Tres Deseos: Una Novela Mágic...

Von taisabelen

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Desde que su novio rompió con él, JiMin ha pasado los días deseando en silencio volver a tener a alguien que... Mehr

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12

Capítulo 2

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Von taisabelen


YoonGi (Genio)

Grita.

Claro, las mortales suelen hacer eso.

Tenía que ser de nuevo un adolescente. En éste no hay nada especial que le haga invocar a un genio, pero pocas veces lo hay. Mis amos suelen ser aleatorios. Van desde adolescentes que dicen ser paganos, hasta madres jóvenes, pasando por ancianos con manchas en la piel.

Todos tienen deseos. Éste en particular tiene el pelo en corte de hongo y liso. No está gordo, pero ya he concedido deseos del tipo «quiero tener musculaturas» a chicos de su talla, al igual que las chicas.

No puedo hacer nada hasta que se calme y pare de temblar, así que me apoyo en su escritorio lleno de cosas y tiro unas cuantas figuras de plastilina hecho a mano.

Pasan los segundos. Los minutos. Me da un escalofrío, noto cómo yo mismo estoy envejeciendo. Las células de mi piel se desprenden de mi cuerpo despacio, milímetro a milímetro. Mi cuerpo se descompone ante mis ojos y no puedo hacer nada para remediarlo. Pasa otro minuto.

Suspiro, impaciente. No puedo evitarlo.

Al menos con el suspiro logro que él reaccione.

-¡No te acerques más! -Grita mi amo con voz temblorosa-. ¡O gritaré y vendrán mis padres!

¿Así que vas a ir por ahí?

-Ya has gritado -digo- y puede que vengan, pero como nadie me ve excepto tú, quedarás como un loco. Te pasará lo mismo que cuando intentaste que tu amigo me viera en el instituto.

Aprieta los dientes. Sabe que soy invisible desde mediodía, sé cuándo se dio cuenta, pero confirmo que al oírme está aún más asustado. Está deseando que sea un acosador, porque es más creíble para él que no la criatura invisible que soy en realidad. Sé lo que quiere, lo que siente, lo que desea, sólo con observar el movimiento de sus ojos, la manera de mover las manos o los movimientos de su mandíbula. Los mortales se delatan con mucha facilidad. Se leen como las palabras de una página, sin dificultad, si se conoce el idioma.

-¿Quién eres? -susurra con una voz débil y crispada.

-No tengo nombre -contesto-. Llámame como quieras. ¿Podemos ahorrarnos las formalidades y darnos prisa? Ya llevo aquí más de siete horas.

Siete horas que no podré recuperar nunca. Cruza los brazos sobre su cintura y se apoya en la pared.

-¿Darnos prisa en qué?

Me paso una mano por el pelo. Si lo agarro, creo que me crecerá entre los dedos como si fuera hiedra.

-En pedir deseos. ¿Cuál es el primero? Quiero volver a Caliban, así que si acabamos antes de...

-¿Qué deseos?

Las palabras salen como estallidos de su boca y respira con dificultad en el silencio que hay a continuación.

Vaya, éste chico muerde.

Muy bien, intentemos un acercamiento distinto. Lo que sea para que empiece a pedir deseos.

-Volvamos a empezar. -Suave, piensa suave, displicente, contento, como uno de esos resplandecientes compañeros de clase a los que mira fijamente-. Soy un genio. Estoy aquí para concederte tres deseos porque hoy has tenido un auténtico deseo y estás de suerte. Te han asignado a un genio, ese soy yo, para que te lo conceda. Un deseo que, entre todos los sitios del mundo, has tenido en tu clase de Shakespeare. Has deseado no sentirte invisible, sea lo que sea lo que signifique eso. Así que estaría genial que pidieras tus deseos enseguida porque hasta que no lo hagas, estoy aquí atrapado en vez de en mi propio mundo. Por favor, dime qué deseas. Puedes hacerlo. Di «deseo un físico estupendo» y de ese modo podremos seguir avanzando, amo. -Pongo los ojos en blanco al acabar.

Él se me quedó viendo con los ojos como dos botones, pequeños pero redondos.

-Ve... vete -susurra, como si estuviera tratando de olvidar una pesadilla.

-Me encantaría, pero para eso tienes que pedir tres deseos y después del tercero ya no me verás más. Tú estarás en tu vida lleno de deseos y yo regresaré a Caliban. Venga. Empieza con «deseo...» y tú pones el resto.

-¿Qué es Caliban? -susurra.

