Irene y el Ave de Fuego

AnthonyTesla által

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Una vieja historia que Irene piensa que es sólo algo para entretener a los niños toma una mayor importancia d... Több

Capitulo I: Un Viejo Cuento
Capitulo II: La Hija del Loco
Capitulo III: Brilla Estrella, Brilla
Capitulo IV: Despertando
Capitulo V: De un Cuento a un Hecho
Capitulo VI: La Espada y la Pluma
Capitulo VII: Liberación
Capitulo VIII: La Noche de las Antorchas
Capitulo IX: Dos Tierras
Capitulo X: Ciudad de Esperanza
Capitulo XI: La Huida
Capitulo XII: Entre la Flecha y la Nieve
Capitulo XIV: Emboscados
Capitulo XV: Valor Sobre Poder
Capitulo XVI: Lo Que No Podemos Cambiar
Capitulo XVII: Las Altas Esferas
Capitulo XVIII: Sangre Joven
Capitulo XIX: Ingenuidad
Capitulo XX: Culpables
Capitulo XXI: Ave de Plumas Ocultas
Capitulo XXII: Recordar y Recontar
Capitulo XXIII: Sobre Hielo Delgado
Capitulo XXIV: Miedos

Capitulo XIII: Espejos

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AnthonyTesla által

Algunos seguían sin creerlo, pero inclusive si se trataba de algo cierto o no era un detalle que pasaba a un segundo plano: no estaban ahí para cuestionar razones ni objetivos, estaban ahí para ganar dinero rápido de alguien que lo tenía.

—Lograste conseguir un gran grupo —Fyodor murmuró a Kiril, al ver a aquellos interesados reunidos cruzando la salida de la ciudad—. Pero...

—¿Qué sucede? —cuestionó Kiril—. ¿Estás dudando?

La mirada de Kiril asustó un poco a Fyodor; sonreía, de un modo del cuál parecía indicar que estaba a un par de pasos de cualquier movimiento o pensamiento que pudieras tener. No era una persona fácil de convencer, y si lograbas la proeza, mas vale que no lo decepcionaras.

—No dudo —replicó Fyodor—. Pero miralos: ya hay muchas personas involucradas, ¿crees qué sirva de algo?

—Necesitamos mucha gente; con toda la nieve, y en medio del bosque, entre más miradas, mejor.

—Pero...

—No pierdas la cabeza —Kiril comentó, con un tono rígido y más inflexible—. Sí, son demasiados, ¿y qué? ¿Qué es lo peor? ¿Qué se acabe el dinero? ¡Qué se lo queden!

—¿Estás loco acaso? ¿Cómo qué se lo queden?

—Amigo, ¿no te escuchaste? ¿A ti mismo? ¿Y qué si terminan con las migajas, si al final del día nosotros nos haremos del festín?

Fyodor cayó; podía ver el punto que Kiril estaba exponiendo, la explicación era racional, el plan tenía sentido, pero quizá en parte por miedo, por haber visto el despliegue de poder del ave de fuego tan cerca que casi podía sentirlo, a pesar de los días pasados desde el suceso, no sabía, o sentía certeza que cualquier cosa que pudiera pensarse saliera cómo debía.

—Casi los atrapas anoche.

—¿Qué dices? —Fyodor preguntó, sorprendido, como si hubiera salido de si por unos instantes.

—Un hombre con el cuerpo herido y el orgullo todavía más herido casi logro su objetivo, en medio de la noche, en la temporada fría: creo que puedo organizar algo un poco mejor.

Fyodor sintió tremenda pena ajena, apenas podía mantener su mirada levantada, pero así como duras de oír, eran palabras con sensatez.

Pero cuándo se trata de lidiar con un agente de lo sobrenatural, quizá no sea sensato esperar lo sensato.

No había mucho que hacer; la nevada se había calmado, pero seguía, y a pesar de una aparente calma que siguió a la violencia de resoplidos furiosos y blanco sobre blanco, hay que recordar que ocasiones aquello que parece más tranquilo es lo que más peligro contiene.

