Amor De Cristal

De Temoltzinmaria1

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En edición Helena Hamilton es una chica tierna e inteligente. Sin embargo odia la vida social a la que esta s... Mais

Nota De Autor
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
capitulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo final
Epílogo
Aclaración

Capítulo 35

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De Temoltzinmaria1

Desde que William se fue todo a mi alrededor se tornó de un tono gris y opaco, nada en el palacio brillaba como antes, al principio creí que se debía al mal clima, pero después descubrí que se debía a su ausencia.

—No ha dejado de llover—expresó la condesa sacándome de mis pensamientos—si el clima continúa de esta forma me temo que tendremos que seguir postergando sus actividades.

—Ha estado lloviendo desde dos semanas, no creo que suspender mis actividades sean tan importantes como para preocuparse—expuse algo intranquila.

—Discúlpeme majestad—se alejó del ventanal y se acercó al sofá vacío frente a mí dónde se podía disfrutar del calor de la chimenea. Los últimos días habíamos venido aquella habitación para encontrar un poco de calor, era la antigua oficina de la duquesa Sofía, no era tan amplia como la de William y no gozaba de una amplia estantería, pero si contaba con una gran chimenea que lograba mantener un calor acogedor y agradable—sé que le preocupan muchas cosas últimamente, el rey, la guerra y la salud de sus súbditos debido al mal clima de la región, debí ser más condescendiente en su presencia.

Súbitamente un golpeteo llamo nuestra atención, al descubrir que aquel ruido provenía de la puerta, la condesa se levantó de su asiento para atender el llamado.

—Una carta—escuché una voz masculina, pero no fui capaz de oír las siguientes palabras que aquel hombre le dirigió a la condesa. Segundos después ella cerro la puerta y camino hacia mi con una bandeja de plata en sus manos.

—Acaban de traer esto, majestad—se apresuró a decir. Caminó presurosa hasta poder extender la bandeja de plata donde se exponía un sobre de tono ambarino. Instintivamente lo tomé y abrí al ver el sello de William sobre su superficie:

Mi amada reina

Por fin encontré el tiempo para poder escribirte estas líneas, hay mucho que escribir y muy poco papel para expresarte todo lo que mis ojos han visto desde mi llegada, no sé de qué manera explicarte las terribles cosas que he visto. Capria, que era una ciudad hermosa y prospera ahora es un cementerio donde mora la desdicha y la muerte, ya no queda nada de lo que alguna vez fue.

A mi paso vi hombres y mujeres buscando entre las ruinas de lo que fueron sus hogares, no hay nada por rescatar, pero supuse que rebuscaban en las cenizas invaluables recuerdos de lo que fue su vida o de un ser querido que tal vez perdieron en el ataque a su ciudad. Cuando me miraron, vi el dolor de sus corazones reflejado en sus rostros, no pronunciaron ni una sola palabra, aunque estaba preparado para recibir insultos y calumnias, solo se quedaron en el camino mirándome fijamente, hasta mi caballo avanzo lo suficiente para perderlos de vista.

Mis palabras, no le hacen justicia al sentimiento que puede percibirse en el ambiente, es una terrible desesperanza ver las consecuencias de la violencia. Solo una monstruo inhumano podría glorificarse y celebrar la desdicha del prójimo, asesinar mujeres y niños sin compasión, y enaltecerse por destruir la paz de los hombres.

Desearía poder darte otro tipo de noticias, pero no soy capaz de ocultarle a mi reina la devastación de nuestro pueblo, estoy seguro de que tú más que nadie entiende mi sentir. Por el momento me encuentro en la división noreste del reino, en cuanto termine el reconocimiento de este sector podremos partir de vuelta, aunque hay una zona del otro lado de la frontera que me preocupa, si todo sale tal cual lo planeamos, te veré en tres días esperando que el mal clima no nos retrase. Por ahora debo concluir esta carta, me despido esperando que esta noche pueda verte en mis sueños.

Por siempre tuyo, William.

—¿Alguna buena noticia?—pregunto la voz de la condesa de Yhules. Al levantar la vista descubrí que no se había alejado mucho de mí mientras leía el contenido de la carta, supuse que al igual que yo también estaba preocupada, no tanto por el rey sino por la seguridad del reino.

—El rey regresará pronto—expuse consternada por las palabras de William, Capria parecía necesitar más ayuda de lo que había imaginado, sin embargo, había algo de bueno en todo lo que había dicho.

