La Debilidad De Un Caballero...

Katt_Wallas tarafından

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Él probó de su inocencia, besó sus labios con devoción y calentó su piel suave en cada zona que sus dedos fue... Daha Fazla

Dedicatoria
|Introducción|
|El primer Beso|
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|El último beso|
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|La debilidad de un caballero|
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|33|
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|EPÍLOGO |
🔥LIBRO FISICO🔥

|04|

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Katt_Wallas tarafından


Aveces el destino se divierte haciendo que se conozcan dos personas que no pueden estar juntas.

-Anonimo.

[LONDRES, 1825]

Los pies le pesaban. Aquellas manos fuertes para su edad, le caían rendidas a los costados. Se sentía destruido, devastado, completamente una farsa.

No era, ni por asomo, digno del título que pronto le sedería su padre, y si tenía que ser sincero consigo mismo, tampoco lo quería. El alma le temblaba de tan solo pensar en las constantes clases de modales, etiqueta, finanzas, política...todos aquellos temas hacían que le entraran nauseas. Y no es que le desagradaran. En realidad hasta le gustaba leer sobre ellos. Su único inconveniente eran los cientos de golpes que su padre le daba cuándo creía que no hacía algo bien.

A sus cortos quince años de edad, Hunter Padraig, futuro Duque de Standich, tenía la espalda llena de cicatrices atroces que solía ver a través del espejo para recordarse que nadie, jamás, tendría piedad de él. Los humanos, crueles animales que se aprovechan de su inteligencia para dominar, solo le causan daño al débil.

Por lo anterior, Hunter se rogaba a sí mismo ser fuerte, combatir a su padre y enfrentar sus miedos. Debía de ponerle frente a la escoria de vida que le había tocado afrontar, y es que, al final del día, sabía que llegaría el momento de estallar, de sacarlo todo del pecho y solo correr.

Respiró profundo. Salir a caminar por los senderos del campo siempre fue uno de sus más grandes deleites. Solía pasarse la tarde admirando el verde césped y escuchando a lo lejos el agua del río. Pero ese día bríllate de abril fue diferente, y lo supo cuando un sollozo lejano hizo que se pusiera en alerta.

Detuvo sus pensamientos para que el silencio dominara el lugar y pudiera agudizar su oído. En lo único que él era bueno, era en la caza y para ella se había aprendido demasiados trucos de ubicación.

El sonido adolorido se volvió a escuchar y el futuro Duque caminó siguiéndolo, buscando a la fuente que lo emitía. Sus zapatos anduvieron entre el pasto y sus ojos examinaron los alrededores. Se adentró entre algunos árboles y cuando el agua apresurada del río entró por sus oídos expertos, logró ver a una niña sentada a la orilla de éste, con su cabello rubio danzando con el viento y un vestido blanco manchado de tierra.

Se le detuvo el corazón cuando vio sus ojos oscuros teñidos de lágrimas. Él, mejor que nadie, sabía que el dolor que se expresaba son sollozos silenciosos, era el peor de todos. Notó el brillo que desprendía su pequeño rostro manchado de dolor y con solo acercarse un paso más, una paz brutal lo dominó, como si cada demonio que siguiera sus pasos fuera alejado con la luz que deprendía.

— ¿Hola?—la llamó intentando conseguir su atención—. ¿Está bien?

La pequeña dama de apenas siete años volteó el rostro sorprendida y ante ella, halló a un joven vestido con buenas prendas, que le sonreía como si intentara tranquilizarla.

—Estoy pérdida—le respondió sorbiendo por la nariz. No debió desobedecer a su madre cuando esta le dijo que no saliera de casa sin compañía.

Se le arrugó el corazón a Hunter.

— ¿Quiere que la acompañe a su casa, Ángel?—le preguntó tendiéndole lentamente la mano.

La niña asintió despacito con su cabeza y tomó la extremidad del muchacho para ayudarse a poner en pie. Su madre siempre le decía que estaba mal agarrar confianza rápido, que con los desconocidos se debía de ir despacio porque ella no siempre iba a estar para cuidarla y sola debía de distinguir quien era bueno y quien no lo era. La pequeña dama examinó el rostro del caballero y cuando sus grandes ojos se encontraron con esa mirada azul, decidió que una persona con ese brillo no podría hacerle daño.

—Yo soy Hunter—le dijo el joven mientras, aun del brazo, ambos comenzaron a caminar.

—Yo soy Lady Madeline Lamb—el discurso le salió como si hubiera estado practicando en el espejo durante horas.

Ambos siguieron el camino hacia la casa de la niña, un lugar habitado por una de las familias más respetables de Londres.

Hunter sintió con Madeline una felicidad tan dulce, que no logró atinar que esa noche su madre moriría, sumiendo a su padre en una caída cuesta abajo, llena de alcohol, juegos de cartas y sobre todo, ahogada en deudas que el pobre muchacho debía de cargar.

Más ahora había algo en su vida que lo llenaba de dicha: aquella niña que vio crecer y convertirse en la dama que lo atormentaba en sus mejores sueños. Y claro, en los eróticos también.

~•~

[1838]

Habían pasado dos semanas desde que vio a Madeline besarse con el Conde. Sabía que era un cobarde por esconderse y fingir que no estaba cada que la dama llegaba a visitarlo, pero muy en su interior, no tenía las fuerzas que se requerían para ver esos ojos oscuros brillar cuando le contara que en el baile de la noche anterior, Lord Matthew formalizó su compromiso.