Todo lo que podían hacer los ocupantes de esa cabaña perdida en el bosque era esperar.

Y quizá pasar demasiado tiempo escuchando el chillido del viento viajando sobre ellos y repartiendo sus fuerzas entre el estruendo y el susurro había afectado un poco la perspicacia de los invitados Irene y Aleksei, pero entre murmuros y murmuros repartidos notaron algo.

—¿Les sucede algo, muchachos? —Katar les preguntó, mientras los encontró arrinconados y conversando.

—Sólo hablábamos —contestó Irene, con mucho esfuerzo para sonar tranquila y serena.

—Es tedioso pasarla por aquí, ¿no es verdad? —su anfitriona sonrió y se sentó en el piso —. No los culpo, pero creo que fue algo que debieron prevenir.

—No es tanto eso, es que...tenemos algo de prisa.

—Prisa —Katar resopló—. Hace mucho que no conozco la sensación: es un lugar remoto, y las cosas no cambian mucho.

—Puedo comprenderla: yo misma soy de un pueblo pequeño, y en ocasiones siento como si los días pudieran pasar y pasar y...nada pasa, nada llega.

—Por lo menos tienes a alguien —Katar señaló con su mirada a Aleksei.

Mientras, él observaba fijamente una pieza particular del hogar de esa mujer.

—¿Puedo ayudarte amigo?

—Usted tiene un mueble muy fino —Aleksei declaró.

—Gracias, ¿a cuál se refiere, perdón? —Katar volteó en dirección hacía dónde los ojos del muchacho apuntaban.

—Ése pequeño mueble —se levantó, y le dio un vistazo—. No es de madera cercana.

El mueble era una pequeña cama; se trataba de una cuna. La mano con la que fue trabajada no era muy hábil, pero se notaban algunos detalles finos como los relieves, eso sin mencionar la calidad de la madera con la que estaba construido.

—No, no lo es...es un recuerdo, una reliquia familiar más bien.

—¿Lo tiene desde hace mucho?

—Fue mía; era la cuna en la que nací.

—Encantador, sin duda es una pieza maravillosa.

—¿Sabe mucho de esto, según parece? —Katar se levantó, y se posicionó a un costado de Aleksei, también admirando el pequeño mueble.

—No sé demasiado, con toda sinceridad, pero tengo una hermana pequeña, y...cosas así, me la recuerdan.

—¿Es muy pequeña?

—Tiene...bueno...tiene catorce años —contestó, un poco avergonzado.

—Entonces ya no es tan pequeña, ¿no?

—No, creo que no lo es.

—Supongo que es difícil dejar de pensar en aquellos que uno tiene a nuestro cuidado —ella dijo, sonriendo, un gesto que Aleksei encontró extrañamente confortante.

Irene y Aleksei continuaron viendo hacía el exterior, notando como la nevada iba aplacándose, esperando el momento idóneo para poder salir y proseguir su ruta, mientras que su anfitriona descansaba en su humilde dormitorio, cansada por sus labores, algo que Irene sentía completa identificación.

—Creo que pudiste ser algo más sensible —ella comentó.

—¿Sensible? ¿En qué sentido, de qué hablas?

—No debiste mencionar lo de la cuna.

—Sólo quería hacer algo de conversación, no veo que tenga algo de malo.

—Ja...no creí que fueras de esos que les incómoda el silencio entre extraños, no va con tu personalidad.

—Llevas días conociéndome, y las personas casi siempre son más complejas de lo que deja ver su apariencia.

—¡Ah, pero claro! ¡Eso no me hace sentir dudas por haber acompañado a un desconocido! —Irene respondió cruzando sus brazos y gesticulando un puchero.

—Eso...no salió como esperaba.

—Se nota de verdad ahora sí que necesitas ser un poco más considerado.

—No me has explicado que es lo que hice, ¿qué tuvo de malo preguntar por una cuna?

—Se ve muy nueva —Irene comentó, volteando hacía el mueble.

