Atary [Pecados Capitales] #1

karlee_dawa द्वारा

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Laurie es una joven de dieciocho años educada bajo una serie de reglas inculcadas por su autoritaria madre: N... अधिक

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Capítulo 2
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Publicación de Atary en físico
PUNTOS DE VENTA DE LA TRILOGIA MODIFICADO

Capítulo 1

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karlee_dawa द्वारा

—Se ha hallado otro cuerpo cerca de la facultad de Edimburgo. La víctima tenía veinte años de edad y era hija de un importante empresario de la ciudad. La investigación se mantiene en secreto pero podemos afirmar que ha perdido una gran cantidad de sangre y ha sido una muerte violenta. Científicos e investigadores barajan la hipótesis de...

—Apaga el televisor, querido —ordenó mi madre mientras daba un sorbo a su taza de té de porcelana.

—Es inadmisible que tengan la cara de dar otra noticia así, sin un ápice de preocupación. ¡Esto es de alarma nacional! —Exclamó él pulsando con dureza el botón del mando—. ¡Me niego a que nuestra hija vaya a esa universidad! Puede ser peligroso, Elizabeth.

—Papá... —balbuceé asustada.

Mi padre se removió en el asiento incómodo y recolocó sus gafas sobre el tabique de su nariz. Me dirigió una mirada de preocupación y observó a mi madre con cautela. En esta casa era ella quien tomaba las decisiones.

—Laurie, esos modales —me regañó ella y miró a mi padre—. Están investigándolo y no tenemos dinero suficiente como para enviarla lejos de Edimburgo. Laurie estará bien, Dios la acompañará en el camino.

Suspiré al escuchar las palabras de mi madre y sonreí aliviada. Me preocupaba el tema de los asesinatos de las jóvenes porque tenía la edad parecida y parecía que el asesino tenía algún tipo de fetiche por nosotras pero no quería irme a otra facultad que no fuera Edimburgo. Quería mucho a mi padre pero aún más a la única amiga que tenía, Ana María, aunque ella prefería que la llamaran solo por su primer nombre. Y no estaba dispuesta a ir a otro sitio y ser la nueva, me daba pavor.

—¿Estás segura, cielo? Laurie tiene la edad de esas pobres chicas y siempre podemos usar nuestros ahorros...

Me mordí el labio para contener las ganas de convencer a mi padre que era lo mejor, sabía que debía evitarme una regañina por parte de mi madre por insolente. Sabía también que me pondrían unas normas, pero al menos podría estar cerca de Ana, ambas empezaríamos en el mismo campus y estaríamos en el mismo edificio, con suerte en la misma habitación. Eso me bastaba.

Desconecté del tema cuando empezaron a enzarzarse en una discusión acerca de mi bienestar, daba igual como se pusiera mi padre que siempre terminaba ganando mi madre.

Por suerte, por primera vez en mi vida, ella estaba de mi lado.

—¿Has escuchado lo que ha sucedido? —preguntó Ana tirada en mi cama mientras revisaba sus redes sociales con el móvil.

—¿Lo de la nueva víctima? Sí. Mi padre quería impedir a toda costa que empezara la universidad aquí.

—¡¿Qué?! —chilló ella mientras se incorporaba de la cama, mirándome con sus penetrantes ojos color café—. Pero...

—Tranquila. Mi madre dijo que no hace falta cambiarme, que no tienen tanto dinero como para mantenerme fuera.

—Uff —suspiró dejándose caer de nuevo con gesto dramático—. Me habías asustado.

—Aun así... tendremos que tener cuidado y mantenernos juntas. ¿Crees que podremos compartir habitación?

—Lo dudo —respondió haciendo una mueca con sus carnosos labios rosados—. Pero sería absolutamente genial.

Observé cómo sus rizos castaños se posaban descontrolados sobre mi almohada y su tez canela acentuaba el brillo oscuro de sus ojos, era una chica realmente guapa y enérgica. Todo lo contrario a lo que yo era.

—¿Y si me toca con alguien que no me cae bien? ¿Y si es alguien que solo quiere hacer fiestas y trae chicos a la habitación? Es pecado.

—Pecado es que hables así —respondió arrugando su pequeña y recta nariz—. Creo que si cierro los ojos escucho a tu madre.

—Es que...

—Lo pasaremos bien, Laurie. Voy a cumplir la mayoría de edad y por fin podremos beber alcohol y acceder a las fiestas ¡sin adultos! No sabes lo contenta que me pone pensar en la música, bailar y tontear con chicos. Me hace recordar a España...

—¿Echas de menos vivir ahí? —pregunté incómoda, tratando de cambiar de tema.

