Cuando llegaron al lugar, se sentaron a la barra y pidieron dos margaritas. Se pusieron a reír y a contar anécdotas hasta que la situación inició a calentarse. Jeon sujetaba la rodilla de Kitty e iba subiendo conforme la conversación subía de tono. Se acercó a la sensitiva oreja del pelirrosa y le susurró lo mucho que lo traía loco y cómo le encantaría follarlo hasta que se le acabara el aire. Le dijo que jamás había conocido a alguien que afectara de tal manera sus cinco sentidos y de que, junto a él, alcanzaría las estrellas. Mordió suavemente su lóbulo y le susurró que le daría poder y dinero si aceptaba estar junto a él. Alabó su belleza y le confesó que tenía una adicción con verlo mover ese sexy culo que se cargaba.
Ambos respiraban fuerte y el deseo por romper la tensión con un ardiente beso era creciente. Sentían que debían cumplir ese pecado, sentían que debían probar sus labios por primera vez.
—¿Me besará de una vez, Jeon? —preguntó ansioso Kitty. Su voz sonaba añorante y sensual, tanto que rompería con la cordura de cualquiera.
Jeon solo pudo sonreír, pues, sin pensarlo más, atacó aquellos labios carnosos que lo enloquecían. Ese choque fue como el cielo para ambos, era deseo y pasión pura. Era justo lo que Kitty necesitaba después de haberse torturado tanto con los besos de Agust, los cuales estaban llenos de sentimientos confusos que odiaba. Sus labios siguieron jugando unos segundos más hasta que dos manos pálidas los separó.
—¿¡Qué mierda crees que haces!? —exclamó enojada una voz ronca, cuyo dueño lo irritaba cada vez más. Agust D.