Crossroads • A Través del Tie...

由 KathleenCobac

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¿Cuantas vidas atravesarías para estar con el amor de todas tus existencias? Robin y Sebastian se han enamora... 更多

Nota de la Autora y Trailer
Dedicatoria
La Leyenda que Inició Todo
Prefacio
Después del Funeral
Empezar de Nuevo
Brillante y Poderoso
Un Visitante Inesperado
Meses de Oscuridad y el Frío de una Pesadilla
La Cofradía de Breman
El Inicio de Todo
Una Explosión en los Confines de la Tierra
El Día que Conoció a Noah
La Estrella Oscura
El Regalo de la Discordia
El Vínculo de los Guerreros
Aquella Sonrisa Siniestra
Una Noticia Inesperada
La Emisaria Traicionera
La Niebla
Bajo la Tormenta
La Última Esperanza de Abrantos
Lo que los Dioses Desean
¿Quién Eres?
Interludio Claire
El Lazo que Prevaleció
Vanyara
Alucinaciones
Interludio Kamal
Conociendo a Robin Calahad
El Mundo que Dejó de Ser
Interludio Noah
La Tregua
Interludio Liana
El Veneno Más Dulce
Los Hijos de la Diosa Madre
La Fractura y el Maestro
Aquel que Alguna vez Fue
Interludio Zoe
La Reverencia
Una Reunión Particular
Castillo de Naipes
Brandon Tye
Interludio Claire
Enlazados
El Verdugo y la Caverna
Interludio Kamal
Dos Almas
Centauris
Epílogo

El Guardián de la Niebla

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由 KathleenCobac

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CAPÍTULO XXIV

EL GUARDIÁN DE LA NIEBLA

SEBASTIAN

Eran las tres de la madrugada y aún no podía conciliar el sueño. La luz de la luna entraba con fuerza a través del resquicio que se formaba entre las cortinas. Estaba llena y brillante, como en aquel recuerdo, en aquel sueño donde se entregaba con todo lo que era a aquella mujer, Vanyara.
Se despertó sintiendo sus abdominales contraídos, como si toda la fuerza de la pasión se hubiera arraigado en sus músculos brutalmente. Tenía la piel sudada, la frente fría y el pecho húmedo. No tenía que ser genio para saber lo que estaba ocurriendo bajo las sábanas en aquel instante. Se sentó y se llevó las manos a la cara refregándose los ojos con fuerza, calmando su respiración para que la sangre fluyera hacia... otro lado.

Estaba perturbado y preocupado. Durante años tuvo un solo propósito en mente y de repente todo parecía caerse, igual que un castillo de naipes. No podía permitir que aquellas pesadillas, que aquellos recuerdos, cambiaran tan drásticamente sus planes, pero tampoco podía evitar sentir la necesidad de saber quién era esa mujer o dónde podría encontrarla. De alguna u otra manera intentaba atenerse a la idea de que, una vez que la hubiese encontrado y satisfecho su curiosidad, podría volver a la misión. Pero el miedo de que no pudiera resistirse a ella lo estaba aterrando.
Ya no sabía si quería encontrarla. Por mucho que lo deseara jamás sabría qué provocaría aquel encuentro. Y el terror de volverse loco por ella, como ya había sucedido las otras veces, le impedía pensar con claridad. ¿Qué deseaba? ¿Ganar la guerra o encontrarla primero?

Porque de un modo u otro, tampoco podría salvarla.

¿Qué ocurriría con él si ganase la guerra y ella muriera por su culpa... otra vez?

Un grito de frustración escapó de su garganta y apretó las sabanas alzándolas contra su boca para opacar el ruido.

Solo entre aquellas paredes que conformaban su habitación se libraba de la máscara de líder soberbio y dejaba que algo de su propia esencia saliera a la luz. Ya se había mostrado vulnerable ante Claire hacía algunas semanas, y aunque bien no le gustaba para nada que alguien cercano supiera de la existencia de su lado más sentimental, comenzaba a agradecer que ella estuviera al tanto de sus pesadillas y recuerdos.

Se rascó los ojos y la barba con frustración. Tenía sueño y no podía dormir, aunque en realidad temía volverse a encontrar con aquellos recuerdos y sentirlos tan vívidamente. Después de varias noches sin poder conciliar el sueño, Claire le recomendó volver a consultar con Dimitri cuando le explicó cómo sabía todo aquello de las vidas pasadas, pero odiaba admitir que le aterraba que el hombre se volviera a meter en su cabeza. Y a la vez, odiaba estar deseoso de saber un poco más. Detestaba sentir ese deseo de descubrir qué más podía ocultar su mente. Peor aún, se odiaba a sí mismo con toda su alma por desear saber si esa mujer existía también o si solo era una reminiscencia de su pasado.
Descubrió, abrumado, que las razones para no poder dormir iban más allá de cualquier concepto razonable. Sebastian no podía dormir porque su corazón y su alma simplemente no toleraban la idea de que jamás pudiera encontrar a esa mujer. Que jamás pudiera sentir la emoción y el calor que aquellos besos de sus posibles recuerdos le habían hecho sentir.

—Sale ya, sale de mi mente, abandona mi cabeza —susurró recogiendo las rodillas y enterrando los dedos en el cuero cabelludo—. ¿Cómo puedes causarme tanto dolor, tanta ansiedad... si ni siquiera sé si existes...?

La luz de la luna, que barría suavemente su habitación a través de la abertura de la cortina, parpadeó. Levantó la cabeza y vio con curiosidad cómo danzaba sutilmente delante de sus ojos, como si una nube la estuviera cubriendo de modo intermitente.

"¿Cómo sabes que no existe?"

Le era extraño escuchar a Antaruk en su cabeza cuando nunca fue muy abierto a las palabras. Alabaster tenía la teoría que era un Dios demasiado grande, cuya energía dormida pesaba demasiado para sostenerlo en vigilia como ocurría con los demás dioses. Sebastian asintió pausadamente.

"¿Sabes dónde puedo encontrarla? ¿Quién es?"

Preguntó al cabo de un momento.

No sabía si debía saciar su curiosidad, temía que la respuesta desviara por completo la atención de la batalla, pero ya no aguantaba la ansiedad.

Desafortunadamente, para él, Antaruk no volvió a responder y sintió la energía esfumarse rápidamente, tal y como el danzar de la luz de luna.

Se arrojó hacia atrás rebotando la cabeza contra la almohada y arrojó la otra, que estaba a su lado, contra la pared donde se reflejaba el halo de luz.