Su pregunta tira de mí, como si una ola me hubiera alcanzado y me arrastrara por la arena. Me sorprende que me esté preguntando por otros temas no relacionados con los deseos. Pero el tirón también es el resultado del vínculo que me conecta a él. No puedo eludir las preguntas directas ni las órdenes de mi amo, y con cuanta más intensidad quiera la respuesta el amo, más fuerte es la sensación de ser arrollado por una ola. Se abalanza sobre mí y ahoga mi mente. Respondo enseguida para que desaparezca esa sensación.

-Caliban es mi mundo, al que me gustaría volver, gracias, puesto que allí no envejezco. Los genios envejecemos como los humanos mientras estamos en la Tierra cumpliendo deseos, como ahora, que ya te has llevado -miro el reloj-, siete horas y cuarenta y seis minutos de mi vida.

Veo como envejece delante de mí. Cada momento se solapa con el siguiente a la perfección, pero lo deja un segundo más viejo, un poquito distinto de como era antes. Él ni siquiera se da cuenta. Los mortales se olvidan de advertir que el tiempo pasa. Ha cambiado mucho desde que llegué.

Tiene el pelo más largo, y también las uñas, por no mencionar los cambios en el tono de su piel. Yo debo de haber envejecido más o menos lo mismo. Tan sólo pensarlo, me dan náuseas, así como la expresión de escepticismo e incredulidad que refleja su rostro. Cada vez que duda de mí es un instante que pierdo de vida.

Me muerdo la lengua.

-Mira, te lo demostraré -suelto al final, más desesperado de lo que quiero aparentar.

Tiene la oportunidad de hacer realidad sus sueños y necesita una prueba.

Qué absurdo.

Lo señalo y suspiro. Marchando un deseo genérico de un adolescente. Mi amo agarra la lámpara que hay junto a la cama y se dispone a lanzármela. Mis manos se tensan y se calientan mientras un sonido de remolino, como un tornado que gira en su habitación, retumba a su alrededor. Suelta la lámpara y se le cierran los ojos despacio al caérsele al suelo. Respira hondo cuando el aire comienza a moverse, a girar en espiral sobre su cuerpo. Su piel resplandece, su pelo se vuelve brillante y dorado, sus pestañas se alargan y su abdomen está más marcado. Está igual que antes de que TaeHyung lo dejara.

Mi amo abre los ojos. Levanta los dedos y se los pasa con cuidado por los labios. Me mira con recelo y desliza una mano hacia su estómago. Se hace a un lado para mirarse en un espejo enmarcado en mimbre y yo pongo los ojos en blanco cuando una sonrisa lenta y triste aparece en sus labios.

«Sí, eso es lo que quieres.»

Bueno, o algo parecido. Los mortales siempre quieren algo más. Desean dinero, pero en realidad buscan una vida sin preocupaciones. Poder, cuando lo que quieren de verdad es control. O belleza, cuando quieren amor. A veces lo saben y a veces, no. No sé muy bien lo que quiere él, pero aún no he tenido un adolescente a la que no le haga ilusión parecerse a la gente falsa de las revistas o de su alrededor. Es la táctica que suelo utilizar de «¡Mira lo que puedes tener!».

«Venga, pide un deseo.»

Hago una mueca cuando extiende la mano hacia su reflejo. Ya ha tenido suficiente.

Señalo a mi amo con la cabeza y una rápida brisa lo envuelve. Su pelo otra vez es castaño, las uñas de sus dedos vuelven a estar mordidas y sus caderas aumentan un poco de tamaño. Se aparta del espejo con un brinco, como si alguien le hubiera dado un puñetazo.

-¿Qué... qué ha sido eso? -susurra.

-Querías una prueba de que soy real, ¿no? Pues ya te la he dado. No ha sido más que una ilusión. Pero puedes tener eso, si es lo que quieres. No tienes más que desearlo -le animé.

Se tira en la cama. Tiene los ojos abiertos de par en par y piel de gallina en los hombros. Siete horas y cincuenta y tres minutos. Mi amo todavía está temblando, pero a las siete horas y cincuenta y cinco minutos, la expresión de su cara cambia. Levanta la vista para mirarme a los ojos y antes de que diga una palabra, yo ya siento un gran alivio. Me cree. No quiere, pero por fin me cree. Ya está un paso más cerca de pedir un deseo.

-Debería... Bueno, si todo es cierto, entonces debería desear la paz mundial o... o algo así -dice con la voz temblorosa.