—¿Y qué? Dijo que era una reliquia, esas cosas deben cuidarse con...ya sabes, cuidado —contestó, con cada vez mayor dificultad en poder estructurar sus palabras.

—Eso no es tan sencillo, menos aún en un hogar en medio de la nada. No sé si lo has notado pero éste no es un palacio imperial, Su Majestad.

—¿Podrías ser algo más directa? —pidió Aleksei, algo más alterado, y empezando a sentir hartazgo por aquel mensaje que le parecía tan cifrado—. Yo no dije nada particularmente inapropiado, ¿o sí?

—Piensa, ¿por qué una mujer solitaria, tendría en su casa una cuna nueva, si no es que hay un niño en el hogar? ¿Por un regalo?

—No comprendo, no siento que sea algo...

Y antes que pudiera terminar su frase, Aleksei por fin comprendió.

—Exacto —Irene dijo mientras asintió—. Parece que si tienes cerebro en esa cabezota llena de aire.

—Sí...creo que en retrospectiva...puedo ver tu punto.

—No creas que tampoco quiero hacerte sentir culpable, pero quizá deberías pensar antes de hablar.

—¿Cómo lo supiste? ¿Intuición femenina?

—Sí, fue intuición femenina...¡Claro que no! ¡Sólo se me hizo algo extraño y decidí no decir nada si es que no estaba segura! ¡Eso no ofrece una gran conexión mística o espiritual! ¡Es sólo sentido común!

—Claro...eso tiene bastante sentido, una vez que lo logras comprender.

—Pero eso no importa; hay detalles que me llaman la atención.

—¿Respecto a esa mujer? ¿Katar?

—Mas bien, respecto a ti.

—¿A mi? ¿De qué hablas Irene?

—Hablo de que empiezo a entender el porqué el ave de fuego no te dejó tener todo el poder.

—¿Por qué lo dices? ¿Lo dedujiste acaso?

—Mas bien, creo que sí podría ser intuición femenina en éste caso...aunque recuerda que resaltado el “creo”.

Administrar una nación es una tarea complicada incluso para los más curtidos y preparados, añaden a eso el reto de una que se ha encontrado en un estado vulnerable, debilitado, y que necesita liderazgo más qué nunca lo había necesitado.

Por sobre todas las cosas, la labor del nuevo regente sería demostrar que Vasilea iba a prevalecer.

—¿Una reunión con el Gran Patriarca? —la princesa Zlata cuestionó al oír el plan del Duque, mientras ella observaba la ciudad desde el balcón de una de las torres norte del palacio.

—El pueblo sigue sintiendo algo de inseguridad, y creo que dejamos pasar demasiado tiempo.

—Pero...

—Su Majestad, ¿no lo comprende? Hay tanto temor respecto al...estado de Vasilea, y parte de ello fue por la conmoción que sufrió la monarquía, una de sus instituciones más sagradas.

—¿Es de tanta urgencia?

—Probablemente más de lo que originalmente creía —el Duque planteó, con un hablar un poco más lento, y con algo que no escuchaba de su voz muy frecuentemente: temor.

—¿Hay algo que deba saber la heredera al trono?

—Bárbaros —respondió, sin pensar si sonaba cortante o inclusive, grosero; era la verdad, y una que debía ser conocida y meditada.

Zlata puso toda su atención en la expresión de Vladimir.

—¿Así...de grave?

—Hemos recibido reportes que están marchando desde el oriente, y no tardarán en llegar aquí.

Cada una o dos generaciones, Vasilea era victima de ataques de invasores de tierras lejanas; eran jinetes muy efectivos, que entraban a las ciudades, saqueaban e incendiaban, y tan pronto como fueron sus golpes, lo eran sus retiradas. De un modo u otro, el Rus se había salvado, logrando contenerlos y hacerlos retroceder, dejando al reino dañado y herido, pero vivo.

Pero nunca existía la garantía de la victoria: esa se tenía que ganar, en los planos, o en los campos de batalla, y aun con la ayuda del ave de fuego de su lado, el peligro era presente.