—Gracias por nada...—gruñó con hastío. Mientras no despertara a Antaruk completamente no podría recibir ayuda de él ni obtener todas las respuestas que necesitaba.

Con completa frustración resopló mirando el techo. Estaba desconcertado. En algún momento creyó tener todo bajo control pero súbitamente ya no sabía hacia dónde remar. Estaba perdiendo autoridad dentro de la casa, los convivientes estaban insoportables y Alabaster le recordaba a cada momento que se acercaba la guerra y que aún no conseguían nada. Porque si no despertaban a los dioses para la fecha designada, el día de la batalla tendría que destruir a las Estrellas de Centauria a punta de armas para acabarlos de forma metódica y estratégica. La única suerte que podía darle una ventaja por encima de Torú era que sus Estrellas eran ciertamente más peligrosas y tal vez más poderosas. Por lo menos contaba con Liana para disuadirlos.

Lo más certero era que ese día alguien tendría que ganar. Solo así podrían detener a Kaos.
Cerró los ojos resoplando. ¿Y si ganaba él, cómo destruiría a la humanidad?

Había discutido ese tema con Claire, Alabaster, Liana, Ettienne y Dimitri muchas veces. Una opción era dormir a la población y que Etienne acelerara el tiempo de cada vida hasta hacerla desaparecer, algo indoloro y rápido. Y otra era hipnotizarlos, a través del poder de Alejandro, para incitarlos al suicidio masivo.
Cualquiera fuera la forma de acabar con la humanidad suponía un gran trabajo y jamás habían utilizado sus poderes a gran escala. Ni siquiera sabía si funcionaría.
Con Claire y Liana sabía que los dones tenían un rango y que alcanzaban ciertas distancias, pero desconocía que podría ocurrir si se abarcaba por completo el globo terráqueo.
Se llevó nuevamente las manos a los ojos y apretó con fuerza sus globos oculares.

—No puedo estar pensando esto... —se quejó agobiado—, pero Christoffer tiene razón —suspiró—. Hay algo que falta... ¿qué es lo que no sé?

Sus ojos se fijaron en el mapa que estaba colgado delante de sus ojos y se concentró en cada constelación, en cada número, en cada línea, como si ahí pudiera existir algo más que hubiera pasado por alto.

Y sí descubrió una cosa:

Que tenía miedo. Miedo de fallar. Miedo de llevar a las Estrellas de su equipo por la senda de la destrucción y no poder cumplir el cometido si ganaban la batalla. Miedo a no poder controlar su poder, miedo a que la misión fuera demasiado grande.
Preocupaciones que nunca habían sido tan tangibles hasta que comenzó a cuestionarse las pesadillas, porque gracias a ellas ahora pensaba en las consecuencias que llevaría a cabo la destrucción de la humanidad si es que ella estaba en algún lugar.

La sequedad en sus ojos, la cantidad de pensamientos y el dolor de cabeza le aseguraban una larga noche sin poder dormir.

Pero lo hizo.
En algún momento de la noche cayó dormido. Y soñó. Soñó y odió despertar. Porque soñó con ella, con aquella mujer de cabellos y ojos negros, de túnicas bordadas y aroma a jardín.
Como el conde que habitaba sus recuerdos, observarla y contemplarla era un deleite a sus sentidos, algo que iba más allá de las mundanas cortesanas que visitaban la finca de su padre.
La mujer era exquisita. No solo por su belleza misteriosa, era por sus movimientos sutiles, su sonrisa cálida, sus dedos finos y su andar volátil, como si no tocara el suelo. Adoraba el sonido de su voz, suave y reconfortante. Su risa estaba cargada de sensualidad y su piel era tan suave como el terciopelo.
Por eso la adoraba, la admiraba. Ningún lujo de su casta se comparaba con lo que ella le entregaba.

Despertó más angustiado de lo esperado. La sensación empeoraba cada vez más, era inevitable el deseo de tocarla, de poseerla como cuando era conde, y, que estaba seguro, había sucedido así en cada una de las vidas que había tenido con ella. Porque era lógico que todas las demás imágenes eran eso, un recordatorio de cuánto la había amado cada vez que se encontraban.

Mientras se duchaba recordaba aquel sentimiento. En aquellas imágenes era un hombre de estirpe, culto y muy rico. Pero aquella riqueza no se comparaba con todo lo que valían sus sentimientos por ella. Recordaba esa emoción en sus sueños. Estaba dispuesto a dejar todo por ella, todo. No le importaba si tenía que vivir debajo de un puente y abdicar a su nombre y herencia si ella estaba a su lado.

Sacudió la cabeza y golpeó la pared de la ducha mientras el agua caía sobre su cabeza. Estaba harto de sentir esa ansiedad, la presión en el pecho, el burbujear de su sangre y los latidos de su corazón cargados de emoción.

—¡Sal de mi cabeza, mierda! —gritó volviendo a golpear el muro. Su respiración temblaba de rabia y miedo. Apagó el grifo con violencia y salió a trompicones agarrando la toalla con fuerza contra sus caderas. Se sentó al borde de la cama y los tenues rayos de sol le acariciaron la piel desnuda.

"Eres cabeza dura, ¿eh?"

Volvió a gruñir echándose hacia atrás, agarrándose la cabeza, totalmente sobrepasado y angustiado.

—Por supuesto, si te pido ayuda no me das ni una puta pista, pero para burlarte de mí y dejarme con más dudas, no escatimas en gastar toda la energía que puedas para poder hacerlo —espetó fregándose los ojos nuevamente.

Se demoró en vestir, ni siquiera tenía ganas de bajar al comedor. No obstante su papel de líder era imponerse, no podía darse el lujo de descansar cuando las cosas al interior de la casa estaban al borde de la ebullición.

Cundo bajó al salón el silencio de siempre lo golpeó con más fuerza que nunca. Todos los aliados de Centuria estaban alrededor de la mesa del comedor desayunando. Liana y Alabaster se mantenían en un extremo de la mesa conversando sobre algo en voz baja mientras estudiaban unos papeles. Sebastian los observó uno a uno. Frente a él súbitamente apareció Claire con un vaso de agua y una pastilla blanca en la otra mano.

—¿Ibuprofeno? —cogió la pastilla y la bebió con el agua rápidamente—. Ya pareciera que va a ser parte de tu menú diario —dijo ella alzando una ceja—. Y no te haría mal secarte el pelo, hace frío y sabes que cuando te resfrías te transformas en un ogro... es decir, más de lo que ya eres —agregó. Le guiñó un ojo y él sonrió disimuladamente.