Pongo los ojos en blanco. Algunos genios lo engañarían. Le sonreirían, asentirían y dejarían que pidiera la paz mundial.

¿Por qué soy tan bueno?

-Sí, puedes pedir lo que quieras, aunque en este caso sería un desperdicio porque los deseos no son permanentes. Si deseas un millón de dólares se cumplirá, pero en cuanto te lo gastes, ya no habrá más. Si deseas la paz mundial, se cumplirá, pero en cuanto alguien dispare un arma, se acabó. Si quieres que tus deseos dure, tienes que pedir algo que te haga feliz y no la felicidad, porque en cuanto llueva, o tu gato se muera o algo por el estilo, ya no la tendrás. Pero no ocurrirá lo mismo si pides algo que te traiga la felicidad. Tienes medio millón de deseos para escoger, así que, por favor, elige uno que te haga feliz.

Se sienta en la cama y se lleva las rodillas al pecho.

-Entonces podría... desear que...

-Lo que sea. Algo específico... -digo ansioso.

Fulmino con la mirada al reloj que tiene sobre el escritorio cuando pasa otro minuto.

-No sé qué me puede hacer... feliz. No sé qué podría hacer para volver a formar parte de algo.

-¡El pelo! ¡Ropa! ¡Como si quieres un novio nuevo! Venga -digo entre dientes.

Debería haber dejado que pidiera la paz mundial.

-El pelo y la ropa no van a evitar que siga siendo invisible -contesta desanimado-. Si pudiera... Si pudiera ser parte de algo, de algo especial. Si pudiera pertenecer a un grupo... ser alguien más aparte del mejor amigo de su ex que está como un tren... si tuviera algo... algo por lo que ya no fuera invisible.

-¡Sí! -grito con tal falso entusiasmo que le asusto y pega un salto hacia atrás-. ¡Desea amigos! Montones de amigos. Eso lo puedo hacer. No tienes más que decirlo di «Deseo tener amigos» y los tendrás. Invertir la invisibilidad es fácil. Puedo hacer que lleguen casi a adorarte.

-No -protesta-. Es que no son ellos... Es que... bueno, son simpáticos conmigo y todo eso, pero no acabo de formar parte de su grupo. No les importa si salgo con ellos o si me quedo metido en el aula de dibujo. Soy el invisible...

-Sí, bien -la interrumpo-. Lo que tú quieras. Hagámoslo. -Doy una palmada y me froto las manos, asintiendo.

No dice nada.

¿Por qué no dice nada?

Hago una bola con mis manos y tomo aire.

-Cuando tú quieras.

-¿Así de fácil? -pregunta sin energía.

-Sí, así de fácil. -Pasa otro minuto. Se muerde el labio, nervioso -okey, ¿es que te supone... un problema que sea increíblemente fácil? -Pregunto.

-Ummm... sí. Yo sólo... -responde con una voz que casi es un susurro.

Reprimo un suspiro.

-¿Y por qué?

-Es que... que sea así de sencillo... Llevo intentando formar parte de algo desde hace siete meses y cuatro días, pero ahora... que sea tan factible... No lo he conseguido, no pude lograrlo por mí mismo, y ahora me lo das... así de fácil... ¿Puedo?

-Puedes agradecérmelo después de pedir el deseo -contesté con los dientes apretados.

-Yo... no. No puedo desear y ya está. -Su voz cambia, se hace más fuerte, y me mira con los ojos entrecerrados-. No soy tan patético. No tengo que pedir amigos. No puedo desear volver a formar parte de algo y ya está.

-Sí, sí que puedes...

-¡No! No lo haré. Vete.

-¡No puedo marcharme hasta que no hayas pedido tus deseos! -Grito al perder los estribos.

-¿Y qué pasa si no pido nada? -Da marcha atrás.

El aire se congela en mis pulmones. Ha sido una pregunta directa, así que debo contestarla. Trago saliva con la esperanza de que la voz no me tiemble cuando responda.

-Que me muero. -Al decirlo en voz alta siento que envejezco más rápido y muero antes-. Si no pides los deseos, envejeceré como tú y terminaré muriendo aquí, como un mortal. Clavo la vista en el suelo y cuando logro mirarlo a los ojos de nuevo, me siento aliviado, pero a la vez avergonzado al ver su cara apenada. Le da lástima un genio. No es justo que los mortales tengan tanto poder sobre nosotros. Pero aun así, por favor, pide un deseo.

-De acuerdo -dice.