Mientras esperaba su regreso, me concentre en atender los pendientes en los que podía trabajar sin necesidad de salir como el escribir respuestas negativas a invitaciones a bailes de temporada que seguían realizándose a pesar de la lluvia. No sé que hubiera sido de mi sin la duquesa Cailón, la marquesa Millan o la condesa Florence, aunque al principio habían sido reservadas, esas dos últimas semanas se habían abierto a tener largas conversaciones conmigo para hablar sobre sus hijas o incluso la situación del país.

Me sorprendió saber que a pesar de que ninguna de ellas era miembro del parlamento o tenia derecho a dar su opinión en la corte por el simple hecho de ser mujer, tenían un vasto conocimiento de los principales problemas sociales del reino, tales como los altos impuestos, la pobreza, desigualdad, justicia, desempleo, corrupción, sistema de salud e inseguridad. Cuando les pregunte sobre el porqué conocía tanto sobre esos temas, ellas revelaron que por ser hijas de familias nobles su educación había sido igual a la de un varón, sin embargo, a cierta edad en que sus madres lo creyeron conveniente comenzaron a cambiar sus clases de educación y cultura por algo más adecuado a su género como el bordado, la costura y etiqueta. Aunque mi educación no había distado mucho de la suya, me pregunte si valía la pena desperdiciar sus conocimientos solo porque eran mujeres y si podía hacer algo al respecto para cambiar la distinción entre hombre y mujer.

Aunque me sentí más a gusto con su compañía, no podía dejar de pensar en William y mientras más pasaban los días mi preocupación fue en aumento al no recibir ninguna noticia de su parte, incluso el consejero Albert Burhant comenzó a inquietarse.

—Disculpe que interrumpa sus actividades—dijo una tarde en que la lluvia finalmente había cesado, pero en el firmamento aún permanecía ese tono grisáceo sobre las nubes—¿Han tenido noticias sobre el rey?

—No—respondí soltando un suspiro. Me levanté de mi asiento detrás de mi escritorio e hice una señal a la condesa para que sirvieran el té frente a la chimenea—desde que partió solo recibí una carta informándome que, si todo salía bien, él regresaría pronto, pero ya ha pasado una semana y no ha vuelto. ¿Qué fue lo último que usted supo de él o del consejero Máximo?

—Al igual que usted yo también recibí una misiva del rey hace una semana, reportes del estado grave de Capria y de la tensión política en la frontera, además de su pronto regreso, pero solo eso—admitió.

Le señalé que tomara asiento sobre los sofás frente a la chimenea en donde la condesa y mis damas sirvieron dos tazas, una para él y una para mí. Meses atrás hubiese rechazado el té con sabor a menta, pero había descubierto que, aunque su sabor era un poco amargo sin una buena cucharada de miel, tenía efectos tranquilizantes.

—Máximo, me expreso en una carta que hubo una redada mientras su majestad inspeccionaba un sector, nada de qué preocuparse, pero tenía una ligera sospecha de que aquello no había sido más que un distractor, pero que de presentarse alguna situación de riesgo podrían al rey a salvo.

Me quedé en silencio, William no había mencionado ese asunto en su carta, supuse que él no le había tomado importancia a ese asunto y no quiso preocuparme por algo tan trivial, pero al parecer Máximo y el consejero Burhant no opinaban lo mismo o quizás si lo había hecho. En ese momento solo recordé esa parte en la que mencionaba que había una zona que le preocupaba.

—¿Qué tanto confía usted en el consejero Maximo Kasen?—me atreví a preguntar, aunque seguramente William no dudaría en confiarle su vida, yo necesitaba una confirmación de que él haría todo lo posible para ponerlo a salvo si así se requería.

—Le confiaría mi propia vida majestad, él fue general un largo periodo hasta que el rey lo destino a ocupar el puesto del consejero mayor. Así que no dude en las habilidades de Máximo en la batalla.

Sus palabras me tranquilizaron un poco, al menos podía confiar en eso.

—Por cierto. ¿Por qué Máximo que es mucho más joven que usted tiene un puesto mayor?—quise saber para cambiar un poco el rumbo deprimente que la conversación estaba llevando. 

—Majestad, un hombre de mi edad no puede andar de aquí para allá como si fuese la sombra del rey—negó con la cabeza para después tomar un sorbo de la taza de té—ya no tengo veinte años para ese tipo de trabajo. Es mejor dejar esas obligaciones a manos más capacitadas que las mías.

—¡Majestad!— alzo la voz la condesa Florence. Al mirar en su dirección la observé mirando por uno de los ventanales, la expresión de su rostro mostraba incertidumbre

—¿Qué sucede?—cuestiono la condesa molesta por el sobresalto que su voz le había provocado.