—Sí mamá —le respondió devolviéndole el vaso. Ella se lo recibió con una sonrisa y algo dentro de él vibró con un cosquilleo. Claire soltó un suave respingo que alertó a Alejandro y Etienne, pero lo camufló con una tos.

Sebastian intercambió una mirada con su hermana, ambos lo habían sentido. Sus dioses habían reaccionado uno con otro, algo que no había sentido jamás ni con ella ni con ninguna de sus Estrellas. Solo había ocurrido con Christoffer y creyó que se debía porque sus dioses estaban destinados a pelear, pero que aquella vibración hubiese sucedido al interior de su propia casa era algo por no decirlo menos... curioso.

—¿Un café? —Le ofreció ella ignorando por completo lo que había ocurrido, o, tal vez, para pasar desapercibidos. Seb asintió turbado mientras se sentaba a la cabecera de la mesa ante la disimulada observación de cada uno de los integrantes. A su lado derecho se posicionó Alabaster y al otro, Liana. Ambos le dejaron lo que estaban estudiando frente a sus ojos. Éste contempló la mesa que seguía en silencio, y con arrogancia volvió a sonreír, pero no como lo había hecho con Claire, había cierta satisfacción al ver a las Estrellas intimidadas con su presencia.

Su escrutinio vagó por encima de ellos y le llamó la atención la expresión preocupada de Alejandro y los movimientos torpes de Isis, seguramente aún conservaba las secuelas del ataque de Liana. Frunció el ceño con cierta preocupación y se enfocó en los papeles.

—¿Qué es esto? —preguntó señalándolos, Liana abrió la boca pero fue Alabaster quien contestó.

—Horarios —explicó—. Hemos calculado por dónde se mueven las Estrellas de Christoffer —señaló una lista de nombres—. Hace algunas semanas llegó al país Noah Calahad, el puente de Elfígere—dijo con un tono extraño, casi nostálgico—. Y según Liana y Alejandro —los miró de uno a otro, la mujer frunció el ceño con rabia—, también está Kamal.

Sebastian elevó la mirada rápidamente.

—¿Devendra está en el país? —preguntó intentando no parecer preocupado, pero el tono de ansiedad lo delató.

—Sí —contestó Liana mirando fijamente el sector de la mesa donde estaban Isis con Meiling, ninguna alzó la mirada, ambas parecían haber encontrado algo mucho más interesante al interior de sus tazas de café—. Debe haber llegado hace poco, anoche nos sorprendió con Alejandro en medio de una misión.

Sebastian parpadeó y giró la cabeza bruscamente hacia ella.

—¿Disculpa? —espetó enojado—. ¿Misión de qué? ¿A quién siguieron? ¿Con qué permiso? Yo nunca te ordené tal cosa.

La cabeza comenzó a palpitarle entre los ojos y respiró hondo para no perder los estribos.

Liana apretó los puños sobre la mesa. Claire, que se había acercado con la taza de café, frunció el ceño.

—¿Eso fue lo que sentí entonces? —resopló y dejó la taza frente a su hermano, él la miró hacia arriba con curiosidad—. Estaba media dormida y percibí movimientos en el escudo, pero a veces se remece con el viento. No le di mayor importancia.

—¡Lo hice solo porque Liana me amenazó! —interrumpió Alejandro totalmente aterrado—, yo no quería...

—¡Basta! —pidió Sebastian apoyando la frente en la palma de su mano—. ¿Qué rayos pretendías hacer? —exigió saber mirando a Liana. Ella elevó el labio superior dejando entrever sus dientes, como si quisiera mostrar los colmillos, sus ojos oscuros se fueron directamente hacia Isis.

—No confío en nuestras Estrellas Sebastian, así que...

—¿Nuestras? —la interrumpió—. ¡Recuerda que tú eres parte del grupo, no la líder, y tampoco eres más importante que ellos! —exclamó, harto de tanta estupidez—. Tú no eres más que ellos, ni ellos más que tú —la miró fijamente—. Deja de creer que estás a mi altura, porque nadie lo está.

"Excepto la mujer de tus recuerdos, ¿no?"

La voz de Antaruk le erizó la piel y un escalofrío le atravesó la columna. Articuló los hombros para que no se le notara el repentino temblor que se había apoderado de su cuerpo.

La nariz de Liana se arrugó y un espasmo nervioso invadió su mandíbula. Los ojos de la mujer seguían fijos sobre Isis. Sebastian sacudió la cabeza intentando quitarse la imagen de Vanyara, que súbitamente había vuelto a invadir sus pensamientos gracias a la intromisión del Dios.

Estaba harto de tener que lidiar con estupideces. Había tomado una decisión y tenía que actuar rápido si quería ir por respuestas.

—Todos, fuera —ordenó despacio mirando los papeles sobre la mesa—. Tómense el día —nadie dijo nada además de quedarle viéndolo con sorpresa, Claire alzó una ceja, Sebastian le hizo un gesto que prometía una explicación para más tarde. Todos se levantaron lentamente y Etienne arrastró su silla con ayuda de Dimitri—. Excepto... ustedes tres —dijo señalando despacio a Liana, Alejandro e Isis con el dedo.

Sin decir nada, las demás Estrellas se retiraron del comedor. El silencio cayó sobre los cuatro restantes que quedaban. Sebastian suspiró, se apoyó en el respaldo de la silla y los miró fijamente. Isis se había empezado a morder la uña.

—Quiero la explicación rápida, no tengo tiempo para idioteces —dijo apoyando el codo en el brazo de la silla y el mentón en la mano—. ¿Y bien? ¿Alguien me dirá lo que sucede?

Liana resopló.

—Quiero denunciar a ésa —dijo apuntando a Isis, la aludida la miró de soslayo—. Estoy segura que nos está traicionando con un integrante de Centauria, tiene un novio en el bando enemigo, Seb.

Sebastian simplemente alzó una ceja. Miró a Liana y luego a Isis con una calma impropia de él. Si bien el ibuprofeno estaba haciendo efecto, el dolor de cabeza persistía. Bebió un poco de café y suspiró cansado.

Deseaba desesperadamente poder irse a dormir un rato.

—¿Es eso cierto? ¿Tienes un romance con alguien del equipo de Barjnesen? —preguntó con un tono levemente amenazante, Isis agitó la cabeza con fuerza.