Y si el reto era enorme en circunstancias usuales, con la perdida del rey, y el escándalo de un miembro de la familia real fugitivo, las piernas de Vasilea estaban debilitadas, y sus rodillas, temblantes.

—¿Cómo está la moral de la gente? —ella preguntó.

—Parece que un poco del impacto ya se ha ido, pero los rumores de la llegada de los invasores no van a tardar en ser conocidos; no me sorprendería si algunos ya lo supieran.

—¿Y en que condiciones está el ejercito?

—Está...podría estar mejor, Su Majestad.

Eso lo dijo todo.

—¿No tenemos recursos? ¿Lo recaudado de los impuestos?

—Es algo más complicado, princesa, verá...

—¡Caramba, yo sé que es complicado! —Zlata gritó, desesperada, enojada, pero también temerosa—. Pero soy la única sobreviviente de la linea real, y si algún día me haré del trono, ¡debo comenzar a enfrentar estas cosas!

Y el Duque apenas pudo creer tal desplante de furia y energía: estaba acostumbrado a las acaloradas discusiones y debates con otros nobles como él, y sobre el gobierno, el ejercito y toda clase de temas de gran relevancia para el Rus, pero a pesar de estar curtido contra las duras voces y criticas de políticos sedientos de poder y llenos de ambición, fue la voz de una jovencita con mucho menos camino recorrido en esta vida lo que de algún modo, le introdujo algo de miedo en el corazón.

Y al parecer, otra persona que no lo vio venir, fue la propia princesa.

—Lo...lamento mucho —se excusó, bajando la mirada con pena y tensión en su pronunciación, con ambas manos juntas y dando una reverencia dignificada, pero avergonzada—. Creo...que me exalté de más.

—No es de todo algo erróneo —el Duque le contestó, dando un par de pasos hacía su dirección —. Ni exactamente algo sin justificación.

—¿Qué dice?

—Eso demuestra su enorme interés; Su Majestad, no me cabe duda que algún día será una excelente gobernante...pero, primero lo primero.

—Sí...creo que lo mejor por ahora será...confiar en su experiencia.

—Y en la experiencia de todos —agregó el noble—. Y más importante: la determinación.

Y Vladimir se retiró, caminando los primeros pasos cuidando los gestos de su rostro; se topó con un par de guardias, y una mucama en su recorrido: todos estaban ocupados, todos tenían su tarea y no podían perder enfoque.

Si alguno se hubiera tomado un poco de tiempo fuera de sus pensamientos, fuera de los carriles por los que tenían que andar, hubieran notado que Vladimir empezó a sudar: difícil de ver en las vísperas del invierno, y difícil de ver en alguien como él.

Ayudar a un hombre que ya no podía ayudarse a si mismo era lo moral, lo correcto, lo noble, y algunos veían a Ruslán con admiración por su compromiso en auxiliar al padre de una amiga.

¿Entonces, por qué él no se sentía de esa manera? ¿Por qué no se sentía como algunos lo veían?

En Ensk, llegó una nevada dura y pesada; había pasado casi un día entero y esas puras hojuelas de blanco seguían aterrizando y acumulándose. La actividad del pueblo se había alentado: las cosechas se habían recogido mucho tiempo atrás, y los ganaderos y carniceros acumularon suficiente para ellos, y para sus clientes, y los clérigos se alistaban para las jornadas de oración y contemplación. El blanco era la señal para marchar a un paso más tranquilo, y tal noticia para un humilde lechero era un alivio.

—¿Va a estar bien? —Ruslán preguntó, en el interior del hogar de Gregory y la ausente Irene, con el padre viendo por la ventana del frente, intercalando su atención entre el muchacho y el exterior, sentado en una vieja mecedora.

—Sí, sí, para estas alturas la gente va a hacer sus compras dentro de unos días; es un buen momento para descansar...de todas formas, lo que no venderé este par de días lo venderé pronto, así que lo más listo es reposar y guardar energías.