Se necesitaba coraje para andar por la calle pensando en una dama que no le pertenecería jamás, así que prefería quedarse en su despacho, aun cuando nada cambiara porque seguía pensando en la dama y ella aún estaba comprometida.

La puerta de su despacho se abrió dejando ver a al mayordomo, quien hizo una reverencia sin verlo a la cara.

—Lord Lamb vino a verlo, excelencia—anunció firmemente.

Como se mencionó, el marques era un buen amigo del duque, aun cuando su amistad fuese rechazada por la esposa del hombre, al igual que la unión que tenía con Madeline. Dianna lo odiaba con cada fibra de su ser y éste era otro impedimento para que él Duque no luchara por la dama.

«Excusas para justificar tu cobardía» susurró una voz en su cabeza.

—Hágalo pasar—ordenó haciendo a un lado los documentos que leía para prestarle atención a Lord Lamb, quien no tardó en entrar al despacho.

—Lord Padraig—El Duque se levantó de su asiento al escuchar el saludo y estrechó la mano del padre de Madeline.

—Marques—le respondió señalando con su mano el asiento que estaba del otro lado de su escritorio.

Aún no sabía cómo verlo a los ojos después de que casi besó a su hija dentro de esas cuatro paredes. Estaba faltando a su honor de caballero, pero no sé arrepentía. Al carajo las normas si estas le impedían besar a la dama.

—Tome asiento, por favor.

—Gracias, milord—agradeció acomodándose en la silla y el Duque lo imitó—. De seguro se preguntará a qué se debe mi visita.

— ¿Por fin me dará la revancha en el póker para devolverme la fortuna que ha quitado?— no le dolía en lo absoluto la suma cuantiosa que había perdido, sino la reputación que el marques no tardó en pisotear en una sola noche de juegos.

El hombre rio.

—No sueñes, Standich. Estoy aquí para hablar de un tema más serio.

El Duque comenzó a sudar cuando notó como el marqués se arreglaba el chaquetin en un gesto nervioso. Lo peor cruzó por su cabeza.

¿A caso Lord Lamb sabía del beso que le había dado a su hija? Porque si era así, estaba metido en el problema más grande de su vida y él sabía las consecuencias que traería.

No sé quería casar, no si eso implicaba hacer infeliz a su diosa.

—Me está asustando, milord—habló ocultando el miedo que se colaba por sus venas—. ¿Sucede algo malo?

— ¡Oh, no! Para nada— se aclaró la garganta—. Solo vengo a hablar con usted de mi hija.

Oh no.

— ¿Qué sucede con Lady Lamb?—no podía llamarla con el nombre frente a su padre, aun cuando llevara años conociéndola.

"Y unos cuantos días de ser presentado ante su boca" agregó bajito su conciencia.

—Verá, ocurre que mi esposa está un poco enferma. Y se lo digo en confianza sabiendo de antemano que nadie se enterará de esto, mucho menos mi hija—dijo esto último como advertencia y el Duque asintió con la cabeza, haciéndole ver que de su boca no saldría palabra alguna—. El médico recomendó mandarla con alguien más especializado, y el único que encontré está en Francia.

Hunter arrugó el ceño.

— ¿Es grave? ¿La marquesa se pondrá bien?—preguntó preocupado.

—Lo estará, pero tengo que acompañarla en el viaje. Entenderá que me siento muy avergonzado pidiéndole esto, pero usted es el único hombre de confianza que conozco aquí en Londres y...

—Tonterías, Lamb—cortó al marques—. Sabe que estoy aquí para ayudarlo en lo que se le ofrezca.

El hombre tomó una bocanada de aire antes de proseguir.

—Es por eso que vengo a pedirle que cuide a mi hija durante el tiempo que estemos lejos. Ella está comprometida y no podemos parar el cortejo en estos momentos. Sería un gran favor que le pagaré, señor.

Hunter sintió como el aire se le iba del pecho, pero lo disimuló. Acomodó el corbatín que parecía que ahorcaba su cuello e intentó calmarse.

— ¿La marquesa ha aprobado esto?—la sorpresa se mezcló con el nerviosismo que lo invadió.

Los ojos del hombre frente a él se abrieron con sorpresa y carraspeó saboreando la pregunta.

—La verdad es que no. Piensa que la dejaré con una de sus amigas, pero considero que es apropiado que se quede bajo la tutela de alguien que le dé un puesto respetable en nuestra ausencia.

— ¿Cuánto tiempo sería?—cuestionó parando los pensamientos indecentes que corrían por su cabeza de forma tentativa.

El marqués pensaba dejar a Madeline a su cargo, en esa casa que tenía más de una decena de habitaciones... A solas.

Tenía que contenerse, lo sabía. Apuñaría los dientes y se regañaría a sí mismo cada vez que pensara en ese cuerpo de porcelana, en esos ojos oscuros y en la piel suave que cubría con sus guantes.

—Serán unos tres meses, más o menos—contestó el marques—. Ya hablé con Lord Matthew y él entiende la situación, por lo que no se molestó en que la boda se efectuara después de ese tiempo.

El Duque respiro fuertemente y sonrió. Tendría a lady Madeline solo para él, por lo menos un par de meses y podría probar de su boca de la forma que llevaba imaginando cada que arreglaba el asunto entre sus piernas.

Solo un beso.

O bueno, quizá dos.

O tres.

Joder, debía de ser fuerte para contenerse y no hacerla suya cada que la dama abriera la boca. Sería difícil, pero lo lograría, al fin de cuentas, Madeline estaba comprometida.

—No se preocupe, lord Lamb. Yo cuidare a su hija. Confíe en mí.




~•~

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