—¡Por supuesto que no!—exclamó con los ojos cristalizados—. No tengo nada con Centauria. Ni siquiera los conozco. Y no sería tan idiota para meter la pata sabiendo que ustedes son capaces de matarme —Sebastian volvió a alzar la ceja, suspicaz, Liana se puso de pie de golpe.

—¡Eres una rata mentirosa! ¡Traicionera! ¡Solo eres basura! ¡Di la verdad si no quieres que te ahogue de nuevo! ¡Y juro por los dioses que esta vez no me detendré hasta dejarte como una idiota inválida!

—¡Mierda, Liana! —exclamó Sebastian con agotamiento—. ¡Cállate de una vez! —Se irguió sobre la mesa y se apoyó sobre los brazos. Liana se sentó y frunció la nariz, respirando con fuerza—. Tú, Alejandro, dime qué rayos ocurrió. La cabeza está que se me parte y no quiero a estas dos histéricas discutiendo en mi comedor.

El aludido se mordió el labio y miró a Liana de reojo, la otra achicó los suyos de forma peligrosa.

—Yo solo hice lo que ella me pidió —se excuso él mirando a Liana, aunque se dejaba entrever el temor en su confesión.

—Explícate —pidió Sebastian mirando la hora en el reloj de su muñeca. Respiró lentamente aguantando la frustración.

Alejandro asintió y se aclaró la garganta.

—Anoche, Liana hizo la guardia de siempre y al parecer no encontró a Isis —miró a la muchacha casi como si se disculpara por decir aquello—. La buscó por todos lados y me descubrió en el salón tocando el piano —se encogió de hombros, nervioso, y continuó—. Llegó completamente alterada y me obligó a salir con ella para ir a buscarla —Sebastian se reacomodó mirando a Liana de reojo. La mujer tenía la mandíbula tensa—. Pero yo que estuve siempre en el salón no vi a nadie entrar y salir por la puerta principal —explicó—. Cenamos a la misma hora de siempre, Isis y Meiling cenaron conmigo y luego se retiraron a sus habitaciones, y yo me fui al piano. No las volví a ver y tampoco las vi salir.

—No estaba en la casa Seb, no la sentí —interrumpió Liana alterada, y señaló el mapa del mundo que estaba colgado en una de las paredes, cuyos pins de colores indicaban en qué lugar se encontraba cada Estrella—. No estaba en su habitación tampoco, así que la busqué en el mapa y la sentí en Londres.

Sebastian frunció el ceño sin entender absolutamente nada. El poder de Liana era prácticamente infalible, ¿era posible que se hubiera equivocado?

—¿Y dónde estabas? —le preguntó a Isis, ella sacudió la cabeza.

—Siempre estuve aquí en la casa —respondió casi al borde de las lágrimas. Sebastian se rascó la cabeza.

—No llores, te estoy haciendo una simple pregunta—espetó agotado. Nunca había comprendido por qué las personas lloraban, jamás entendió el dolor y los miedos ajenos, y ver a alguien entristecerse por alguna razón, sobretodo simple y sinsentido, siempre terminaba por colapsar su paciencia.

—Estoy aterrada Sebastian, esa psicópata es capaz de matarme y yo no he hecho nada malo—jadeó intentando burdamente mantener la calma.

Liana resopló por la nariz.

—Tomamos el tren nocturno —dijo llamando su atención—, llegamos hasta Londres y la sentí en un bar.

Isis alzó las manos y las cejas en una expresión graciosa, cuestionándose la cordura de Liana.

—¿Y qué mierda voy a hacer yo sola a Londres a mitad de la noche? Ni siquiera teniendo la libertad de poder salir iría a meterme a la ciudad solo por entrar a un bar —se defendió. Sebastian alzó una mano y bebió un gran sorbo de café.

—Y por la cara de perro muerto de Liana imagino que no te encontró donde creía que estabas —acotó comenzando a encontrar divertida la discusión.

—¡Solo porque su energía desapareció repentinamente! —exclamó ella—. ¡Pero sé que estabas ahí con él! ¡Confiesa maldita zorra!

—¡Por Antaruk, Liana! ¡Deja de gritar! —pidió Sebastian exasperado. Liana se mordió la boca.

—¡No estaba en Londres! ¡Estaba con Claire en el subterráneo! —gritó. Sebastian frunció levemente el ceño.

—¿Con Claire? ¿Y qué rayos hacías...?

Isis cerró los ojos un instante y suspiró hondo.

—No sé qué fue lo que sintió ella en Londres —dijo apuntando despectivamente a Liana con el mentón—. Pero no era yo —. Cuando los ojos de Isis se encontraron con los suyos, volvió a sentir algo extraño. Aquella vibración que lo había sorprendido con Claire ahora lo sentía en la yema de los dedos. Cerró los puños en torno a la taza de café y trató de mantener la calma, más aún cuando Antaruk parecía intentar empujarlo a llevar esa sensación más lejos. Pero entonces Isis rompió el contacto visual cuando cerró los ojos y la sensación desapareció—. Después del ataque de Liana mi poder no fue el mismo —le confesó, Sebastian frunció el ceño—. Es como si Bruka se hubiera amedrentado. Se mantuvo apagado algunos días, ni siquiera podía convocar una brisa...—se miró las manos con temor—. Las únicas que lo sabían eran Meiling y Claire porque me cuidaron esos días —lo volvió a mirar, sus ojos estaban cargados de resentimiento y dolor—. Tú eres el líder, no deberías permitir que estas cosas ocurrieran, podrías por lo menos haber preguntado cómo me sentía después de que esa loca casi me mata —Liana bufó y rió como si fuera un mal chiste, pero Sebastian tenía toda su atención sobre Isis—. Cuando las chicas se enteraron que mis poderes estaban bloqueados, que Bruka no respondía, me ayudaron a entrenar para reconectarme. He estado escapando todas las noches al subterráneo para poder volver a sentir a mi Dios, y...—respiró hondo y dejó salir una larga bocanada de aire—... no sé si es bueno o malo, pero lo he conseguido y he vuelto a tener el control sobre el aire —se llevó un mechón tras la oreja, Sebastian relajó sus hombros, sopesando aquella confesión—. Claire coloca un escudo cada noche mientras practico para que ninguno de ustedes me perciba. Por eso Liana no me sintió dentro de la casa.