—Bueno, sin duda no me vendría mal algo de vitamina D. Tanta nube y lluvia me apaga y me hace sentir que tengo la piel más blanca que la nieve.

—¡Qué dices! Pero si tu tono de piel es hermoso —me quejé poniendo los ojos en blanco.

—En estos tres años he perdido más color que Michael Jackson.

—Sin duda exageras —suspiré—. A tus padres también les gustaba el sol, ¿verdad?

—Sí, ¿por qué? —preguntó arrugando el ceño.

—Por nada, me llama la atención que hayan decidido a venir a un lugar como Luss, tan...distinto.

Ana María levantó la vista del móvil y me hizo una seña para que me acercara hasta ella. Me subí a mi mullida cama de color rosado y observé el mensaje de su pantalla.

—Acaba de llegarme este mensaje de la facultad. Ya pensaba que se habían olvidado de mí.

—¿Habitación 35, bloque A? —murmuré extrañada.

Me levanté de la cama y me dirigí hasta la mesita donde tenía guardado el móvil, pensando si debía trasgredir su norma y encenderlo. Mi madre no me dejaba usarlo sin su permiso previo, pero esto era importante. Finalmente lo cogí y desbloqueé la contraseña para poder entrar en el servicio de gmail.

Recordaba que había recibido un mensaje semanas atrás, avisándome de que habitación me había tocado y el bloque correspondiente. Se trataba de un edificio universitario llamado Pollock Halls que albergaba una gran cantidad de estudiantes y ofrecían becas para aquellos con buenas notas o venían de muy lejos.

—Habitación 108, bloque C...

Gemí frustrada, el universo era realmente injusto conmigo. ¿Por qué teníamos que ir, no solo en habitaciones distintas, sino en edificios separados? Había crecido sin poder tener amigos, mi madre no me dejaba acercarme a nadie que no perteneciera a nuestro círculo religioso y, por desgracia, el pueblo donde vivíamos no contaba con muchos habitantes y mucho menos personas de mi edad.

—Es muy tarde, deberíamos dormir. ¿Ya tienes la maleta preparada? —le pregunté apagando el móvil y dirigiéndome hasta la mesita, para guardarlo de nuevo en su lugar.

—¡Laurie Duncan! —exclamó mi madre irrumpiendo en la habitación—. ¿Has encendido el móvil sin mi permiso?

Ambas nos sobresaltamos al escuchar su voz y tragué saliva antes de contestar, no quería ganarme un castigo tan pronto.

—Solo quería confirmar nuestras habitaciones —informó Ana alzando el mentón y mostró su móvil—, acaban de enviarme el mensaje con la información sobre la mía.

Mi madre mantuvo la cabeza elevada, observándonos a ambas como si tratara de descifrar si decíamos la verdad. Bajé la cabeza mirando al suelo y esperé pacientemente a su respuesta, hasta que hizo un ruido al chaquear la lengua.

—¿Lo apagaste ya?

—Sí, madre.

—Bien. Es hora de dormir. Mañana os quiero en la cocina a las siete y cuarto de la mañana para desayunar —avisó con un atisbo de dureza—. Y os quiero ver en camas separadas.

—Sí —respondimos ambas al unísono.

Respiramos aliviadas cuando se cerró la puerta y miré a Ana con la cabeza baja, disculpándome. Me conocía desde hacía tres años y sabía lo que se me pasaba por la mente sin ni siquiera decir palabra. Y, sobre todo, conocía a mis padres y sabía cómo eran. Yo apenas conocía a los suyos porque mi madre no me dejaba dormir en casas ajenas.

—No pasa nada, Laurie —sonrió con ternura—. Mañana por fin empieza tu nueva vida.

—Nuestra vida.

Apagué el molesto despertador con la mano. Habíamos decidido ponerlo a las siete menos cuarto para que nos diera tiempo a arreglarnos y estar presentables ante mis padres. Bajamos las escaleras con rapidez, justo un minuto antes de que dieran las siete y cuarto.

Mi padre ya se encontraba sentado en la silla leyendo el periódico mientras mi madre se disponía a servirle un poco de café. Me apresuré para sentarme mientras Ana María se tiraba literalmente en su asiento dejando escapar un bostezo, bajo la mirada de reproche de mi madre.

—Buenos días —saludó Ana con una sonrisa.

—¿Estáis preparadas para vuestra nueva etapa? —preguntó mi padre elevando sus gafas bajo una expresión seria—. Debéis tener cuidado con los peligros que hay allí fuera. No me hace especial gracia que al final vayas a Edimburgo pero...