—Un caballo de la guardia real acabar de llegar—expuso.

—¿Eso amerita que alce la voz y moleste a su majestad?—impugno cruzándose de brazos.

—El ropaje del caballero estaba ensangrentado—respondió. Sus palabras provocaron que me levantara de golpe y con ello mi vestido chocara contra la mesa donde reposaba mi té y la tela se manchara— creo que era uno de los hombres que acompañaba a su majestad en el cortejo que partió.

—Por favor, Condesa. ¿Cómo puede asegurar tal cosa estando a una altura como esta?—evidencio.

Inhale y exhale aire, tratando de pensar racionalmente, la condesa de Yhules tenía razón, pero el pensamiento de que algo grave le había sucedido al cortejo de William o incluso a él, no me dejo pensar claramente.

—Tal vez me equivoco, quizás sea un mensajero.

—Ve y averigua si en verdad es un mensajero— le reprendió la Condesa con gran urgencia y entonces la condesa Florence hizo una media reverencia al pasar frente a mi para después marcharse lo más rápido que le permitieron sus tacones de sus zapatos.

Por un instante me sentí débil y una opresión en mi pecho me invadió al punto de sentir un ligero mareo, quizás las palabras de la condesa Florence me habia impresionado más de lo que yo habia imaginado.

—Majestad, siéntese por favor—indico la voz de la condesa, en un instante sentí sus manos detrás de mi espalda.

—Seguramente es una equivocación—aludió la duquesa Cailón— desde esta altura es imposible que la condesa lograra ver claramente

Pero sus palabras no lograron tranquilizarme, el único pensamiento que tenía en mente era que tal vez había ocurrido algo durante el trayecto de vuelta y aunque nadie podía asegurarlo, mi mente divago y se imaginó las peores situaciones.

—Sera mejor que averigüe que está pasando—escuche la voz del consejero Burhant y al levantar la vista lo vi irse hasta que salió de la oficina.

Pasaron varios minutos en los que intente mantener la calma mientras esperaba noticias sobre lo que la condesa Florence habia divisado, pero mi angustia no me permitió seguir sentada, intente levantarme, aunque la condesa de Yhules intentaba impedírmelo tratando de darme razones lógicas que me obligaran a seguir sentada.

Pasaron varios minutos en los que intente mantener la calma mientras esperaba noticias sobre lo que la condesa Florence habia divisado, pero mi angustia no me permitió seguir sentada, intente levantarme, aunque la condesa de Yhules intentaba impedírmelo tratando de darme razones lógicas que me obligaran a seguir sentada.

—Por favor majestad, no se extenúe—se coloco frente a mi para evitar que siguiera mi camino y entonces alguien llamo a la puerta.

—Adelante—ordeno la voz de la duquesa Cailón. Los guardias le permitieron el paso a la duquesa Sofia y detrás de ella un joven de apariencia desaliñada la siguió, al igual que el consejero Burhant y la condesa Florence.

El ver a tantas personas me hizo comprender que no eran buenas noticias.

—Majestad—la voz de la duquesa Sofia no se escuchaba igual que siempre, energica y severa, parecía más bien melancólica, pero intento disimular su tristeza detrás de su elegancia— él es Arthur Cross un guardia real que ha traído noticias del rey.

El joven avanzo un par de pasos hacia mí, al verlo detenidamente me di cuenta que su ropa estaba mojada, pero entre la tela más clara que portaba se hallaban manchas de lo que parecía ser sangre. Tenía cortadas sobre el rostro y vestigios de moretones sobre el cuello y las manos. Saco de una pequeña bolsa y de ella, una carta con el sello real del anillo de William, el joven extendió la carta y la condesa de Yhules la tomo para después ponerla entre mis manos. No dude ni un segundo en abrirla y leer su contenido en ese instante:

Para su majestad, la reina Helena Volkova I

Mientras se realizaba la última inspección de la frontera, se llevó a cabo un ataque en contra del rey, que puso en riesgo su vida. Debido a la gravedad de su herida he optado por evitar su traslado al palacio, sin guardias que me ayuden asegurar la vida del rey, más que el que acaba de entregarle esta misiva, le solicito con urgencia su asistencia para poder llevarlo de vuelta. He de anunciarle que este acto fue perpetrado por soldados cromenianos que nos han declarado la guerra.

Sumo consejero del estado mayor del reino de Athos, Máximo Kasen.

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