—Sabe que puede contar con mi ayuda.

—Yo sé que sí Ruslán, eres un buen muchacho, pero si necesito ayuda, y mucha, tendrá que ser de alguien que esté en el aquí y el ahora.

—¿Qué fue eso último que dijo?

—¿Ves? ¡Debes poner más atención! —exclamó Gregory, como un regaño, pero uno inofensivo y más afable qué uno deseoso de reprender o avergonzar.

—Mi cabeza ha estado en otra parte en estos días: aparte de lo de ayudar a mis padres en el negocio, está lo de...

—Corta las excusas muchacho: es más que aparente, inclusive para un tipo con la mente decrepita como yo lo que realmente te sucede.

Ruslán desvió sus ojos por un momento.

—¿Lo dice en serio?

—También fui joven, no hace tanto...vale, quizá sí ya fue hace mucho, pero lo fui.

Había sido descubierto, pero el joven pensó que pudiera ser que lo que sentía no estaba tan oculto en primer lugar.

—¿Cree que volverá pronto? —preguntó con timidez.

—Ojala sí. Ojala que no también.

—¿Ojala que no? ¿Cómo puede decir eso? ¿No desea ver a Irene de regreso?

—¡Claro que sí! ¡Como todo padre si su hijo saliera!

—¿Entonces a qué se refirió con eso?

Gregory suspiró antes de contestar.

—No es sencillo de explicar.

—Me gusta creer que soy un chico inteligente —Ruslán replicó con un poco de insolencia.

—Y lo eres, eso me consta muchacho.

—¿Y cuál es su excusa en todo caso? Si es que cree que puedo entenderlo.

—El problema nunca fuiste tú: eres bueno, te preocupas por mi pequeña, y siempre pensé que ambos...bueno, quizá me imaginé demasiadas cosas, puede que sólo sea un soñador incurable, pero al mismo tiempo —Gregory hizo una seña; pidió a los oídos de Ruslán que se acercaran un poco más—. No estoy ciego, no estoy tan mal de arriba...sé lo que han dicho muchos de mi.

—¿De...verdad?

—Lo sé, pero francamente, entre tú y yo, eso no me lastima: decíamos lo mismo de una señora en mi infancia, decimos lo mismo de cualquiera que luzca o hable diferente. Tengo sentido del humor, puedo aguantar las risas siempre y cuándo estén dirigidas hacía a mi.

Ruslán quería convencerlo de lo contrario, pero no se le ocurría cómo, y Gregory, a pesar de todo, era demasiado listo como para poder decirle algo opuesto a lo que, a pesar de todo, de lo duro que pudiera ser, era cierto.

—Pero otra cosa muy diferente, es ver lo que me dicen y me hacen dirigido hacía ella...

Ruslán encontró en esa explicación un poco de luz a un tema que se ocultaba en tinieblas.

—¿Creen que dicen muchas cosas sobre ella? —preguntó el muchacho.

—Recorro el pueblo, yo escucho, yo pongo atención, aunque casi todos crean que no; es lo curioso, piensan que uno es invisible, y eso...puedo yo con ello. Pero si hacen mofa de mi hija, si la ridiculizan por mi causa...yo sé que no he sido el mejor de los padres, sólo puedo decir que he hecho lo mejor que he podido, con las pocas cosas que tengo.

Y Gregory se dibujó frente a sus ojos, de un bosquejo ridículo, al retrato de alguien. Alguien de verdad. Alguien detrás de las historias y los chistes crueles: él, por supuesto, lo sabía, siempre lo supo, pero necesitaba recordar.

—La gente puede ser demasiado dura —Ruslán finalmente dijo, un comentario genérico, al tener nada de peso que agregar en realidad.

—Yo sé que sí, y aunque me duele un poco pensar que mi niña está lejos, tampoco puedo dejar de sentir cierta...satisfacción de que se aleje de éste ambiente.