—¿Es cierto todo lo que me cuentas? —cuestionó. Que Claire no le hubiera mencionado nada al respecto lo perturbó un poco. Se suponía que entre ellos no había secretos y ella ya manejaba una parte de su intimidad mental que nadie más debía saber.

—¡Ay, por Dios, Sebastian! ¡No le creas! ¡Está mintiendo! ¡Ella estaba en ese bar, lo sé! ¡La sentí! ¡Su energía estaba en Londres!

—Por supuesto que es verdad, pregúntale a Claire y a Meiling, sé que a tu hermana le vas a creer —respondió Isis un poco a la defensiva—. Yo nunca salí de la casa. No estaré de acuerdo con la misión pero no soy estúpida—. Sebastian asintió y se dirigió a Liana, comenzando a dudar de las capacidades de su Estrella rastreadora.

—La buscamos por todos lados —interrumpió Alejandro—. Liana me obligó a hipnotizar a todas las personas del bar, me amenazó con dejarme sordo y mudo si no lo hacía, y viendo de lo que es capaz tuve miedo de negarme —confesó. Liana sonrió a medias, como si encontrara absurda la acusación—. Y aún así no encontramos a Isis por ningún lado. Pero sí nos encontró Kamal, y a él no te lo esperabas, ¿cierto? —le dijo a Liana con cierta satisfacción dibujada en su sonrisa—. No eres infalible. Te equivocaste con Isis y no sentiste a Kamal. El problema lo tienes tú, no nosotros.

Las mejillas de Liana se tiñeron abruptamente.

—¡Mi poder está perfecto!

—¡Ya, Liana, deja de gritar! —pidió Sebastian con un quejido. El dolor de cabeza si bien no se volvía peor, seguía picándole tras los ojos—. ¿Qué hizo Devendra? —quiso saber.

—Llamó a Torú y bloqueó mi poder —contestó Alejandro—, la gente volvió a la normalidad, todo el bar volvió a ordenarse, nadie recordó nada y la fiesta siguió su curso —dijo con un leve alivio—. Liana me arrastró con ella a la fuerza antes que Torú nos encontrara.

—Y de ésa, nada...—masculló la otra apuntando a Isis con el mentón—. Las energías no mienten, mi poder funciona sin equivocación. ¡Isis estaba en ese bar!

—¡Ya les dije dónde estaba! —Isis se puso de pie enfrentando a Sebastian con los ojos brillantes—. Tengo testigos, nunca salí de la casa. La que está equivocada eres tú, Liana. Si sentiste algo, no fue a mí.

Sebastian entrecerró los ojos y recogió los papeles que Alabaster había dejado. En uno de ellos estaba marcado que Kamal había llegado a Londres los primeros días de Febrero.

Se rascó la nariz y sopesó las opciones que tenía ante él:

Isis había bloqueado su contacto con Bruka producto del poder de Liana, pero a la vez el escudo de Claire había impedido que ella la encontrara aún dentro de su propia casa.
¿Qué había sentido Liana que se vio forzada a salir de Cambridge?

—¿Qué sentiste realmente? —le preguntó—. Porque está claro que no fue a Isis a quien percibiste en Londres—. Liana tenía una expresión de total sumisión. Isis y Alejandro intercambiaron una mirada rápida y aliviada, Sebastian, por supuesto lo notó—. Ustedes dos, pueden retirarse —les dijo.

E indudablemente se levantaron con rapidez sin decir nada. Liana los miró con sorpresa salir del comedor y luego se giró hacia Sebastian.

—Seb... ¿qué?

Él se puso de pie y se acercó hasta donde estaba ella.

—Responde la pregunta que te hice —le pidió cansado—. ¿Por qué fuiste a Londres?

Ella se puso de pie con fuerza.

—Te juro que la sentí —respondió con un ligero temblor en la voz, él asintió con el semblante tenso.

—Ajá, bien... ahora dilo sin dudar —le ordenó de forma intimidante agarrándole la muñeca con fuerza. Ella se sonrojó, humillada, pero le sostuvo la mirada aunque sus ojos temblaran—. Desde ahora, si tienes dudas, si sospechas, si sientes algo extraño, vendrás a mí y me lo informarás. Tienes prohibido salir sin mi permiso. Te lo recordaré por milésima vez: aquí no eres nadie más que un peón en la batalla, tal y como todos los demás. Me sirves a mí y a la misión. Si vuelves a tomar atribuciones que no te corresponden, haré caso a la amenaza de Claire y le pediré que te aprisione en tu habitación, ¿está claro?

Ella se soltó bruscamente.

—¿Un peón? ¿Eso es lo que piensas de mí? —masculló enojada—. No es eso lo que me susurras cada vez que me follas, Sebastian, sabes que somos más que eso, que soy exclusiva para ti, lo siento cuando me besas, cuando me tocas, cuando...

—Creí haberte dejado claro que no somos nada —le susurró abruptamente alejándose hacia la puerta. Un nuevo escalofrío invadió todo su cuerpo al recordar las visiones donde poseía a la mujer de sus recuerdos de una forma sumamente diferente a como lo hacía con Liana—. Ya sabes, si desobedeces las reglas de esta casa el castigo es igual para todos, y tú no serás la diferencia.

—¡Sebastian! —exclamó ofendida, pero antes que le dijera algo más él abandonó con rapidez el comedor.

No miró atrás, cerró la puerta y prácticamente corrió por el pasillo sintiendo como si algo lo persiguiera, aunque fuera una sensación absurda.
Sabía lo que necesitaba hacer más que nunca. Aunque le parecía no menos curioso que Liana hubiera percibido algo en Londres y que no fuera lo que creía, sabía que en algún momento tendría que retomar aquella conversación. Las dudas no dejaban de comerle la cabeza, y se iban sumando a la lista cuando ni siquiera había terminado por solucionar al menos una de ellas.

Ahora debía preguntarse ¿por qué Liana había percibido a Isis si no era ella quién estaba en Londres? No dudaba de la capacidad de rastreo de su Estrella, pero tampoco le dejaba de parecer curioso.

Cuando cruzó por una de las oficinas abiertas su cabeza punzó con fuerza y algo dentro de su estómago lo jaló hacia abajo. Haciéndole detenerse.

Miró hacia dentro y sus ojos chocaron con los pálidos de Dimitri, que sin inmutarse ni decir palabra, volvió la vista hacia el ordenador en el que estaba trabajando para terminar de ingresar algunos informes.
A veces se preguntaba por qué las Estrellas seguían trabajando si ninguna de las empresas para las que colaboraban seguirían de pie cuando la guerra terminase. Por supuesto Dimitri nunca más volvió a trabajar para la milicia Rusa después de lo acontecido con su familia, así que se dedicaba a las consultorías para pequeñas y medianas empresas.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó el hombre tecleando algunas cosas.