—Arthur —le regañó mi madre—. Ya lo hemos hablado. Es lo mejor para Laurie y están controlando la ciudad precisamente por eso. No le sucederá nada.

—No controlan lo suficiente —refunfuñó él levantándose de su asiento.

—¿¡Dónde vas!? —preguntó ella elevando el tono—. ¡No hemos bendecido la mesa!

Bendije en voz baja mis tostadas con mermelada y mis vasos con hot chocolate y zumo de naranja que tenía al lado mientras veía de soslayo a mi madre ir detrás de mi padre para quejarse y escuché cómo le advertía sobre los deberes religiosos de la familia y el protocolo de educación que debía regir nuestra vida y estaba rompiendo en presencia de Ana.

Mi amiga ya tenía medio muffin en su boca y masticaba haciendo ruidos molestos, como era habitual en ella. Suspiré e intenté concentrarme en recordar las veces que había masticado. Mi madre me había enseñado de pequeña a contar para mis adentros para recordar que cada bocado debía masticarlo diez veces antes de tragar.

Minutos más tarde mi padre irrumpió en la cocina, seguido por mi madre y se acercó hasta donde estaba mostrándome un dije de crucifijo plateado con detalles azabaches y letras doradas en tono mate, parecía antiguo.

—Quiero que lleves esto contigo, siempre —anunció mirándome fijamente con sus ojos grises.

—¡Arthur! —se quejó mi madre—. Es de tu familia y es una joya muy personal. No entiendo por qué quieres dárselo a Laurie.

—Es mi hija, Elizabeth. Lo ha llevado mi familia generación tras generación y ahora le toca a ella. Además, está ungido con agua bendita.

—No me parece buena idea. Yo tengo...

—Me da igual —la frenó él dirigiéndose hasta mí—. Ten.

Asentí con la boca abierta ante el atrevimiento de mi padre, nunca se había enfrentado así a mi madre, dado que siempre le daba la razón y le dejaba hacer lo que ella quisiera, ella decidía.

Mi madre también se quedó de piedra, parecía no saber qué decir ni qué hacer, pero mi padre continuó con sus explicaciones y miró el reloj de su muñeca, sorprendido.

—Es tarde. Será mejor que te lo pongas ya y os apresuréis en ir al baño para terminar de prepararos y bajar las maletas. Tengo que irme pronto.

Asentí con la cabeza y me apresuré en ponerme el colgante, acariciando la textura con cariño. Mi padre trabajaba como director de un internado alejado del pueblo donde vivíamos, al que nunca había podido ir. Solía ir cada día y estaba desde por la mañana hasta bien entrada la noche, aunque mi madre protestara. El único día que se permitía descansar era el domingo pues, como mi madre defendía, Dios descansó el último día de la semana y no respetarlo sería ir en contra de nuestra religión.

Arrastramos las maletas por los largos escalones de madera hasta llegar a la entrada y nos apresuramos en salir y colocarlas con cuidado dentro del maletero del coche. Repasé mentalmente todo lo que llevaba antes de sentarme en el asiento del copiloto y bajé el cristal al apreciar el gesto de mi madre.

—Acuérdate de tus labores y deberes religiosos, Laurie. Dios te vigila y espera lo mejor de ti —me advirtió—. No salgas de fiesta, no te emborraches, no mientas a nadie y mucho menos te enamores. Recuerda ir a misa los domingos y rezar un padre nuestro antes de acostarte. Llámanos siempre después de cenar para contarnos sobre tu día y revisar tus labores educativas. Acuérdate de cepillar tu cabello cien veces antes de acostarte y lee el pasaje de la Biblia donde te hayas quedado. Nada de redes sociales ni distracciones que bajen tu rendimiento académico y mucho menos hacer caso a Ana María sobre salir a sitios extraños. Y cuando vayas a escoger la ropa que vayas a ponerte acuérdate de enviarme una fotografía para darte el visto bueno. En definitiva, acuérdate de quién eres y no caigas en la tentación. No criamos a una chica común, sino a la mejor.

Tragué saliva tratando de recordar todo y no defraudarla. Asentí con la cabeza y suspiré al ver cómo, disimuladamente, Ana apretaba mi mano con la suya. Mi padre se apresuró en encender el motor y pusimos rumbo a Edimburgo, dejando atrás el pequeño pueblo de Luss, mientras apretaba con fuerza el dije que colgaba de mi níveo cuello.

Atary ha empezado, así que respirar fuerte y abrir bien los ojos, pues muchas cosas van a suceder. ¿Os ha gustado cómo empieza? 

¡Nos vemos pronto!

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