—Ensk no es tan malo; la gente es hostil, pero lo son porque el ambiente es hostil...uno no nace así, se vuelve así...con el tiempo.

—Eres de verdad una persona muy sabía para tu edad, amigo —comentó sonriente el padre, alzándose, con un poco de dificultad de su asiento—. De hecho, tienes tanta cabeza, que en realidad creo que sólo has cometido una metida de pata.

—He cometido muchos errores, soy joven, no creo que pueda limitarse a decir que sólo he cometido uno.

—No, no muchacho, eso es algo normal: todos estropeamos las cosas en un momento u otro, pero casi nunca importa en realidad. De lo que hablo es de esas cosas que de verdad importan, de esas cosas que uno puede llegar a arrepentirse con el paso del tiempo.

—¿Habla de...?

—Irene, chico: Y es que, Ruslán, es posible que no fuese apropiado eso de quedarte aquí, quizá debiste unirte a ella en su búsqueda.

Y había oído en la voz de otro algo que él batallaba para silenciar entre los muros con ecos de su mente: hizo un favor, hizo algo por una amiga, pero quizá debió haber hecho algo por el mismo, y por un posible amor.

Y aunque pudiera callarse sólo, cuándo se vuelve tan evidente que otros se lo señalan, se convierte en un reto casi imposible.

Era un tipo de reunión diferente para la Princesa Zlata; el Gran Patriarca, Nikolai, la mayor autoridad eclesiástica de Vasilea era más que sólo una discusión sobre un tema u otro, sino que era un símbolo: la unión del poder terrenal y espiritual, la unión del propio Reino de una manera que ningún enemigo, interno o externo, pudiese partir.

La Gran Catedral era una de las construcciones de mayor lujo y espectacularidad de todo el reino, y en algunos aspectos, quizá lo era más qué el propio Palacio Real. Zlata lo pudo palpar desde antes que ingresara a la edificación, rodeada de guardias, con algunos al frente de ella, protegiendo a su vez al Patriarca Nikolai.

Ella no sabía mucho de él; era un hombre reservado, o al menos eso escuchó. Recordaba haberlo visto en algunas procesiones y en épocas festivas, pero siempre desde lejos. En realidad, ella pensó que así era su trato con casi todos fuera del palacio: a la distancia, saludando un poco cuándo mucho, y casi siempre detrás de la protección de alguien más.

Y ahora se encontró como el foco de las miradas de su pueblo.

Sin haberse percatado de ello, caminando sin consciencia, simplemente por la costumbre con el paso delicado y lleno de gracia que tanto le habían instruido que como miembro de la realeza del Rus, se encontró cara a cara con el clérigo.

—Su Majestad...Princesa —Katya le murmuró, estando a su retaguardia, como sus labores indicaban.

—¿Eh? ¡Ah, disculpe! —exclamó—. Su Santidad.

—Su Majestad —el patriarca reverenció a la princesa, y ella tomando ambos extremos de la enagua de su vestido, hizo lo propio.

—Creo que está enterado de la situación.

—Sí, sí, el Duque me informó bien de ello.

—¿Lo hizo?

—Es una situación grave, pero...no es algo que no se pueda resolver, si es que permanecemos unidos.

El Patriarca no actuaba como Zlata esperaba que lo hiciera: sonreía, su voz sonaba familiar, siguiendo los mínimos posibles del protocolo y en realidad, dejando que una naturaleza sumamente humana y afable dictara sus gestos. Lucía menos como una figura de una autoridad imponente, y más como un viejo familiar que no habías visto en años, y que estaban contento de finalmente reencontrarte con él.

—¿Entramos, Su Majestad? —Nikolai sugirió.

—Por supuesto.

El patriarca estaba muy enterado de lo que ocurría por parte del Duque; mucho más de lo qué la propia princesa sabía, y mucho más de lo que pudiera imaginar.

NOTA: Se aceptan comentarios, criticas...aunque sean de esas hirientes, ¡lo que sea! XD

Nos vemos la siguiente entrega.

Olvasás folytatása

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