Con una respiración profunda sintió desde las entrañas a Anturk empujarle con fuerza.

—Quiero saberlo todo —dijo. Su corazón comenzó a latir con rapidez, ¿qué estaba haciendo?

El silencio duró solo unos segundos, aunque para Sebastian fue eterno. Dimitri levantó la mirada y se quitó los anteojos de marco plateado. Alzó la ceja dividida por la cicatriz y la piel de su mejilla se tensó con el movimiento, llevándose también consigo parte del labio. Parecía como si se estuviera riendo de él, pero Sebastian sabía que era solo producto del corte en la cara.

—¿Seguro? —le preguntó.

Asintió. No dejó que ningún otro pensamiento interfiriera en aquella decisión.

—Más que nunca.

Con un gesto rápido de la barbilla, Dimitri asintió e indicó que entrara y cerrara la puerta. El hombre se puso de pie y rodeó el escritorio donde estaba sentado.

—La neblina que cubre tus memorias son densas. Si fuiste tú quien las puso ahí tienes que darme permiso para penetrarlas, si no fuiste tú... entonces será difícil indagar más profundamente.

Sebastian se sentó en una butaca, dejó los papeles que le había entregado Alabaster a un lado, y frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir con "si no fui yo"?

Dimitri frunció la nariz, la cicatriz que surcaba su rostro se distorsionó.

—Para que tus recuerdos hayan sido bloqueados debe de existir alguna razón de peso confidencial, algo de lo que hay dentro de tu cabeza es importante —observó—. No es mentira que todos tenemos vidas pasadas, todos vivimos una historia diferente en una época diferente. Aprendimos algo nuevo, evolucionamos con ese aprendizaje y lo aplicamos a la vida posterior. A veces creemos tener un Deja Vu, o suceden cosas que nos parecen familiares, otros simplemente recuerdan vívidamente escenas de sus vidas anteriores. Pero hay quienes bloquean aquellos recuerdos por razones que desconocemos. Ése es tu caso. La neblina era densa e impenetrable. Una puerta de hierro ante los recuerdos de tus vidas anteriores.

—Su nombre era Vanyara y yo era un conde escocés —dijo rápidamente. Su corazón se había acelerado y en cada pulsación sentía el peso de esos recuerdos. El amor incontrolable que había sentido por ella le provocaba un horrible dolor en el pecho y una fuerte sacudida en sus entrañas—. En otra se llamaba Helena y yo Arion, ella era una vestal enamorada de un soldado del Cesar —lo miró alterado—. Hay otras en donde me llamo Xiang y ella Lin, y hay una en la que no recuerdo mi nombre pero mi piel es oscura —sacudió la cabeza desesperado—. Quiero saber más que solo nombres, quiero entender por qué ahora llegan esos recuerdos a mí, ¿por qué...? —se pasó las manos por la cara—. Necesito saber si ella existe en esta vida —admitió aterrado, Dimitri alzó una ceja—. Y te prohíbo comentar todo lo que vaya a suceder aquí.

El ex soldado lo miró con curiosidad, algo misterioso pareció cruzar en su mirada.

—Y si supieras de la existencia de esa mujer... ¿Acaso cambiaría en algo nuestro destino como Estrellas destructoras?

Aquella pregunta lo descolocó. Se había planteado el hecho de perderla sin conocerla a causa de la batalla si él ganaba, pero nunca se había cuestionado qué ocurriría si finalmente la encontraba.

¿Qué pasaría con él cuando descubriera si ella era real? ¿Si la veía cara a cara? ¿Acaso ese amor que sentía en sus recuerdos se proyectaría hacia su vida actual con la misma pasión? Él no creía en el amor, ni en la fraternidad, ni en la estima —con la única excepción de Claire—, jamás sintió amor por nadie, o, al menos, nunca de la forma en la que sus memorias recordaban haberlo hecho.

La voz de Dimitri bajó un tono, más profundo y serio de lo que ya era.

—¿Entiendes que descubrir la identidad de esa persona puede cambiarte por completo? ¿Lo sabes, no? —preguntó, y Sebastian notó como una luz de esperanza invadía los ojos del antiguo general.

Sintió que sus manos comenzaban a temblar. No. Si algo le hacía cambiar mínimamente de opinión, Centauria acabaría con ellos, Christopher acabaría con él. Y Dimitri lo sabía. En las ansias por penetrar la niebla de sus recuerdos depositaba la esperanza de que él como líder cambiara de opinión con respecto a la batalla.

Se puso de pie de golpe.

—No, no...—dudó aterrado. Dimitri lo miró desconcertado por un segundo—. Es una pésima idea, no debo, no...

Pero apenas dio un paso adelante el hombre lo interceptó.

—Es por todos nosotros, por ti, Sebastian... y por ella —dijo apenas tocando su frente con los dedos.

El suelo se deshizo bajo sus pies, el tiempo se detuvo y el aire se vació de sus pulmones por un instante. Su cuerpo dio vueltas, el dolor de cabeza se expandió fuera de su cráneo, liberando la presión. Finalmente respiró aliviado.

Cuando el mundo dejó de dar vueltas estaba ante la presencia de una densa niebla que se arremolinó a su alrededor. Luces de colores intermitentes aparecían y desaparecían entre los nubarrones, como una tormenta a punto de estallar.
Estiró la mano para tocar uno de los relámpagos coloridos y su infancia apareció ante sus ojos como una imagen desenfocada. Se vio a sí mismo con cinco años llorando desolado por la ausencia de sus padres, y otra cuando era contenido por los brazos de Rose siendo un bebé; Vio los regalos que le dejaban y que se iban amontonando sin vida ni uso en un rincón de la habitación.
Se volteó cuando escuchó una voz hermosa y encantadora meciéndose entre las nubes. Al estirar la mano hacia otro color sintió el aroma característico de su madre, y una imagen de ella, hermosa, joven y con su cabellera castaña haciéndole cosquillas al darle un beso de buenas noches, llenaron por completo una de las paredes de la niebla.

Ella lo amaba, o lo había amado. ¿Por qué no recordaba eso? ¿Dónde habían quedado esas risas?