Soy incapaz de contener un suspiro de alivio.

-Ya veré qué pido -continúa-. No quiero... No quiero que nadie muera por mi culpa. Pero no te vas a morir ahora, ¿no? ¿Puedo pensármelo? Sólo un poco. Es que, bueno, no sé qué pedir...

Me dan ganas de mentirle y decirle que debe pedir el deseo enseguida, pero una vez más su pregunta ha sido directa y estoy atrapado. Asiento a regañadientes. No, no me voy a morir ahora. Su cara se relaja.

-Muy bien. De acuerdo, volveré cuando tengas un deseo -mascullo.

No es lo que quiero decir. Quiero estallar, gritar, obligarlo a pedir un deseo ahora, antes de que pase otro minuto.

Asiente y se muerde el labio.

Tengo que salir de allí antes de decir algo que le haga odiarme. Si me agarra manía, no confiará en mí, y si no confía en mí, no pedirá un deseo. El olor a suavizante de su habitación se desvanece y me invade la sensación de desaparecer como un líquido. El aire fresco de la noche sustituye las horribles paredes rosas y el sonido de los grillos, el murmullo de su ventilador. Ahora estoy en la entrada y me doy la vuelta para mirar su casa. Me paso una mano por el pelo. Está más largo.

Maldita sea.

En Caliban no hay de qué tener miedo. Pero un día aquí y de repente temo por mi vida. Niego con la cabeza y me cruzo de brazos cuando me cala el frío de la noche.

Odio este sitio.

Los genios no duermen cuando están en la Tierra, así que mientras él disfruta de una cama llena de colchas gigantes, yo no tengo otra cosa mejor que hacer esta noche que vagar por las calles hasta que se despierte y piense en un deseo. Respiro hondo mientras camino, aunque el aire sepa a la polución que contiene. Si me esfuerzo mucho, muchísimo, puedo bloquear el olor de la Tierra y acordarme de la puesta de sol de Caliban. Las puestas de sol en Caliban son extraordinarias: una luz resplandeciente se filtra por las ventanas de una ciudad elegante e ilumina las calles concurridas y los tranquilos jardines con un tono naranja pálido.

Si no pide un deseo, no podré volver nunca.

¡No! No puedo pensar así. Pedirá un deseo. Además, los ifrit no permitirán que eso ocurra. Pueden presionarlo para que desee, ponerle en una situación en la que tenga que desear y hasta yo mismo podría ayudarlos a encontrar un modo de presionarlo. No debería darme vergüenza pedirles ayuda; al fin y al cabo, es su trabajo. No obstante, nunca he recurrido a ellos...

la idea de solicitar que hagan presión es un tanto embarazosa.

Me detengo y miro a mi alrededor. Estoy en un amplio parque, rodeado de árboles de cerezo. Delante hay una piscina cubierta con una lona de color azul desteñido, que cae hacia la parte honda, donde han cambiado las letras del cartel «Normas de la piscina» para que se lea una palabrota. Las colillas de cigarros llenan la acera y el estanque que hay más allá está bordeado de sauces llorones y papeleras con graffiti. En el centro del parque, en cambio, hay un roble, alto y orgulloso sobre una colina, cuyas rama se elevan hacia las estrellas. Es como los árboles de Caliban, que crecen, pero sin hacerse viejos.

Me acerco a él y me desplomo entre sus raíces cubiertas de musgo.

No hay estrellas en Caliban. Ni nubes. Hay sol y luna, pero nunca llueve, ni nieva, ni hay rayos ni estrellas. En Caliban ni siquiera la noche dura mucho. Sólo hay puestas de sol que se convierten en amaneceres y en día. Hay parques como este, pero ninguno con palabras malsonantes; y hay casas como la de mi amo, pero no habitaciones pintadas de ese horrible color rosa. Las ciudades tienen rascacielos, pero no hay coches ni polución. Hay miles de genios, pero sin ira ni incredulidad.

Tengo que volver a casa. ¿Cómo soportan los humanos vivir en la Tierra, atrapados por la mortalidad de sus propios cuerpos? La nostalgia me invade, llena mis miembros y mis venas hasta que creo que voy a explotar de la presión.

Tengo que volver a casa.

Odio cuando Wattpad me quita las líneas largas "—" y me da flojera ponerlos nuevamente uno por uno xd. Sad ;-;

Gracias por llegar hasta aquí. No olviden dejar su voto y comentario si les gustó uwu

Pronto un nuevo capítulo. Chaito 👋

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