta y viscosa y se adhería morbosamente a sus dedos fríos. Sacudió la mano casi por instinto, echándose hacia atrás y cayendo duramente sobre el suelo. Su borrosa visión se encontró entonces con todo lo que nunca creyó que podría llegar a ver.

En un ambiente arrasado por algún tipo de calamidad, el sol se alzaba dubitativo en un cielo sin vida, triste y nostálgico. Sobre su cabeza, una horda de aves extrañas volaba en conjunto hasta perderse detrás de los edificios. Edificios en ruinas que se habían convertido en un hábitat de cadáveres. Las sombras formaban espeluznantes figuras en el suelo que cambiaban de posición a medida que el sol se alzaba en el horizonte.

Se levantó del suelo a duras penas y con pasos erráticos deambuló entre las ruinas. No había nada; solo silencio. Un sepulcral silencio que a Tyler le erizaba la piel.

La risa de un niño desestabilizó sus pensamientos y se contuvo de gritar. Se giró con tal rapidez que por un segundo creyó que iba a volver a caer. No era un niño, sino dos. Dos niños que estaban de rodillas en el suelo atentos a alguna cosa en particular que Tyler no podía ver. Dio cuatro pasos hasta estar lo suficientemente cerca para averiguarlo y abrió los ojos con horror. Los rostros de los pequeños estaban cubiertos de sangre y sus bocas desprendían la misma sustancia viscosa que había tocado antes en una de las paredes de las ruinas sin querer.

Estaban comiendo.

Estaban comiendo un cadáver.

—¿También tienes hambre? No hay mucho para comer últimamente, pero podemos compartir un poco contigo.

Tyler retrocedió cuando el pequeño le ofreció la carne quebradiza de un brazo humano. Corrió lo más lejos y rápido que sus piernas le permitieron; queriendo dejar atrás la escena espeluznante, pero no había lugar donde correr. Se sentía perdido y horrorizado, con sus ojos deambulando entre los escombros para evitar tropezar. Nada tenía sentido. Nadie despertaba por casualidad en una ciudad arrasada por quién sabe qué, donde incluso los niños se alimentaban de los cadáveres que alguna vez seguramente habían sido cuerpos sanos con sonrisas brillantes.

Por su cabeza pasó la imagen de Kiara, con una sonrisa que Tyler nunca había visto. Resplandeciente y única; expresando en ella la felicidad que probablemente nunca había sentido. No pudo evitar pensar en el cuerpo de Kiara siendo devorado por aquellas criaturas que probablemente ni siquiera eran niños. En su mente la dejaba atrás, temiendo por su propia vida en un mundo sin ella. Donde sus pesares egoístas le consumían hasta enloquecer y hacían de él el títere perfecto; manipulable y obediente.

Siguió corriendo entre los escombros mientras observaba de vez en cuando hacia atrás, sintiendo por momentos que no se encontraba solo. El camino se volvía más amplio a medida que se alejaba de las construcciones, dando paso a un claro enorme y frondoso, que contrario al calvario anterior, rebosaba de vida; y fue entonces cuando su cuerpo chocó con el de alguien más.

La silueta era borrosa, pero por un segundo creyó que la conocía.

Una mujer.

Una mujer con el cabello largo hasta la espalda baja; negro azabache. Su cuerpo era delgado, pero de alguna forma lograba imponer y no pasaba el metro setenta aunque tuviera botas. La mujer se alejaba completamente del estereotipo femenino; vestía con pantalones negros ajustados y una camisa del mismo color con los primeros botones sin prender. Sus rasgos faciales delataban su género; siendo finos a pesar de su rostro carente de simpatía. A la altura de su clavícula poseía lo que Tyler creyó que se trataba de un tatuaje. Una estrella de doce puntas que resaltaba en la palidez de su piel y que no tuvo tiempo de admirar.

Blue Sky: El comienzo del finWhere stories live. Discover now