Una voz más gruesa lo llamó desde el otro lado, y tocó un nubarrón púrpura. En él, el rostro apuesto de quién hubiese sido alguna vez Klauss Colter lo sostenía en brazos ante una imagen borrosa. Su madre, a un lado, le hacía cariño en la nariz. El día de su nacimiento.

Sebastian sintió los ojos húmedos, sus padres lo habían esperado, lo habían amado.

¿Qué había ocurrido entonces? ¿Por qué lo abandonaron toda su infancia? ¿Dónde habían ido a parar esos recuerdos?

Las imágenes comenzaron a aparecer una tras otra, invadiendo la pared de niebla. Las voces comenzaron a entrar a su cerebro como una cascada. En todos los recuerdos sus padres lo abrazaban, besaban y reían. No lo entendía, apenas tenía recuerdo de ellos, se suponía que él no los quería, que ellos no lo querían, y por lo mismo su muerte nada había significado. Pero aquellas memorias ocultas en su subconsciente probaban todo lo contrario: lo mucho que lo habían amado.

La niebla lo ahogaba, lo aprisionaba, las imágenes de su infancia lo golpearon con fuerza.

—¡Ya basta! —gritó llevándose las manos a la cabeza y cayendo de rodillas. Las imágenes súbitamente se detuvieron, el torbellino se transformó en calma y la neblina se solidificó en una pared lisa. Esta vez, las voces venían del otro lado.

Dimitri se apareció ante él, de pie. Sebastian levantó la mirada.

—Te vas a arrepentir por haberme traicionado... —lo amenazó. El hombre le sonrió con la ternura de un padre.

—Tú viniste a mí en busca de ayuda, te arrepentiste por miedo, pero la decisión sigue ahí y esa mujer está allá —señaló al otro lado de la pared—. Puedo detenerme y hacerte olvidar lo que acabas de ver, o... —miró la pared. Sebastian siguió su mano con la mirada.

Se levantó lentamente con las rodillas temblorosas. La pared susurraba, todo a su alrededor estaba cargado de susurros. Entonces miró hacia arriba y descubrió un firmamento de estrellas y nebulosas de colores. Sus ojos quedaron prendados sobre una luz brillante, radiante como el sol, cuyos rayos se agrandaban y achicaban, viva y poderosa, como un corazón. Antaruk también estaba presenciando lo que estaba ocurriendo.

—¿Y... decidiste? —preguntó Dimitri.

Sebastian tragó y su manzana de Adán tembló.

—¿Y si no me gusta lo que veo? —preguntó, todas sus pesadillas estaban cargadas de dolor, de sufrimiento. No sabía si estaba dispuesto a revivir aquellas imágenes.

—¿Y si te gusta? —preguntó Dimitri suavemente. Sebastian recordó los sueños de esa mañana y su corazón se aceleró—. Jamás lo sabrás si no cruzas el umbral.

Lo pensó un momento. ¿Quería cruzar? Si del otro lado estaba la información que necesitaba solo bastaría con unir las piezas del puzle para poder encontrarla.

Respiró con un asentimiento y alzó la mano para tocar la pared. Un pedazo del muro se deshizo entre sus dedos como vapor y luego volvió a su forma densa.

—¿Cómo... cómo cruzo esto? —preguntó mirando la pared que se alzaba sobre su cabeza. Las voces se escuchaban como ecos lejanos y perdidos desde el otro lado.

—Si la barrera es tuya, solo deja de temer y crúzala... —sugirió Dimitri. Sebastian asintió, tenía las manos sudadas.

Aunque jamás lo admitiría, aquel lugar le daba escalofríos. Fuera de la nebulosa de colores y de la luz de Antaruk, que no dejaba de parpadear, el espacio alrededor de la pared se volvía oscuro y vacío.

Intentó encontrar el coraje recordando los besos furtivos con Vanyara, los encuentros secretos con Helena, y las sabanas de seda que cubrían los cuerpos de Xiang y Lin cuando rompían salvajemente los preceptos que ella había prometido a su imperio.

En cada uno de esos encuentros prohibidos había ilusión, miedo, incertidumbre y ansiedad.

Pero más que nada, un amor que trascendía cualquier época, tiempo y espacio.

—Tengo que saberlo...—dijo arriesgándolo todo.

Y cruzó la pared. Pero algo extraño sucedió.

El frío invadió su cuerpo como arañazos de hielo, la neblina oscureció su visión. Intentó cruzar más allá pero no pudo, fue como si la pared se condensara a su alrededor en un témpano de hielo. Comenzó a gritar de dolor al sentir el frío atravesar su pecho, congelándolo.

Entonces una figura se alzó ante él, tan antigua como el tiempo. Él lo conocía, lo había visto antes, pero no recordaba quién era. Los ojos envejecidos pero sabios de aquel hombre lo penetraron hasta el alma. Sus manos lo agarraron por el pecho con cuidado.

—¿Quién eres? —quiso saber sintiendo frío. La luz de Antaruk brilló con más fuerza, el anciano, de barba larga, gris y sucia, miró hacia el cielo e hizo una reverencia.

Los ojos del viejo eran de un verde mar intenso tan irreal que no parecía humano. Sin embargo estaban cargados de ternura y comprensión.

—Vinieron a mí hace mucho tiempo, los protegí dos veces, pero no pude hacerlo una tercera y menos una cuarta —susurró—. Yo soy un recuerdo de tu memoria Sebastian y si estoy aquí es porque sabías que este momento llegaría. Me pidieron olvidarse para protegerse, pero inevitablemente sus almas se llaman... —la voz se mezclaba con los susurros. Desde el otro lado de la pared, las voces lo llamaban de muchas formas diferentes: el recuerdo de ella—. Me pediste que la protegiera y no he podido hacerlo bien...las circunstancias en el mundo humano actual lo hacen más difícil, nadie cree en el pasado... Está perdida y desconcertada, Sebastian. Ella también te recuerda y no lo sabe. Debes encontrarla.

—Muéstrame —suplicó—, muéstrame quién es, por favor...

—No puedo hacerlo, el hechizo no lo permite, solo hay una forma de romperlo —le soltó el pecho y se irguió, los pies del anciano se condensaban junto con la neblina. Esa mirada, ¿dónde la había visto antes?

—¡Dime quién es! ¿Cómo podemos encontrarnos? ¿Dónde está? ¿Qué hechizo?

El anciano sonrió cansado.

—Si no lo recuerdas no te lo puedo decir, estoy en tu propia mente, guardo la información que tú mismo alojaste en tu memoria antes de morir como Prassimo y Brugo.

Sebastian gritó agobiado, ¿quién era ese anciano? ¿Cómo podía acceder por completo a todos sus recuerdos?

—¿Cómo puedo atravesar la pared? ¿Cómo accedo a ella?

El anciano lo miró con tristeza.

—Solo hay una forma —le contestó. Miró hacia arriba y Antaruk brilló, como si accediera a brindarle la información—. Deben tocarse.

—¿Qué? —lo miró sin comprender—. ¿Qué significa eso?

—No debían recordarse, ese era el trato —respondió con un suave eco—. Deben protegerse de la tragedia que los persigue. Pero siempre hay un modo de activar las memorias en almas tan viejas como las de ustedes: el tacto.

El corazón de Sebastian se aceleró.

—¿Cómo la voy a tocar si no se quién es?

El anciano le sonrió con tristeza.

—Justamente...—respondió con la voz apagada—. Encuentra la aguja en el pajar, antes que sea tarde para ambos...

La imagen del anciano comenzó a desvanecerse y a Sebastian el dolor de cabeza volvió a situarse entre sus ojos.

—¡No! ¡Al menos dime dónde la puedo encontrar! ¡Dime dónde buscar!

—Para hacerlo, encuéntrame a mí...y sabrás quién soy —logró escuchar a medida que se desvanecía entre la niebla—, prometí protegerla... ese fue mi juramento cuando Lin y Vanyara murieron.... Lo estoy intentando, pero ya no puedo... ya no puedo...

El dolor en la cabeza de Sebastian se agudizó en su frente y se agarró las sienes con las manos sintiendo algo caliente que le bajaba por la nariz. Gritó cuando las imágenes impactaron en su cabeza con demasiada violencia: una liberación inusitada de recuerdos bloqueados.

Escuchó que Dimitri también gritaba justo en el instante que él caía al suelo.

La oscuridad lo absorbió un momento. Para cuando abrió los ojos, se descubrió en la oficina de su compañero, de espalda sobre la alfombra. Se sentó despacio, sintiendo que todo le daba vueltas y descubrió que por su nariz escurría un leve hilo de sangre. Ante él, Dimitri se apoyaba contra la mesa del escritorio para poder ponerse de pie. El hombre se sujetaba la cabeza con la mano libre.

—¿Qué fue todo eso? —jadeó Sebastian—. ¿Quién es él?

Ambos hombres se quedaron mirando una vez que se pusieron de pie. Lucían agotados, como si hubieran corrido muchos kilómetros. Sebastian apenas podía reponer su respiración y Dimitri apretaba los ojos intentando enfocar la luz.

—Eso... él es quien protege tus recuerdos, obviamente —señaló haciendo muecas para soportar seguramente alguna molestia en su cabeza.

—¿Pero quién diablos es? —exigió saber angustiado—. Dijo que yo lo sabía, pero no lo sé, sus ojos... no lo recuerdo...

Dimitri se alzó de hombros viéndolo preocupado.

—Ciertamente fue alguien con el poder suficiente de bloquear tus recuerdos y seguir ahí para impedir que llegues a ellos —suspiró—. Les colocó una llave —explicó—. Si encuentras a esa mujer y la tocas, se recordarán —se rascó los ojos y soltó un hondo suspiró—. Temo que no puedo ayudarte más, mi don no llega tan lejos. Jamás me habían bloqueado el poder como ese hombre lo hizo—lo miró fijamente—. Esto es muy inusual —observó—. Dijo que le pidieron ayuda para protegerse, si esa protección impide ver quién es esa mujer ahora, temo que jamás podrás encontrarla a no ser que el destino los ayude —le colocó una mano en el hombro, Sebastian tenía la mirada perdida sobre la alfombra—. El anciano dijo que los había protegido más de una vez, y que de alguna manera siempre rompían la protección. Si es así, no dudo que algún día puedas encontrarla. Pero no me preguntes dónde, porque eso solo tú lo sabes. Tienes que encontrar la reencarnación de ese anciano, él está con ella. Averigua quién es, yo no puedo hacer mucho más. Te quedan solo ocho meses hasta la batalla, si quieres verla una vez antes que destruyas todo, tendrás que tomar una decisión —respiró hondo una vez más y le apretó el hombro con suavidad—. Lo lamento mucho —dijo con tristeza, y salió de la oficina con rapidez dejándolo en absoluta soledad.

Sebastian alzó la mirada hacia el jardín al otro lado de la ventana y achicó los ojos cuando le picó la luz pálida del cielo encapotado.

Aún en su memoria reverberaban los ojos de aquel anciano. Claros, antiguos, mustios, pero vivos y llenos de poder.

—¿Y ahora cómo te voy a encontrar? —susurró limpiándose la sangre de la nariz, sintiendo el corazón apretado, y como nunca... unas horribles ganas de llorar.

...

NOTAS

Poco a poco nos vamos acercando.
Más pistas, más personas, historias que contar, recuerdos borrosos, cosas sinsentido.¿Qué sintió Liana? ¿Qué ocurrió dentro de la cabeza de Sebastian? ¿Quién era ese anciano? ¿Cuántas vidas tuvieron?

Solo les quiero adelantar, a modo de pista, que, históricamente, ese anciano podría "haber existido". Hay libros de historia que dicen que sí, y otros que dicen que fue un mito.
Pero... aquí, todo puede ser posible.

¿Y si reencarnó? ¿Quién es? ¿Dónde está? ¿Qué historias ocultas hay detrás de cada personaje?

En fin, espero que les haya gustado.

Y sí, "el toque" es la llave que hará que se recuerden, pero ¿cómo va a ocurrir si ninguno sabe quién es el otro?

¿Y... quieren gritar?

En el capítulo de Robin ocurrirá algo... Un primer acercamiento, tal vez... ¿?

Los dejaré con la incógnita. Mientras, espero que resuelvan el puzle, y recuerden, todas las teorías son bienvenidas, pero no esperen a que se las responda jajaja
¿Qué gracia tiene confirmarles o negarles las teorías? La sorpresa es mucho mejor, jeje.

¡Nos leemos!

Gracias por su fidelidad, amor, y nuevos favoritos.

Recuerden que pueden seguirme a través de mis cuentas personales de autora y de la historia por @crossroadsbook.cl  y @kathleencobac ambas en Instagram (Y Kathleen Cobac en facebook.)

¡Los quiero!

Kate.

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